31 diciembre 2016

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06 junio 2016

Clara Castán Ibarz: crónica epistolar del fracaso de un desamor

Clara Castán Ibarz
(Foto 
© José Miguel Calvo)

El transeúnte advierte que esto no es una reseña, o al menos una reseña al uso, sino una apreciación personal y subjetiva, apoyada en algunas muletas, de Verde mar del norte [1], opera prima de Clara Castán Ibarz (Huesca, 1991), quien ha admitido que cada lector hará su interpretación de la obra, caracterizada por una escritura fragmentaria y lapidaria en la que la autora se ha vaciado por dentro, como señaló Óscar Sipán al presentar el libro. Este transeúnte se atreve incluso a afirmar que cada capítulo se puede leer independientemente de los demás, como si de un relato breve se tratara, al modo –salvando distancias, por muchas razones, y sobre todo la intención– de Rayuela, la famosa “contranovela” de Cortázar (¿por qué será que se le ocurre, de repente, cierta relación entre esta y aquella obra?).

Hace más de medio año que al transeúnte le obsesiona este libro, desde que lo leyó por primera vez, a trompicones, durante un viaje. Y lo ha vuelto a leer dos más, y mantiene sus dudas al querer clasificarlo cabalmente entre los géneros de la prosa literaria. Porque Verde mar del norte ¿se puede considerar realmente una novela? Y si lo es, ¿entraría en el género de la novela epistolar? Sí y no, como explicará.

Antes de entrar en el contenido del libro, permitidle a este transeúnte que refiera un par de ideas que le acudieron a la mente desde que conoció el título, cuando lo anunció la prometedora editorial zaragozana Pregunta, detrás de la cual hallamos la contundente respuesta de una intrépida y entusiasta pareja que, ante (y pese a) las dificultades del momento, se lanzó hace unos cuatro años a una arriesgada aventura que ha prosperado y se ha enriquecido (literariamente, claro) gracias a su envidiable tenacidad.

Lo primero que le pasó por la cabeza al transeúnte fue una relación de parentesco entre ese título y el de uno de los libros que mejor recuerdo le han dejado: Verde acqua, de Marisa Madieri [2], la escritora italiana nacida y criada en Fiume, aquella ciudad adriática que había pertenecido al Imperio austrohúngaro donde se hablaba italiano, croata, húngaro, alemán y el dialecto istriano, que después de la segunda guerra mundial quedó integrada en Yugoslavia con el nombre de Rijeka y ahora es el puerto más activo de Croacia. Relación instintiva que se disolvió como un azucarillo en cuanto se zambulló en la lectura del libro de Clara Castán, porque aunque algo tengan en común (recuerdos cromáticos de infancia: para Madieri “verde agua” era el color de un vestido; para Clara, “verde mar del norte” el de un coche familiar), el contenido y el estilo de las obras distan años luz.

Lo segundo es que, después de leer los primeros capítulos, en el recuerdo del transeúnte apareció una sombra que le hizo retroceder a su ya bastante lejana infancia en la Barcelona gris y humillada de los primeros años cincuenta. No se han borrado de su memoria visual unas plaquitas fijadas a la madera del interior de los tranvías: en unas decía “Prohibido escupir” y en otras, “Prohibida la blasfemia y la palabra soez”. Supo pronto lo que era la blasfemia por lo que un cura de enhiesta enjutez explicaba en las clases de religión, pero tardó años en comprender qué significa soez.

Verde mar del norte, en aquel contexto, hubiera sido considerado un libro soez y, en cierto modo, blasfemo en términos morales, absolutamente repudiable e impublicable. Clara Castán no se reprime en ningún momento y utiliza libre y espontáneamente un lenguaje “vulgar” –por volver de alguna manera, terminológicamente, al contexto, incluso de hace muy pocas décadas– en una serie de cartas, no queda claro a primera vista si reales o ficticias, que escribe y recibe la protagonista. El uso del mismo registro lingüístico en unas y otras lleva a deducir pronto que todas son fruto de la misma mano, es decir, que la protagonista escribe a dos supuestos examantes suyos y luego se pone en el lugar de cada uno de ellos para responderse a sí misma (de ahí el dilema del transeúnte sobre lo que debe entenderse por literatura epistolar). Así pues, las voces del imaginario triángulo amoroso acaban siendo, por una parte, un delirante soliloquio, y por otra, como se va descubriendo a medida que se avanza en la lectura, la evidencia de un doble desamor fracasado en el que incluso se producen (supuestos o deseados) encuentros físicos entre los personajes.

En ningún momento la autora revela datos de esos personajes: ni edad, ni procedencia geográfica o social, ni historia civil… Son seres anónimos cuyas vivencias, en el libro, se centran principalmente en lo mejor y lo peor de las relaciones amorosas, en la “suciedad” de las pasiones, en su ternura a veces y, a menudo, en su agresividad y sus resentimientos y, sobre todo, en sus fracasos personales. Sin olvidar, por supuesto, el indudable trasfondo de nostalgia de la protagonista.

Antón Castro definió en poquísimas palabras este libro, en las páginas del Heraldo de Aragón, como “una novela experimental y poética, turbulenta, a veces con ecos de Duras y otras de Bukowski, en torno a los amores intensos, desgarradores y peligrosos, con cierta crudeza sexual, y vivida a tres bandas”. En cuanto a las influencias literarias, la autora parece dudar con respecto a la Marguerite Duras y ha citado, en cambio, La insoportable levedad del ser, de Milan Kundera.

Por su parte, en el mismo diario zaragozano Ángel Petisme escribió una excelente reseña crítica titulada “Mundo líquido y desamor”, en la que empieza hablando de su primera reacción al comenzar la lectura: la de que se “estaba metiendo en un gran Maelstrom emocional, el remolino succionador de la corriente de marea más fuerte del mundo en Noruega”. Es difícil describir con más contundencia y efectividad esa sensación. Añade que “Clara Castán en su ópera prima apuesta valiente y honestamente por sí misma, por su adicción a la escritura sin concesiones ni imposturas”. Y opina que Verde mar del norte “es una ‘nouvelle’, una novela corta excelente, llena de fuerza, cruda, carnal, con muchos registros. Poética y sucia a la vez, violenta y tierna”. Acto seguido apunta a lo que el transeúnte ha dicho más arriba: “Me acordé de Natalia Ginzburg –curioso, otra escritora italiana– y su novela epistolar Caro Michele, donde todos escriben pero es claro un cierto nivel de monologuismo donde nadie parece comunicarse verdaderamente con nadie”.

Petisme va más allá y llega a una conclusión sociológica: “Eso me lleva al presente, tecnológicamente analfabeto, a la decadencia más absoluta de la palabra y por tanto al empobrecimiento del modo de pensar, en que estamos habituados a la comunicación instantánea”. Quizá la inmersión en ese “mundo líquido” que tan sabiamente nos ha revelado Zygmunt Bauman tenga que ver con el hecho de que Clara Castán estudie Filosofía Pura…

Tanto Antón Castro como Ángel Petisme aluden a los aspectos poéticos de esta obra que, sinceramente, este transeúnte no supo apreciar hasta su tercera lectura, absorbido como estaba por la atención que requiere no perderse en la abstracción y el ritmo del pensamiento de la protagonista, y no despistarse a la hora de saber quién es el personaje al que escribe o del que (supuestamente) recibe cada carta.

Clara Castán firmando en la Feria del Libro de Zaragoza (junio de 2016).
(Foto © David Francisco)

Algo tendrá el agua cuando la bendicen, según el dicho popular; algo tendrá esta obra cuando invita a leerla hasta tres veces, lo cual no significa que este transeúnte haya acabado de captar su intención última, si la hay, más allá de una legítima y valiente provocación literaria. Ángel Petisme, sin embargo, da una clave que el lector no debe perder de vista: “Verde mar del norte es el lugar donde escapar, el paraíso, el lugar donde estábamos bien y sin preocupaciones ni miedos. Y esa pérdida, el paso de la infancia y la adolescencia a la edad adulta, se traduce en diferentes cromatismos. Hay veces que no existe el ‘verde mar del norte’, simplemente el mundo es gris”.


[1] Clara Castán Ibarz: Verde mar del norte. Pregunta Ediciones, Zaragoza, 2015.
[2] Se encuentra en traducción castellana de Valeria Bergalli (Verde agua) y catalana, a cargo de Marta Hernández (Verd aigua), publicadas ambas versiones por Editorial Minúscula de Barcelona el año 2010.

22 marzo 2016

[Marginalia] Los nostálgicos del “Trabant”


El Trabant (que significa ‘satélite’ en alemán) fue el automóvil utilitario más popular en la República Democrática Alemana, donde se empezó a fabricar a finales de 1957, y luego en los países de la órbita soviética, aquellos situados al este del Telón de Acero. El nombre quiso ser un homenaje al Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia, lanzado al espacio aquel mismo año en la Unión Soviética.

Se trataba de coches asequibles para las economías de muchos ciudadanos de aquellos países, y se da incluso un paralelismo con lo que ocurrió en España con el Seat 600 (réplica del Fiat 600 italiano), el primer coche popular de la posguerra civil española, que –curiosa coincidencia– se empezó a fabricar en la factoría Seat de la Zona Franca de Barcelona el mismo año que el primer Trabant alemán: en ambos casos, quienes ambicionaban adquirirlo tenían que registrarse en una larga lista de espera y aguardar varios meses, a veces más de un año, hasta conseguirlo (¡hasta diez años en el caso del Trabant!). Ello dio lugar a un fructífero mercado negro, ya que muchos compradores, al serles entregado, lo revendían a los impacientes que se lo podían permitir muy por encima del precio oficial .

Un Seat 600 modelo E (fabricado entre 1969 y 1973).

El primer modelo de Trabant, el P50, estaba dotado de un motor de dos tiempos de 500 cm3, su longitud era de 3,36 metros, su anchura de 1,46 metros y su peso, de unos 700 kilos.

Los poseedores de un Trabant, como los de un seiscientos español, lo cuidaban con esmero: era un coche muy resistente, que raramente se averiaba, y su vida útil podía superar los treinta años. Hoy estos coches, remodelados en parte o bien conservados, aún pueden verse circulando por las calles y carreteras de varios de aquellos países (de ello puede dar fe este transeúnte, que incluso montó en alguno haciendo autostop por Hungría y Bulgaria), pero al mismo tiempo son objetos preciados de coleccionismo que se exhiben en ocasiones especiales.

Es el caso de una festiva reunión de automóviles Trabant que se celebra todos los años, al principio de la primavera, en la ciudad búlgara de Veliko Tárnovo, por cuyas calles se exhiben decenas de estos vehículos: el vídeo corresponde a la edición del año 2015. Y es que el Trabant (que dejó de fabricarse tras la reunificación de Alemania, en 1991), como el seiscientos, ya empiezan a ser “coches de época”, presentes incluso en varios museos del automóvil.


09 marzo 2016

Sobre la poesía de Giuseppe Ungaretti


Nacido en el barrio periférico de Moharrem Bey de Alejandría (Egipto) el 8 de febrero de 1888 –aunque él siempre celebró su cumpleaños el día 10 del mismo mes, que es el que figura en el registro civil–, Giuseppe Ungaretti era hijo de un obrero italiano empleado en los trabajos de construcción del canal de Suez, que murió en un accidente laboral cuando el futuro poeta tenía apenas dos años.

Fue pues su madre, Maria Lunardini, cuya familia gozaba de una buena posición económica, quien se ocupó su educación y lo inscribió en la École Suisse Jacot, uno de los centros docentes más prestigiosos de Alejandría: allí aprendió la que sería su segunda lengua, el francés.

El centro de Alejandría a principios del siglo XX.

La multiculturalidad de aquella ciudad influyó sin duda en la personalidad y el carácter del joven Ungaretti: tuvo una niñera sudanesa y una cuidadora argentina, y en su casa había una sirvienta croata. Su interés por la literatura fue temprano, y era todavía un adolescente cuando escribió sus primeros poemas. En la escuela tuvo acceso a lo mejor de la literatura francesa, y su madre lo aproximó a la literatura italiana. Al final de sus estudios secundarios pudo viajar a París e inscribirse en la Sorbona y luego en el Collège de France y tuvo, entre otros profesores ilustres, a Henri Bergson y Joseph Bédier.

Por otra parte estuvo en contacto con los ambientes literarios y artísticos parisinos de la época: entabló amistad con personajes relevantes como Apollinaire, Palazzeschi, Papini, Picasso, De Chirico, Modigliani y Braque, que influyeron en su formación estética e intelectual, y con algunos de ellos colaboró en varias revistas artísticas y literarias, como Lacerba y La Voce, dirigidas por su amigo Giuseppe Prezzolini.

Giuseppe Ungaretti murió en Milán el 1 de junio de 1970.

Al transeúnte le ha interesado lo que dice Manuel Mantero en un viejo artículo publicado en la revista Ínsula, y ha decidido ofrecerlo a los lectores de su bitácora.

Retrato de Ungaretti, por Mario Balestreri.

A propósito de un homenaje a Ungaretti

Por Manuel Mantero

La revista Books Abroad, de la Universidad de Oklahoma, ha dedicado el número correspondiente al otoño de 1970 (vol. 44, núm. 4) a Giuseppe Ungaretti. El día 14 de marzo del mismo año el poeta italiano había recibido en Norman, sede de la Universidad, el primer Premio Internacional de Literatura de la citada revista: diez mil dólares y la consolidación en un premio apenas nacido, a causa de los nombres que se barajaron como candidatos: Jorge Guillén, Graham Greene, Eugenio Montale (que declinó de antemano el honor del galardón), John Berryman, Pablo Neruda –que quedó finalista–, Edward Braithwaite, Jean-Pierre Jouve, etcétera.

El poeta estonio Ivar Ivask (1927-1992), 
profesor de la Universidad de Oklahoma 
y director de la revista Books Abroad.

El poeta y profesor Ivar Ivask, director de Books Abroad, cuenta en la Introducción del número los problemas de las votaciones tanto como los del viaje de Ungaretti a Norman y su regreso a Italia para morir, no mucho después, el 1 de junio, en Milán. Ivar Ivask, que fue a Roma a entrevistarse con el poeta, se encontró con la sorpresa de su muerte, silenciada en principio por los periódicos, y estuvo presente en el entierro en el romano cementerio de Verano, el 4 de junio, al que no asistió ningún calificado representante del Gobierno italiano. Los poetas siguen siendo tropa aparte y exótica…

Ungaretti fue premiado por Vita d’un uomo, su obra completa (la última edición había aparecido en 1969), y atendiendo, según palabras que justificaron el galardón, a la expansión de su esfuerzo creador durante más de medio siglo.

En qué consistió ese “esfuerzo creador”, tal es el contenido de este número de Books Abroad, con artículos y ensayos de Luciano Rebay, Thomas C. Bergin, Piero Bigongiari, Glauco Cambon, Joseph Cary, Harold Enrico, Philippe Jaccottet, Ariodante Marianni, Arshi Pipa, Andrew Wylie; contiene asimismo una interview de Michael Ricciardelli con el poeta; una antología en inglés y un texto inédito de Ungaretti sobre la lírica de Allen Ginsberg, al que había traducido al italiano. Una serie de “tributos” cierran el homenaje de la revista: del mismo Ginsburg, de Mario Luzi, Allen Tate y nuestro Jorge Guillén, traductor de L’isola, y que desde Puerto Rico, donde se hallaba hospitalizado, envió su adhesión para el acto del 14 de marzo, afirmando la maravillosa perfección del lenguaje del poeta, como modelo incomparable de expresión rigurosa.

Creo que en esta precisión del lenguaje se encuentra explicada gran parte de la clave de la poesía de Ungaretti. En un texto del año 1957 (aparecido al frente de la selección que de sus poemas realizó Giacinto Spagnoletti en Poesia italiana contemporanea, en 1959), Ungaretti narraba su camino dentro del poema como una terrible preocupación por la palabra, por la unidad verbal. Su principal tormento (decía) al escribir Allegria di naufragi (1919) fue buscar la perfecta coincidencia entre la tensión rítmica del vocablo y su cualidad expresiva. Ese tormento no le abandonó nunca. Se daba él cuenta de la existencia actual de una crisis del lenguaje, pero veía en ella una posible liberación acechando la continua formación y acarreo del material expresivo. Tal rigor tomado como libertad, tal disciplina en la investigación de la propia personalidad, desembocaron en una formidable capacidad sintética, que en verdad siempre poseyó, desde sus más antiguos poemas.

Su Parigi s’addensa / un oscuro colore / di pianto. // In un canto / di ponte / contemplo / l’illimitato silenzio / di una ragazza / tenue.

Versos de otros días, pero con la condición que afanosamente solicitó siempre Ungaretti: que el poema, aunque reflejo de las cuestiones sociales o las aventuras culturales de la época, se desnude tácitamente en los adentros del corazón, y eso sí, con un esencial vocabulario y un individual ritmo, adecuado a la contemporaneidad de la forma poética. Esa directa desnudez del corazón se comprueba en todos sus libros: Il Porto Sepolto (1916), La guerra (1919), Allegria di naufragi (1919), Sentimento del Tempo (1933), Il dolore (1947), Un grido e Paesaggi (1952), Il Taccuino del Vecchio (1960), Morte delle stagioni (1967), Dialogo (1968)... Poemas los últimos en los que tiembla la pura piel sucinta, como los Proverbi, escritos entre 1966 y 1969. El que nació para el amor –viene a decir en uno de ellos– morirá de amor.

Ungaretti en los últimos años de su vida.

La poesía de Ungaretti aparece hoy como ejemplar por esa estricta emoción apoyada en una lengua castigada hasta llegar a lo más neto; todo ello, símbolo de una nueva poesía, de una nueva moral. “Moral” es palabra que Ungaretti gustaba escribir, y él afirmó que los poetas tienen que hallar las fuentes de la vida moral que las estructuras sociales tienden siempre a corromper o mutilar. Una nueva moral, pues, como conducta de vida y de lenguaje, en íntegra fusión. ¿No resulta Ungaretti un guía reencontrado, en el panorama de la poesía actual?


(Este texto es un amplio fragmento del artículo “A propósito de un homenaje 
a Ungaretti”, de Manuel Mantero, publicado en el número 291, del mes de febrero de 1971, de la revista Ínsula de Madrid.)

08 febrero 2016

Lo que queda de Haití (a los seis años del terremoto que devastó el país)

El “bidonville” popular de Jalousie, en Puerto Príncipe, fue pintado 
de vivos colores en 2013 (con un coste de 1,4 millones de dólares) 
para ocultar al “gueto blanco” de Pétionville una triste realidad: 
la miseria de sus 45.000 habitantes.
(Fuente: ABC News)

En julio de 2011, este transeúnte publicó el post Haití en su agónico estertor perpetuo, donde resumía la historia de aquel país antillano y reproducía un breve pero significativo artículo de Manuel Rivas.
Lyonel Trouillot.
(Fuente: Libération)

¿Qué ha cambiado en Haití seis años después del tremendo sismo que devastó el sur del país y su capital? Dejemos que nos lo explique el 
novelista, poeta e intelectual haitiano Lyonel Trouillot en una entrevista publicada en el diario francés Libération con motivo de la presentación en París de su libro Kannjawou [1].

Los haitianos no tenemos ningún control sobre nuestro país
En enero de 2010, un terremoto causó la muerte de unas 300.000 personas en Haití. Seis años después, mientras el Palacio Nacional permanece derrumbado sobre sí mismo como símbolo de un país hundido, las elecciones presidenciales [2] han tenido lugar en medio de un clima político espantoso: después de haber quedado en segundo lugar en la primera vuelta, Jude Célestin –que ya había sido candidato en 2010– optó por retirarse ante “los fraudes y esta mascarada”, según sus propias palabras. Jovenel Moïse, el hombre designado por el presidente saliente, Michel Martelly, inauguró entonces una nueva forma de democracia en el Caribe: una segunda vuelta… con un solo candidato.
Jude Célestin.
(Fuente: Le Nouvelliste)

Lyonel Trouillot, que es vicepresidente de la Asociación de Escritores del Caribe, acaba de publicar una nueva obra, Kannjawou. En esta entrevista evoca la “denegación de soberanía” de Haití y su legitimación por parte de la comunidad internacional.
Jean-Louis Le Tousset

Para usted estas elecciones han sido una farsa…
– ¿Cómo puede vivir Haití con una mentira montada con el consentimiento de la comunidad internacional? Un candidato previamente elegido, escogido por el ejecutivo y las instancias internacionales: ese es el cuadro que se nos presentó. Ello anticipa una catástrofe institucional: un presidente que no será reconocido por el país pero sí por quienes lo han prefabricado. Desde hace diez años nos movemos en el mismo escenario. Michel Martelly, elegido por la comunidad internacional junto con una minoría haitiana hace cinco años saca de su sombrero a un nuevo candidato que cuenta con el beneplácito internacional. Es algo vertiginoso. Un diplomático de quien callaré el nombre me ha dicho: “Lyonel, vosotros que estáis acostumbrados a los dictadores, ¿por qué no soportáis a un corrupto durante unos cuantos años más?”.
Michel Martilly en febrero de 2011, durante la campaña para las elecciones 
que le llevarían a la presidencia de Haití el 14 de mayo de aquel año.
(Foto © Ramón Espinosa / AP)

Cree usted, pues, que se trata con toda evidencia de la dominación de las instancias internacionales mediante unas elecciones amañadas de antemano.
– Es la primera vez que esto resulta tan evidente. Más allá del carácter corrupto del gobierno que impone a su candidato, surge un conflicto entre la población haitiana y la “internacional”: Unión Europea, Estados Unidos, ONGs, observadores internacionales. Es la primera vez que los haitianos expresan un rechazo masivo a ese diktat sobre la realidad haitiana. Cuando hay diplomáticos que te dicen: “Bueno, habrá una segunda vuelta entre tal y tal, no hay otra opción”, el país sólo puede constatar que ya no es un país y que la denegación de su soberanía es un hecho. Incluso los partidos políticos locales se muestran sorprendidos: “Pero, ¡es imposible elegir a alguien nombrado de antemano!”, dicen. La rápida reacción de las fuerzas extranjeras, predispuestas a continuar con esta parodia, es humillante y detestable. Dejar que Haití tomara las riendas y se ocupara de sus asuntos supondría reconocer el fracaso de sus ayudas, de esas muletas impuestas por la comunidad internacional, la cual impulsó nuevas elecciones inmediatamente después del terremoto mientras era evidente que para los haitianos había muchas otras prioridades. Podría ser divertido que los ciudadanos europeos preguntaran a sus propios gobernantes: ¿por qué se convocaron deprisa y corriendo nuevas elecciones en un país donde acababan de morir trescientas mil personas?, ¿por qué auspician ustedes unas elecciones sabiendo quién las ganará? Se trata pues, a todas luces, de la imposición de una apariencia de democracia en Haití.
Manifestación antigubernamental y contra la injerencia 
internacional en la capital haitiana, Puerto Príncipe.
(Fuente: Haïtí Liberté)

Por lo que dice, entiendo que Haití continúa siendo “un chavalito” en manos de la comunidad internacional.
– Exactamente, lo cual significa que no somos dueños de nuestro país. Los diplomáticos son muy claros al respecto. Es como si hoy la independencia de Haití fuera imposible. Probablemente haya algo de eso, pero también de racismo velado: Haití no es más que un pequeño rebaño de negros dispuestos a obedecer a la comunidad internacional como a un buen pastor, porque ese rebaño no sabría de qué modo ni por dónde avanzar. Ese no es el caso, evidentemente. Esta situación de dependencia se reforzó en 1986, tras la caída del régimen de Jean-Claude Duvalier [3]. La intervención estadounidense de 1994 marca, en mi opinión, el inicio de esa dominación: las misiones extranjeras se ocultaron bajo otras denominaciones e influyeron decisivamente en la realidad política. Luego ocurrió la catástrofe del terremoto y el país se convirtió en una cobaya perfecta para experimentar las políticas de las potencias occidentales.
Vehículos blindados estadounidenses ante el Palacio Presidencial 
de Puerto Príncipe en septiembre de 1994.
(Fuente: solutionshaiti.blogspot.com)

¿Cómo y dónde se expresa el malestar de los haitianos?
– ¡En todas partes! En las emisoras de radio, en la calle, en la prensa, en las redes sociales y, fuera del país, en las comunidades haitianas, especialmente las de los Estados Unidos y Canadá. El mensaje que lanza la calle es este: “Hace diez años que ustedes fracasan, y fracasan en nuestro nombre. Nos organizan elecciones de las que ya conocen el ganador”. Otros ciudadanos dicen: “Esto no funcionará, ya que la organización de las elecciones ha sido confiada a personas corruptas y el candidato ha sido elegido por ustedes [la comunidad internacional]”. ¿Y qué les contestan?: “Bueno, no hilen tan fino, y además, ¿qué es lo que quieren?, ¿quieren elecciones? Pues ya las tienen, ¿de qué se quejan?”. Estas elecciones, en muchos aspectos, me recuerdan la voluntad de París de organizar a cualquier precio un escrutinio en la República Centroafricana. Cuando me encuentro con ciudadanos franceses, estadounidenses o canadienses y me refiero a la situación impuesta por sus propios representantes, parecen caer de las nubes y suelen exclamar: “¡Es increíble! Pero ¿cómo es posible?”.
A menudo, las organizaciones internacionales en Haití priorizan la propaganda.(Fuente: Asociación Audiovisual Educar desde la Infancia)

¿Cómo vive usted esa presencia internacional?
– De hecho, vivimos separados. En Haití, la mayoría de los extranjeros no viven realmente allí, no mantienen contactos con el país. No tienen el humor del país. Ni siquiera escuchan lo que dice la gente del país. Digamos que se trata de una dominación afable. Ellos viven en los guetos blancos. Cuanto peor vayan las cosas en el país, más necesaria será la ayuda de las ONGs. Esta dependencia de las instituciones del Estado está reforzada por la poderosa presencia de las ONGs. Es la “caricia” de la ocupación. “Somos amables –nos dicen–, os ayudamos, os traemos libros: os gustan los libros, ¿verdad?” Haití se radicaliza con respecto a la presencia extranjera. Haití es un paciente tratado con tranquilizantes desde hace diez años.
Viñeta ilustrativa de la ayuda internacional divulgada por la Misión 
de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití.
(© Jerry Rosembert Moise / BIT)

Y Francia, ¿qué dice?
– Francia no dice nada, y transfiere a la Unión Europea la responsabilidad de la situación. Es una actitud bastante maliciosa echarle la culpa a Europa. Con respecto a Francia, por razones históricas y, sobre todo, por parte de los intelectuales haitianos, se mantiene una relación amistosa porque siempre se comparte algo. Ahora, sin embargo, es innegable que se está perdiendo ese espíritu de fraternidad con respecto a Francia, ya que han surgido muchas dudas. En el ámbito popular, en cambio, la situación es distinta. Evidentemente existe un pasado colonial, pero cuenta mucho la herencia que ha dejado la lengua. Aunque, en verdad, la lengua es la de la élite, la de la burguesía, la de las clases dominantes. Los hablantes criollos, que no saben francés, ven en la lengua un instrumento que les impide expresarse. La imagen de Francia paga el precio de sus crímenes históricos y de los crímenes económicos perpetrados por la élite haitiana… que habla francés. La lengua francesa es vista, por lo tanto, como un instrumento de dominación.
El presidente francés François Hollande, recibido con honores 
en el aeropuerto de Puerto Príncipe el 12 de mayo de 2015.
(Foto © Héctor Retamal / AFP)

Usted ha dicho que el lenguaje diplomático se ha relajado: eso ¿qué significa?
– “Me siento muy feliz de estar en su país, tan encantador como desesperante.” Es una frase que me dijo una autoridad consular. La diplomacia se ha ido relajando. Los obstáculos del lenguaje han desaparecido. Incluso los oficiales estadounidenses dicen frases de este estilo: “Su país tiene tantos problemas que he de trabajar para ustedes incluso los sábados”. Ahí no hay ni un ápice de diplomacia. El propio presidente Martelly es la viva expresión de ese lenguaje más bien ramplón. En un discurso, por ejemplo, puede decir groserías como que le gustaría acostarse con una mujer a la que ve… entre el público. Y los diplomáticos le sonríen la “gracia”. Mertelly ha sido el director de orquesta de esa degeneración del lenguaje. Veo en esa actitud, tanto en boca del presidente como en la de la diplomacia, la negación de Haití como entidad. Y ese lenguaje desacomplejado, percibido por la población, equivale a borrar la huella de lo que llegó a ser Haití.
El presidente Martelly dirigiéndose a la Asamblea General 
de las Naciones Unidas, en Nueva York, el 1 de octubre de 2015.
(Fuente: El Día, Santo Domingo)

Catástrofe lingüística, pero también catástrofe espiritual…
– En efecto, así es. Las iglesias evangélicas han supuesto la mayor catástrofe moral que ha sufrido Haití. El individuo se siente cada vez menos ciudadano: es un hermano de Cristo. Sostienen en su discurso que el hombre es un lobo para el hombre, recomiendan no confiar en el vecino, ni en nadie. Ese viraje sectario es inaudito, y el conservadurismo de esas iglesias, abominable. Se vio claramente cuando se produjo el terremoto. El eco procedente de esas iglesias era este: “No habéis seguido los caminos del Señor, y ahora sufrís su castigo”. Ese viraje religioso empezó bajo la dictadura de Jean-Claude Duvalier y supuso el inicio de la “sutil invasión” evangélica.
Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut


[1] Lyonel Trouillot: Kannjawou, Éditions Actes Sud, Arles-Paris. 2016. La entrevista se publicó en el diario parisino Libération el 23 de enero de 2016.

[2] La primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales a las que se alude, con 56 candidatos en liza, tuvo lugar el 25 de octubre de 2015, y el presidente Martelly fue posponiendo la segunda, prevista en principio para el 24 de enero de 2016 y no celebrada. El 20 de enero Jude Célestin anunció que retiraba su candidatura mediante un comunicado en el que decía que "quienquiera que sea la persona que participe en los comicios del 24 de enero será un traidor a la Patria"; de hecho, en la segunda vuelta habría un solo candidato, Jovenel Moïse. Tras la dimisión de Martelly el 7 de febrero de 2016, el Parlamento haitiano suscribió un acuerdo de gobierno de transición para un período de 120 días.

[3] Duvalier, conocido como “Bébé Doc”, fue un dictador que dirigió los destinos de Haití entre 1971 y 1986.


17 enero 2016

Los cafés, la geografía y la “idea de Europa”

(© Cheena Gringo / Inside Lakeside, 2012)

El prestigioso intelectual francés George Steiner (París, 1929), filósofo, crítico literario, comparatista y hombre de mentalidad abierta a muchas otras esferas y realidades, cuya extensa obra ensayística y literaria está escrita mayormente en inglés, reflexiona sobre Europa en un librito que publicó, esta vez en francés, en 2005: Une certaine idée de l’Europe

George Steiner.
(© AGF, 2010)

El transeúnte cree que resulta interesante conocer ciertos puntos de vista suyos sobre el Viejo Continente, especialmente ahora, en estos tiempos de convulsiones y de tanta incertidumbre. De ahí que haya escogido un fragmento del libro mencionado y lo reproduzca de su edición española [1]: no deja de ser curioso ese enfoque de Steiner sobre la “idea de Europa” a partir de su personal perspectiva filosófico-literaria y geográfico-paisajística, sin menospreciar la mundana.


La idea de Europa

Por
George Steiner

Europa está compuesta de cafés. Éstos se extienden desde el café favorito de Pessoa en Lisboa hasta los cafés de Odesa frecuentados por los gangsters de Isaak Bábel. Van desde los cafés de Copenhague ante los cuales pasaba Kierkegaard en sus concentrados paseos hasta los mostradores de Palermo. No hay cafés primeros ni determinados en Moscú, que es ya un suburbio de Asia. Muy pocos en Inglaterra después de una moda pasajera en el siglo XVIII. Ninguno en Norteamérica fuera del puesto avanzado galo de New Orleans. Si trazamos el mapa de los cafés, tendremos uno de los indicadores esenciales de la “idea de Europa”.

Kierkegaard caminando por Copenhague.
(Fuente: Acta Kierkegaadiana)


El café es un lugar para la cita y la conspiración, para el debate intelectual y para el cotilleo, para el flâneur y para el poeta y el metafísico con su cuaderno. Está abierto a todos; sin embargo, es también un club, una masonería de reconocimiento político o artístico-literario y de presencia programática. Una taza de café, una copa de vino, un té con ron proporcionan un local en el que trabajar, soñar, jugar al ajedrez o simplemente mantenerse caliente todo el día. Es el club del espíritu y la poste-restante de los homeless. [2]

En el Milán de Stendhal, en la Venecia de Casanova, en el París de Baudelaire, el café albergó a la oposición política que existía, al liberalismo clandestino. Tres cafés principales de la Viena imperial y de entreguerras ofrecieron el ágora, el centro de la elocuencia y la rivalidad, a escuelas contrapuestas de estética y economía política, de psicoanálisis y filosofía. Quienes quisieran conocer a Freud o a Karl Kraus, a Musil o a Carnap, sabían exactamente en qué café buscarlos, a qué Stammtisch [mesa] se sentaban. Danton y Robespierre se reunieron por última vez en el Procope. Cuando las luces se apagaron en Europa, en agosto de 1914, Jaurès fue asesinado en un café. En un café de Ginebra escribe Lenin su tratado sobre el empirocriticismo y juega al ajedrez con Trotski.

Tertulia en el Café Griensteidl de Viena, abierto en 1847 
y frecuentado por filósofos, escritores, artistas y músicos 
(fotografía publicada en Die vornehme Welt en enero de 1897).

Obsérvense las diferencias ontológicas. Un pub inglés, un bar irlandés tienen su propia aura y sus mitologías. ¿Qué sería de la literatura irlandesa sin los bares de Dublín? Si no hubiera existido la Museum Tavern, ¿dónde se habría tropezado el Dr. Watson con Sherlock Holmes? Pero no son cafés. No tienen mesas de ajedrez, ni periódicos gratuitos en sus perchas, a disposición de los clientes. Sólo muy recientemente se ha convertido el propio café en una costumbre pública en Gran Bretaña, y conserva su halo italiano.

El pub Museum Tavern de Londres.
(Fuente: Travels with Beer, 2011)

El bar americano desempeña un papel vital en la literatura y el eros norteamericano, en el carisma icónico de Scott Futzgerald y Humphrey Bogart. La historia del jazz es inseparable de él. Pero el bar americano es un santuario de luz tenue, incluso de oscuridad. Retumba con la música, muchas veces ensordecedora. Su sociología, su tejido psicológico, están impregnados de sexualidad, de la presencia de mujeres, bien sea esperada, soñada o real. Nadie escribe tomos sobre fenomenología en la mesa de un bar americano (compárese con Sartre). Hay que pedir nuevas bebidas si uno quiere seguir siendo bienvenido. Hay “gorilas” para expulsar a los no deseados. Cada uno de estos rasgos define un ethos radicalmente distinto del propio del Café Central, el Deux Magots o el Florian. “Habrá mitología mientras haya mendigos”, dijo Walter Benjamin, un apasionado entendido en cafés y peregrino entre ellos. Mientras haya cafés, la “idea de Europa” tendrá contenido.

Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir 
en el Café des Deux Magots de París.
(Fuente: Bonjour du Monde, 2014)

Europa ha sido y es paseada. Esto es fundamental. La cartografía de Europa tiene su origen en las capacidades de los pies humanos, es lo que se considera sus horizontes. Los hombres y mujeres europeos han caminado por sus mapas, de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad. La mayoría de las veces, las distancias poseen una escala humana, pueden ser dominadas por el viajero a pie, por el peregrino a Compostela, por el promeneur, ya sea solitario, ya gregario. Hay trechos de terreno árido, intimidatorio; hay ciénagas; se elevan altas cumbres. Pero ninguna de estas cosas constituye un obstáculo definitivo. No hay Sáharas, no hay Badlands, no hay tundras impracticables. Los tramos montañosos tienen sus refugios, como los parques tienen sus bancos. Los Holzwege de Heidegger guían por el más tenebroso de los bosques. Europa no tiene ningún Valle de la Muerte, ninguna Amazonia, ningún outback intransitable para el viajero.

La cosecha, de Vincent Van Gogh (1888).
(© Museo Van Gogh, Ámsterdam)

Este hecho determina una relación esencial entre la humanidad europea y su paisaje. Metafóricamente –pero también materialmente–, ese paisaje ha sido moldeado, humanizado por pies y manos. Como en ninguna otra parte del planeta, a las costas, campos, bosques y colinas de Europa, desde La Coruña hasta San Petersburgo, desde Estocolmo hasta Messina, les ha dado forma no tanto el tiempo cronológico como el humano e histórico. En el borde del glaciar está sentado Manfredo. Chateaubriand declama en los cabos peñascosos. Nuestros campos, estén cubiertos de nieve o en el amarillo mediodía del verano, son los que conocieron Brueghel o Monet o Van Gogh. Los bosques más umbríos contienen ninfas y hadas, ogros o pintorescos ermitaños. Al viajero nunca le parece estar muy lejos del campanario del próximo pueblo. Desde tiempo inmemorial, los ríos han tenido vados incluso para bueyes, “Oxfords” [3], y puentes para bailar en ellos, como el de Avignon. Las bellezas de Europa son totalmente inseparables de la pátina del tiempo humanizado.

Traducción de María Condor




[1] George Steiner: La idea de Europa. Traducción (del inglés: The Idea of Europe) de María Condor. Ediciones Siruela, Madrid, agosto de 2005. La edición original, en francés, fue publicada por Actes Sud, Arles, el 30 de marzo de 2005.
[2] La lista de correos o apartado postal de las personas sin hogar, los sintecho.
[3] La etimología de Oxford, en inglés, es "where the oxen ford" (“donde los bueyes vadean”).