17 noviembre 2015

Ante el yihadismo y el terror del fundamentalismo político-religioso


El Daesh* (denominación que se da a sí mismo), o Estado Islámico, también conocido por la sigla en inglés ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) está sembrando el terror no solamente en las zonas que controla, especialmente dentro de las fronteras de Irak y Siria, sino también más allá de éstas, como se ha demostrado en la tremenda masacre perpetrada en París el viernes 13 de noviembre.

Este transeúnte no entrará ahora en debates que podrían no tener fin. Desea más bien presentar un artículo del político y experto Mario Giro, que desde 2014 es subsecretario de Asuntos Exteriores del gobierno italiano.

Giro (Roma, 1958), miembro de la Comunidad de San Egidio, está implicado desde los años ochenta en el diálogo interreligioso, en concreto con el mundo islámico, en el que se ha especializado, y además de haber colaborado en varias tareas de desarrollo en África, en 1996 participó en las reuniones para resolver la crisis de Burundi, y aquel mismo año estuvo presente en las negociaciones del pacto para el futuro de Albania y tuvo un papel destacado en las difíciles conversaciones entre el presidente de Serbia, Slobodan Milošević, y el líder kosovar moderado Ibrahim Rugova para garantizar la enseñanza en lengua albanesa en las escuelas de aquella región, entonces serbia, que se independizaría unilateralmente en 2008 con el apoyo de los Estados Unidos. En 2006, además, participó en diversas misiones de mediación en el Sudán del Sur.

Distinguido en 2010, en París, con el Premio por la Paz Preventiva de la Fundación Chirac por su contribución al diálogo entre los pueblos en guerra de África y los Balcanes, Giro es, pues, una voz autorizada, por sus amplios conocimientos sobre el mundo musulmán, para opinar sobre el tema que nos ocupa. A este transeúnte le parece útil divulgar sus opiniones –aunque personalmente no comparta algunas de ellas– para conocer mejor el trasfondo de esa realidad trágica que nos ha conmovido muy recientemente porque ha supuesto un golpe tremendo para un “Occidente” que, como consecuencia de sus muchos y graves errores, ahora se siente más inseguro que nunca. He aquí, pues, la traducción de la parte más sustancial de su artículo titulado “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”.
* Daesh (داعش) es el acrónimo árabe de ad-Dawlah al-Islamiyah fī 'l-Iraq wa-sh-Sham (Estado Islámico de Irak y Siria).


© de este mapa: Laura Canali / Limes


Algunas claves para entender la complejidad del islamismo en el Oriente Medio

Por Mario Giro

¿Estamos en guerra? La guerra, en efecto, existe, pero en principio no es la nuestra: es la que los musulmanes mantienen entre sí desde hace mucho tiempo. Estamos ante un enfrentamiento sanguinario entre concepciones radicalmente distintas del islamismo que se remonta a la década de 1980; un desafío en el que se entrelazan intereses hegemónicos encarnados por las distintas potencias musulmanas (Arabia Saudita, Turquía, Egipto, Irán, los países del Golfo, etc.) en el contexto de esa globalización que ha vuelto a agitar la historia.

Se trata de una guerra intraislámica sin cuartel que se combate en diversos frentes, en los que surgen continuamente monstruos nuevos, cada vez más terribles: desde el GIA argelino de los años noventa hasta al-Qaeda y el Daesh, pasando por la Yihad Islámica egipcia. El periodista Igor Man los llamaba “la peste de nuestro siglo”. En esta guerra nosotros, europeos y occidentales, no somos los protagonistas principales: es nuestro narcisismo el que nos lleva a pensar que estamos siempre en el centro de todo. Los auténticos protagonistas son otros.

Los atentados de París han tenido como objetivo aterrorizarnos, echarnos del Oriente Medio, que es lo que realmente se pretende. Se trata de una especie de “guerra de los Treinta Años islámica” en la que estamos implicados a causa de nuestra (antigua) presencia en aquella región y de nuestros intereses. La ideología del Daesh siempre ha sido muy clara en este sentido: crear un Estado allí donde los estados actuales fueron establecidos por extranjeros, por lo que son “impuros”.

El Daesh lucha por el poder usando el arma de la “religión verdadera”. Pretende consolidar la umma musulmana (la “casa del islam”, que incluye las comunidades musulmanas en el extranjero) como representación única y legítima del islamismo contemporáneo. Es lo que en el lenguaje islámico se denomina fitna: una escisión, un cisma en el mundo musulmán o, para entendernos, una guerra política “en la” religión, que manipula los signos de la ésta del mismo modo que los nazis usaban signos paganos mezclados con ficciones cristianas. El Daesh, como al-Qaeda, mata sobre todo a musulmanes y ataca a cualquiera que se entrometa en ese conflicto.

Al-Qaeda exigía que se eliminaran las bases estadounidenses de Arabia Saudita con la intención de apoderarse de aquel Estado (y también de Sudán y Afganistán, en connivencia con los talibán). Pero el Daesh aspira a más: conquistar “los corazones y las mentes” de la umma; exigir el fin de toda intervención occidental y rusa en Siria e Irak; crear un nuevo Estado donde existió un antiguo califato: Mesopotamia.

Desde el punto de vista geopolítico, sin embargo, se observa una novedad: mientras que al-Qaeda actuaba en unos estados que todavía eran relativamente fuertes, el Daesh se aprovecha de su fragilidad en el mundo líquido, donde resulta más fácil rebasar las fronteras. En síntesis: no existe un choque de civilizaciones sino que se produce, desde hace mucho tiempo, un choque dentro de una civilización.

A partir de esa realidad incontestable, a Occidente y a Rusia se les plantean dos problemas. El primero es externo, y se refiere a su presencia (política, económica y militar) en el Oriente Medio: la cuestión es si y cómo permanecer allí. El segundo es interno: cómo defender nuestras democracias, basadas en la convivencia entre personas de distintos orígenes, cuando los musulmanes residentes en ellas están de alguna manera comprometidos con una causa tan brutal. Cómo preservar nuestra civilización de las violentas turbulencias de esa otra civilización tan próxima. Si nos limitamos a pedir venganza sin haber entendido el contexto, implicándonos cada vez más en la contienda del Oriente Medio y utilizando el mismo lenguaje belicoso que los terroristas, echamos piedras sobre nuestro propio tejado.

Hay que reforzar más el uso de nuestros servicios de inteligencia y la coordinación entre cuerpos policiales, sobre todo en el ámbito de las colectividades inmigrantes de origen árabo-islámicas, que representan una importante fuente de recursos para el terrorismo islámico. A la vez, debe llamarnos la atención que los atentados se multipliquen a medida que el Estado Islámico pierde terreno en Siria.  Es necesario, además, mantener la serenidad en nuestro ámbito social, lo cual significa no ceder a los llamamientos al odio, pues escuchar a quienes piden venganza puede hacer que, por rencor, nuestras ciudades se conviertan en guetos enfrentados desde los que se difundiría, sin duda, la cultura del desprecio y la enemistad.

Sería propio de aprendices de brujo inconscientes prender fuego a nuestro clima social y provocar resentimientos. Eso sólo serviría para facilitar insensatamente el control de las comunidades islámicas occidentales a los terroristas, cediendo a su lógica del odio en nuestros propios países. 

Por otra parte, debemos establecer políticas comunes sobre la guerra de Siria, que es el crisol donde de configuran los terroristas. Imponer una tregua y negociar se ha convertido en una prioridad estratégica, porque solamente el final de aquel conflicto podrá ayudarnos. Añadir guerra a la guerra solamente puede producir efectos devastadorescomo proclama el papa Francisco con respecto a Siria. Hasta ahora hemos cometido muchos errores: Occidente ha actuado dividido, algunos gobiernos han entrado en acción, otros han optado por el silencio pero han proporcionado armas, y algunos se han mostrado vacilantes; nunca se ha hablado de forma consensuada, con una sola voz, a los estados vecinos de Siria e Irak.

Por último, hemos de ocuparnos urgentemente del resto de la región geopolítica mediterránea: Libia, que para Italia es prioritaria (allí, por lo menos, se ha frenado el conflicto bélico mediante el embargo de armas); el Yemen; la estabilización de Irak; la fragilidad del Líbano, de Egipto, de Túnez…

Aunque, en parte, todas esas crisis están relacionadas entre sí, hay que distinguir entre ellas. Al Daesh le sería muy útil reunirlas en un único conflicto de grandes proporciones (su propaganda es clara al respecto) para mostrarse más poderoso de lo que realmente es. Para evitarlo se necesitan alianzas muy sólidas con los Estados islámicos que consideramos moderados: sería una manera de evitarles caer en la trampa de yihadismo, que pretende llevarlos a su terreno. Cada conflicto, tanto en el Oriente Medio como en el Mediterráneo, requiere un tratamiento específico, y hay que esforzarse para hacer esa labor conjuntamente. En otras palabras: permanecer en el Oriente Medio requiere un compromiso político continuo y de largo alcance.

Es tarea prioritaria infiltrarse en la espiral de los foreign fighters [combatientes extranjeros] para acabar con sus redes de captación. No me sorprende en absoluto que entre quienes atentaron en París hubiera viejos conocidos de la policía francesa. Existen también filones residuales de los años noventa que no fueron aniquilados por completo y que se reactivan para apoyar a quienes consideran hegemónicos en su ámbito. Puede que haya combatientes extranjeros que regresen a sus países: se trata de entender la génesis del fenómeno.

Se ha hablado de “lobos solitarios”: ahora estamos en presencia de una manada. Un restaurante, un café, un estadio, una sala de conciertos…, no representan objetivos reales imaginables, señal de que quienes ejecutan esas acciones no necesitan un adiestramiento especial para hacerlo. Lo que sorprende es que dispongan de armas de guerra, que no son fáciles de conseguir en Francia. Combatir el fenómeno de los foreign fighters significa implicar a las comunidades islámicas, no empujarlas hacia la salida.

Y todo eso debe hacerse simultáneamente. Gritar que estamos en guerra sin saber en qué guerra, invocando irresponsables actos de venganza y reacciones armadas, hace que podamos caer fácilmente en la emboscada yihadista. Ahí es precisamente donde el Estado Islámico quiere llevarnos para poder acceder al islam europeo y, sobre todo, al de los países del sur de nuestro continente. Quieren dividir el terreno en dos bandos contrapuestos, jugando con el hecho, que dan por descontado, de que los musulmanes acabarán poniéndose de su parte. Por esta razón, la propaganda del Daesh (como antes la de al-Qaeda) parece dirigida a Occidente, pero en realidad le está hablando a la umma islámica para que reaccione.  

Contener y parar la guerra de Siria es el único modo de drenar el lago terrorista. La operación será larga y compleja, habrá más atentados, pero es el único camino que, a la larga, servirá para alcanzar el objetivo. Se trata (y no es fácil) de hacer que dialoguen enemigos acérrimos, de ceder asientos en las mesas de negociación a gente que no nos gusta (Assad y los suyos) o a formaciones rebeldes ambiguas; pero es el único modo. Ir a Siria por separado, en cambio, es complacer a la Daesh y facilitar sus estrategias: un Occidente y una Rusia divididos en todos los frentes favorecen a quienes están creando un “Estado” alternativo: lo que digo no es más que repetir una vieja lección de historia.

¿Conviene, pues, una operación militar europea directa, boots on the ground [botas sobre el terreno]? Me parece que no, al menos por ahora, pues podría conducir a la derrota. Lo que se necesita, y con urgencia, es que los rebeldes sirios y las milicias de Assad, con sus respectivos aliados, entiendan que existe un enemigo común, se sienten y hablen. El Estado Islámico se presenta muy hábilmente a la umma como una opción “distinta”, sin alianzas con nadie, patriótico, anticolonialista, no global ni envenenado por intereses extranjeros, y puramente islámico, duro pero nacional (en el sentido que tienen, para el islam político, patria y nación). Si se actuara así se pondría en peligro la supervivencia de todos: de Occidente, de Rusia, de Assad, de los rebeldes, de los kurdos y de las otras minorías. Los únicos que parecen haberlo entendido son los kurdos, para quienes hay un único enemigo común surgido del vacío de poder. Las negociaciones deben partir de estas premisas, y en ellas han de participar también los rusos y los iraníes.

El objetivo mínimo es una tregua inmediata; el máximo, un pacto para el futuro de Siria. Sólo si se cumplen estas condiciones se podrá emprender una operación internacional terrestre que intente estabilizar el país y poner al Daesch de espaldas contra la pared. Sólo así podrá desvelarse qué es realmente el Estado Islámico: un hatajo de ex militares iraquíes y de fanáticos yihadistas procedentes del pasado que se han estado aprovechando de nuestra división.

Claro que se puede optar por otra solución; despreocuparse de todo y retirarse, irse del Oriente Medio, renunciar a todos los intereses y abandonar a los países del sur a su dramático destino. Hay quien lo piensa, hay quien lo propone. Si Occidente abandonara el Oriente Medio, probablemente se detendrían los atentados en Europa pero, en contrapartida, aumentaría el número de víctimas en aquella región. De hacerlo, permitiríamos que el lago yihadista se convirtiera en un mar, lo cual no es una opción.

Traducción del italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut


(Esta es una versión reducida del artículo de Mario Giro “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”, publicado en Limes, Rivista italiana di geopolitica, el 14 de noviembre de 2015.)