26 agosto 2015

Antonio Scialoja, un economista napolitano que contribuyó al desarrollo de la Italia unida

Escena del entusiasmo popular por la entrada de Giuseppe Garibaldi y sus tropas 
en Nápoles (capital del Reino de las Dos Sicilias) el 7 de septiembre de 1860, 
según un dibujo coloreado del artista suizo Franz Wenzel. 

El transeúnte tiene la convicción de que la historia no es precisamente una disciplina que se estudie bien (o, dicho de otro modo y en otros términos, de que solo se enseña, y casi siempre mal e ideológicamente distorsionada, la historia nacional, olvidando que el resto del mundo también existe y en él no han ocurrido únicamente los grandes enfrentamientos bélicos).

No es frecuente que se tengan conocimientos medianamente amplios de lo que supusieron las unificaciones de países como Alemania e Italia en el siglo XIX, ni de cómo estaban constituidos los grandes imperios modernos: a la pregunta de qué diferencia hubo entre el Imperio austriaco y el Imperio austrohúngaro, por ejemplo, pocos saben contestar coherentemente, si es que tienen alguna respuesta; y si nos alejamos un poco hacia oriente, ¿cuántos sitúan el Imperio otomano en toda su extensión geográfica y saben cuál fue su capital?

Por eso, a este transeúnte le parece oportuno presentar este texto en el que, a través de un personaje tal vez algo secundario, pero sin duda importante, se revisa parte del proceso de unificación de lo que en 1861 acabaría siendo el Reino de Italia. Agradece, pues, a Lucio D’Isanto que se haya prestado a la reducción y adaptación del texto que presenta a continuación.


Europa vista desde el Japón a mediados del siglo XIX.

Antonio Scialoja: cuando la lira unió a Italia

Por Lucio D’Isanto

Hay figuras históricas que tuvieron una gran importancia, gozaron de gran popularidad y al cabo del tiempo han sido olvidadas. Se trata, por lo general, de personas que contribuyeron, con ideas y acciones, a la evolución de sus países. Una de ellas es Antonio Scialoja, que fue diputado por Pozzuoli (Nápoles) tras las elecciones de 1848, durante la brevísima experiencia constitucional del Reino de las Dos Sicilias, y más tarde ministro de la importantísima cartera de Finanzas del Reino de Italia en un año crucial, 1866. Se convirtió así en uno de los protagonistas de la vida política italiana de aquella época.

Antonio Scialoja.

Rescatar esta ilustre figura es útil para entender mejor algunos aspectos de la actualidad. Las vicisitudes de la lira, que acabó convirtiéndose en moneda única en toda Italia, nos permiten comprender mejor los vaivenes actuales del euro y el debate que inflama últimamente las crónicas de la prensa. Scialoja fue decisivo en aquella fase histórica, y se le recuerda como el economista italiano más autorizado en el período que va de 1850 a 1870.

Antonio Scialoja nació el 31 de julio de 1817 en el entonces pequeño municipio de San Giovanni a Teduccio, convertido hoy en un barrio de la periferia oriental de Nápoles. Lo bautizaron con el nombre de Antonio en honor de su tío, que fue uno de los mártires de la República Partenopea en 1799; su familia, de ideas liberales, originaria de España, se estableció en el sur de Italia a comienzos del siglo XVI, en la época de los primeros virreyes españoles.

En Scialoja destaca “el amor por la economía social” (se ha dicho que fue un precursor del socialismo liberal). Su obra de juventud Principi di economia sociale esposti in ordine ideologico (1840), fruto de sus estudios económico-filosóficos, supuso una sorpresa en los ámbitos científicos, sobre todo teniendo en cuenta que la había escrito un muchacho de 23 años. Sin embargo, levantó sospechas en el gobierno borbónico del Reino de las Dos Sicilias, donde se temía que Scialoja se sirviera de las teorías científicas y del tecnicismo económico para difundir el liberalismo.

El Reino de las Dos Sicilias, creado en 1816 e integrado en el nuevo Reino de Italia en 1861. 
Fue gobenado por una rama de los Borbones españoles.

En 1844 viajó a Francia e Inglaterra, lo cual le permitió darse a conocer en los ámbitos científicos y liberales de ambos países. Al año siguiente, al no haber conseguido la cátedra de Economía Política de la Universidad de Nápoles, emigró al Piamonte, donde Cesare Alfieri, el magistrado supremo de la Reforma de los Estudios, le proporcionó la misma cátedra en la Universidad de Turín.

Scialoja regresó a Nápoles tras los violentos disturbios de 1848, cuando se formó el gobierno de tintes liberales presidido por Carlo Troja tras la constitución que se vio obligado a firmar Fernando II de las Dos Sicilias, y fue nombrado ministro de Agricultura y Comercio. En aquel confuso contexto contribuyó a instaurar un parlamento relativamente moderno y avanzado con la oposición de un soberano que solo esperaba el momento más oportuno para derogar aquella constitución emanada a regañadientes, lo que conseguiría a medias (pues únicamente pudo suspenderla) en 1849.

Fernando II de las Dos Sicilias.

Aquella traicionera decisión del borbón hizo que Scialoja fuera detenido y encarcelado. Durante un escandaloso proceso que tuvo resonancias en toda Europa, ocho exministros y cuarenta y cuatro exdiputados fueron acusados de lesa majestad. Uno de ellos, Silvio Spaventa, fue condenado a muerte, y Scialoja a nueve años de reclusión: sin embargo, las presiones internacionales obligaron al rey, al cabo de tres años, a conmutar las penas por la de exilio perpetuo del reino. Scialoja decidió establecerse en Turín, pero mientras tanto su cátedra había sido ocupada por otra persona.

Fue Cavour, por aquel entonces ministro de Agricultura del Reino de Cerdeña, que lo tenía en gran estima, quien, en 1853, acudió en su ayuda nombrándolo asesor legal de la Oficina del Catastro del Piamonte. Scialoja tuvo un papel decisivo en la Reforma Agraria y redactó importantes textos de derecho y economía. Al mismo tiempo, divulgó las ideas liberales de Cavour en los periódicos Il Risorgimento e Il Secolo XIX. Más tarde, cuando Cavour fue nombrado presidente del Consejo de Ministros, le encargó oficiosamente delicadas tareas diplomáticas.

Pero destaca por encima de todo una obra fundamental, Note e confronti dei bilanci del Regno di Napoli e degli Stati Sardi (1857), donde explica cómo el Piamonte, en pocos años, se había convertido en uno de los países económicamente más avanzados de Europa, mientras que el Reino de las Dos Sicilias, que Fernando II se empeñaba en mantener ajeno al mundo moderno, permanecía “encajonado entre el agua bendita (los Estados Pontificios) y el agua salada (del mar)” y era uno de los más atrasados. Vaticinó además, con gran visión de futuro, lo que ocurriría cuando se hiciera realidad la ansiada unificación de Italia: sostenidas por un férreo régimen aduanero, que las mantenía al margen de toda competencia, las industrias meridionales serían barridas por las piamontesas que, gracias al régimen competitivo instaurado por Cavour y al libre comercio, ofrecían productos de mayor calidad a buenos precios.

Camillo Benso, conde de Cavour, retratado en 1864 por Francesco Hayez.

En la misma obra, Scialoja pone de manifiesto que el balance económico de las Dos Sicilias era activo solo porque los gobiernos borbónicos tendían a atesorar en vez de invertir, mientras que el Piamonte estaba en déficit porque invertía en ferrocarriles y en la modernización de la agricultura, lo cual producía riqueza.

Cuando se proclamó la unidad de Italia (1861) Scialoja fue elegido diputado y, tras la muerte de Cavour, nombrado Secretario General del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Sin embargo, cuando tuvo que demostrar realmente su valía fue a la hora de hacer frente a los gastos de la Tercera Guerra de la Independencia (1866), para cuya tarea fue nombrado ministro de Finanzas. Tomó entonces la atrevida e impopular decisión –revolucionaria en aquella época– de desvincular la lira, como unidad monetaria de la Italia unida, de la paridad con el oro y de imprimir papel moneda. Ello permitió a Italia afrontar sus compromisos con los acreedores nacionales y los del mercado internacional.

Billete de 2 liras con la efigie de Cavour, impreso por el American Bank Note Company 
de Nueva York, emitido por el Banco Nacional del Reino de Italia el 25 de julio de 1866.

El liberal Scialoja mantuvo arduas polémicas con el otro gran economista italiano de aquella época, Francesco Ferrara, que defendía las tesis proteccionistas, vigentes sobre todo en los imperios centrales. En 1874, enfermo, se estableció en Egipto, donde fue nombrado consejero financiero del virrey Ismail Pashá, un hombre de mentalidad europea que intentó reordenar las finanzas del país (sometido entonces al Imperio otomano).

Al agravarse su estado de salud, Scialoja regresó a Italia y murió en la isla de Procida, próxima a Nápoles, el 13 de octubre de 1877.

Traducción del italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut

El autor

Lucio d’Isanto (Nápoles, 1951) se licenció en Ciencias Políticas en 1975 con una tesis sobre Antonio Scialoja, y en 1980 terminó su especialización en la Escuela Superior de Administración Pública. Entre 1975 y 1979 trabajó como investigador en la cátedra de Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Nápoles. Publicó los ensayos Figure e problemi del meridionalismo (1978), Privilegi della città di Pozzuoli nel periodo vicereale (2012, texto basado en dos documentos inéditos, escrito en en colaboración con su hijo Claudio) y Pasquale – Un moderno Candido nel vortice della storia (2013, sobre las vicisitudes de su padre, Pasquale D’Isanto, internado por motivos políticos en el campo de exterminio nazi de Mauthausen, del que fue uno de los escasos supervivientes). Fue funcionario del Ministerio de Justicia italiano y juez de paz de Pozzuoli. Falleció el 5 de junio de 2017.


(Este texto es una adaptación abreviada, autorizada por el autor, Lucio D’Isanto, 
de su artículo “Antonio Scialoja: Quando la lira unì l’Italia”, publicado en Altritaliani.net el 25 de julio de 2015.)

11 agosto 2015

[Marginalia] La precavida sensibilidad musical del “amado líder” norcoreano

Esta es la música preferida de Kim Jong-un, el “amado líder” 
de la República Popular Democrática de Corea.

Nadie ignora (o nadie debería ignorar a estas alturas) que en la República Popular Democrática de Corea, Corea del Norte en términos llanos, rige uno de los regímenes más cerriles del mundo, una dictadura personal, dinástica y hostil a todo lo externo que se obstina por permanecer aislada. Al pérfido dirigente Kim Jong-il, de míticos orígenes, difunto a bordo de un tren (la idea de viajar en avión le provocaba pánico) el 17 de diciembre de 2011, le sucedió su hijo y oficialmente heredero, Kim Jong-un, hecho a imagen y semejanza de su despótico padre (los coreanos dicen, jocosamente, que fue clonado).

Kim Jong-un.

El régimen personalista y autoritario de este singular personaje, arropado por un disciplinado ejército, decide todos los detalles de la vida en el país, dejando pequeños, en comparación, a muchos de los dictadores que en el mundo han sido y son, con la particularidad de que un espeso muro de silencio oculta la realidad de lo que ocurre en aquel país de 120.000 kilómetros cuadrados y unos 24 millones de habitantes, según censos que no se han podido contrastar.

Dos de los instrumentos más poderosos del régimen, como suele ser habitual en todo totalitarismo, son la represión y la propaganda, según la cual el Presidente Eterno de la República, como se le denomina en la Constitución, goza de la admiración y la veneración casi divina de más del 99 % de la población, con lo cual queda todo dicho.

Recientemente, a las múltiples tareas de Kim Jong-un se ha sumado la preocupación por la música y por evitar que ésta caiga en la decadencia que caracteriza al resto del mundo, por lo que ha ordenado a su Departamento de Propaganda, encargado también de la censura, que vele por evitar no solamente la infiltración del K-pop, tan en boga en Corea del Sur, y otras “inmundicias” occidentales, sino incluso la divulgación de fragmentos de composiciones norcoreanas –algunas de la cuales se han popularizado a través de la cinematografía nacional– que, fuera de contexto, “insinúen a los ciudadanos la idea de la protesta y la crítica”.

Sobre esta cuestión ha escrito Andrea Pira en el periódico italiano Il Fatto Quotidiano*, y se ha preguntado hasta qué punto llegará la censura para permitir la actuación en la capital norcoreana, Pyongyang, de la banda eslovena Laibach, anunciada oficialmente para participar, los días 19 y 20 de agosto, en los actos conmemorativos del septuagésimo aniversario de la “liberación del dominio japonés”: una supuesta señal de “apertura” del régimen para acallar ciertas habladurías.

Pyongyang, la capital de Corea del Norte, 
poblada por más de tres millones de personas.
(Foto © Samluellwitz Wordpress)

Este transeúnte añade que Laibach (que curiosamente es el nombre que recibió la capital eslovena, Liubliana, durante la ocupación alemana de Yugoslavia en la segunda guerra mundial) suele combinar simbología nazi y estalinista en sus acciones, que es como denomina sus actuaciones públicas, y sus componentes se han manifestado reiteradamente contra la supremacía anglosajona en el mundo. Dato nada insignificante en el contexto del que hablamos.


El grupo musical esloveno Leibach y su estética.
(Fuente: 24ur.com, Liubliana, 2010)

Los censores del gran líder revisan con esmero las letras de las canciones que interpretará el grupo esloveno, pero quizá no deban temer nada, ya que Jani Novak, uno de los músicos de Laibach, ha dejado claro en una entrevista que tanto él como sus compañeros se comportarán “como corresponde hacer a cualquier invitado” y aceptarán de muy buen grado todas las sugerencias que se les hagan; ha aprovechado la ocasión, además, para culpar de la situación actual de los norcoreanos “a la intervención en la península [de Corea] de ciertas potencias extranjeras”, en clara alusión a los Estados Unidos y China. Palabras que a los oídos de Kim Jong-un y sus generales deben de sonar a música celestial, como puntualiza Andrea Pira. ¿Otra de las numerosas provocaciones de Leibach? ¿Otra de las habituales maniobras de distracción de Kim Jong-un?


Anuncio de la actuación de Leibach en Corea del Norte.

* Andrea Pira: “Corea del Nord, la censura sulla musica di Kim Jong-un: ‘Vietate le canzoni che incitano alla protesta’”, en Il Fatto Quotidiano, Roma, 31 de julio de 2015.

POST SCRIPTUM: Información sobre el concierto de Laibach en Pyongyang y sobre la fría reacción del público norcoreano en La Vanguardia, Barcelona, 21 de agosto de 2015.