17 noviembre 2015

Ante el yihadismo y el terror del fundamentalismo político-religioso


El Daesh* (denominación que se da a sí mismo), o Estado Islámico, también conocido por la sigla en inglés ISIS (Islamic State of Iraq and Syria) está sembrando el terror no solamente en las zonas que controla, especialmente dentro de las fronteras de Irak y Siria, sino también más allá de éstas, como se ha demostrado en la tremenda masacre perpetrada en París el viernes 13 de noviembre.

Este transeúnte no entrará ahora en debates que podrían no tener fin. Desea más bien presentar un artículo del político y experto Mario Giro, que desde 2014 es subsecretario de Asuntos Exteriores del gobierno italiano.

Giro (Roma, 1958), miembro de la Comunidad de San Egidio, está implicado desde los años ochenta en el diálogo interreligioso, en concreto con el mundo islámico, en el que se ha especializado, y además de haber colaborado en varias tareas de desarrollo en África, en 1996 participó en las reuniones para resolver la crisis de Burundi, y aquel mismo año estuvo presente en las negociaciones del pacto para el futuro de Albania y tuvo un papel destacado en las difíciles conversaciones entre el presidente de Serbia, Slobodan Milošević, y el líder kosovar moderado Ibrahim Rugova para garantizar la enseñanza en lengua albanesa en las escuelas de aquella región, entonces serbia, que se independizaría unilateralmente en 2008 con el apoyo de los Estados Unidos. En 2006, además, participó en diversas misiones de mediación en el Sudán del Sur.

Distinguido en 2010, en París, con el Premio por la Paz Preventiva de la Fundación Chirac por su contribución al diálogo entre los pueblos en guerra de África y los Balcanes, Giro es, pues, una voz autorizada, por sus amplios conocimientos sobre el mundo musulmán, para opinar sobre el tema que nos ocupa. A este transeúnte le parece útil divulgar sus opiniones –aunque personalmente no comparta algunas de ellas– para conocer mejor el trasfondo de esa realidad trágica que nos ha conmovido muy recientemente porque ha supuesto un golpe tremendo para un “Occidente” que, como consecuencia de sus muchos y graves errores, ahora se siente más inseguro que nunca. He aquí, pues, la traducción de la parte más sustancial de su artículo titulado “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”.
* Daesh (داعش) es el acrónimo árabe de ad-Dawlah al-Islamiyah fī 'l-Iraq wa-sh-Sham (Estado Islámico de Irak y Siria).


© de este mapa: Laura Canali / Limes


Algunas claves para entender la complejidad del islamismo en el Oriente Medio

Por Mario Giro

¿Estamos en guerra? La guerra, en efecto, existe, pero en principio no es la nuestra: es la que los musulmanes mantienen entre sí desde hace mucho tiempo. Estamos ante un enfrentamiento sanguinario entre concepciones radicalmente distintas del islamismo que se remonta a la década de 1980; un desafío en el que se entrelazan intereses hegemónicos encarnados por las distintas potencias musulmanas (Arabia Saudita, Turquía, Egipto, Irán, los países del Golfo, etc.) en el contexto de esa globalización que ha vuelto a agitar la historia.

Se trata de una guerra intraislámica sin cuartel que se combate en diversos frentes, en los que surgen continuamente monstruos nuevos, cada vez más terribles: desde el GIA argelino de los años noventa hasta al-Qaeda y el Daesh, pasando por la Yihad Islámica egipcia. El periodista Igor Man los llamaba “la peste de nuestro siglo”. En esta guerra nosotros, europeos y occidentales, no somos los protagonistas principales: es nuestro narcisismo el que nos lleva a pensar que estamos siempre en el centro de todo. Los auténticos protagonistas son otros.

Los atentados de París han tenido como objetivo aterrorizarnos, echarnos del Oriente Medio, que es lo que realmente se pretende. Se trata de una especie de “guerra de los Treinta Años islámica” en la que estamos implicados a causa de nuestra (antigua) presencia en aquella región y de nuestros intereses. La ideología del Daesh siempre ha sido muy clara en este sentido: crear un Estado allí donde los estados actuales fueron establecidos por extranjeros, por lo que son “impuros”.

El Daesh lucha por el poder usando el arma de la “religión verdadera”. Pretende consolidar la umma musulmana (la “casa del islam”, que incluye las comunidades musulmanas en el extranjero) como representación única y legítima del islamismo contemporáneo. Es lo que en el lenguaje islámico se denomina fitna: una escisión, un cisma en el mundo musulmán o, para entendernos, una guerra política “en la” religión, que manipula los signos de la ésta del mismo modo que los nazis usaban signos paganos mezclados con ficciones cristianas. El Daesh, como al-Qaeda, mata sobre todo a musulmanes y ataca a cualquiera que se entrometa en ese conflicto.

Al-Qaeda exigía que se eliminaran las bases estadounidenses de Arabia Saudita con la intención de apoderarse de aquel Estado (y también de Sudán y Afganistán, en connivencia con los talibán). Pero el Daesh aspira a más: conquistar “los corazones y las mentes” de la umma; exigir el fin de toda intervención occidental y rusa en Siria e Irak; crear un nuevo Estado donde existió un antiguo califato: Mesopotamia.

Desde el punto de vista geopolítico, sin embargo, se observa una novedad: mientras que al-Qaeda actuaba en unos estados que todavía eran relativamente fuertes, el Daesh se aprovecha de su fragilidad en el mundo líquido, donde resulta más fácil rebasar las fronteras. En síntesis: no existe un choque de civilizaciones sino que se produce, desde hace mucho tiempo, un choque dentro de una civilización.

A partir de esa realidad incontestable, a Occidente y a Rusia se les plantean dos problemas. El primero es externo, y se refiere a su presencia (política, económica y militar) en el Oriente Medio: la cuestión es si y cómo permanecer allí. El segundo es interno: cómo defender nuestras democracias, basadas en la convivencia entre personas de distintos orígenes, cuando los musulmanes residentes en ellas están de alguna manera comprometidos con una causa tan brutal. Cómo preservar nuestra civilización de las violentas turbulencias de esa otra civilización tan próxima. Si nos limitamos a pedir venganza sin haber entendido el contexto, implicándonos cada vez más en la contienda del Oriente Medio y utilizando el mismo lenguaje belicoso que los terroristas, echamos piedras sobre nuestro propio tejado.

Hay que reforzar más el uso de nuestros servicios de inteligencia y la coordinación entre cuerpos policiales, sobre todo en el ámbito de las colectividades inmigrantes de origen árabo-islámicas, que representan una importante fuente de recursos para el terrorismo islámico. A la vez, debe llamarnos la atención que los atentados se multipliquen a medida que el Estado Islámico pierde terreno en Siria.  Es necesario, además, mantener la serenidad en nuestro ámbito social, lo cual significa no ceder a los llamamientos al odio, pues escuchar a quienes piden venganza puede hacer que, por rencor, nuestras ciudades se conviertan en guetos enfrentados desde los que se difundiría, sin duda, la cultura del desprecio y la enemistad.

Sería propio de aprendices de brujo inconscientes prender fuego a nuestro clima social y provocar resentimientos. Eso sólo serviría para facilitar insensatamente el control de las comunidades islámicas occidentales a los terroristas, cediendo a su lógica del odio en nuestros propios países. 

Por otra parte, debemos establecer políticas comunes sobre la guerra de Siria, que es el crisol donde de configuran los terroristas. Imponer una tregua y negociar se ha convertido en una prioridad estratégica, porque solamente el final de aquel conflicto podrá ayudarnos. Añadir guerra a la guerra solamente puede producir efectos devastadorescomo proclama el papa Francisco con respecto a Siria. Hasta ahora hemos cometido muchos errores: Occidente ha actuado dividido, algunos gobiernos han entrado en acción, otros han optado por el silencio pero han proporcionado armas, y algunos se han mostrado vacilantes; nunca se ha hablado de forma consensuada, con una sola voz, a los estados vecinos de Siria e Irak.

Por último, hemos de ocuparnos urgentemente del resto de la región geopolítica mediterránea: Libia, que para Italia es prioritaria (allí, por lo menos, se ha frenado el conflicto bélico mediante el embargo de armas); el Yemen; la estabilización de Irak; la fragilidad del Líbano, de Egipto, de Túnez…

Aunque, en parte, todas esas crisis están relacionadas entre sí, hay que distinguir entre ellas. Al Daesh le sería muy útil reunirlas en un único conflicto de grandes proporciones (su propaganda es clara al respecto) para mostrarse más poderoso de lo que realmente es. Para evitarlo se necesitan alianzas muy sólidas con los Estados islámicos que consideramos moderados: sería una manera de evitarles caer en la trampa de yihadismo, que pretende llevarlos a su terreno. Cada conflicto, tanto en el Oriente Medio como en el Mediterráneo, requiere un tratamiento específico, y hay que esforzarse para hacer esa labor conjuntamente. En otras palabras: permanecer en el Oriente Medio requiere un compromiso político continuo y de largo alcance.

Es tarea prioritaria infiltrarse en la espiral de los foreign fighters [combatientes extranjeros] para acabar con sus redes de captación. No me sorprende en absoluto que entre quienes atentaron en París hubiera viejos conocidos de la policía francesa. Existen también filones residuales de los años noventa que no fueron aniquilados por completo y que se reactivan para apoyar a quienes consideran hegemónicos en su ámbito. Puede que haya combatientes extranjeros que regresen a sus países: se trata de entender la génesis del fenómeno.

Se ha hablado de “lobos solitarios”: ahora estamos en presencia de una manada. Un restaurante, un café, un estadio, una sala de conciertos…, no representan objetivos reales imaginables, señal de que quienes ejecutan esas acciones no necesitan un adiestramiento especial para hacerlo. Lo que sorprende es que dispongan de armas de guerra, que no son fáciles de conseguir en Francia. Combatir el fenómeno de los foreign fighters significa implicar a las comunidades islámicas, no empujarlas hacia la salida.

Y todo eso debe hacerse simultáneamente. Gritar que estamos en guerra sin saber en qué guerra, invocando irresponsables actos de venganza y reacciones armadas, hace que podamos caer fácilmente en la emboscada yihadista. Ahí es precisamente donde el Estado Islámico quiere llevarnos para poder acceder al islam europeo y, sobre todo, al de los países del sur de nuestro continente. Quieren dividir el terreno en dos bandos contrapuestos, jugando con el hecho, que dan por descontado, de que los musulmanes acabarán poniéndose de su parte. Por esta razón, la propaganda del Daesh (como antes la de al-Qaeda) parece dirigida a Occidente, pero en realidad le está hablando a la umma islámica para que reaccione.  

Contener y parar la guerra de Siria es el único modo de drenar el lago terrorista. La operación será larga y compleja, habrá más atentados, pero es el único camino que, a la larga, servirá para alcanzar el objetivo. Se trata (y no es fácil) de hacer que dialoguen enemigos acérrimos, de ceder asientos en las mesas de negociación a gente que no nos gusta (Assad y los suyos) o a formaciones rebeldes ambiguas; pero es el único modo. Ir a Siria por separado, en cambio, es complacer a la Daesh y facilitar sus estrategias: un Occidente y una Rusia divididos en todos los frentes favorecen a quienes están creando un “Estado” alternativo: lo que digo no es más que repetir una vieja lección de historia.

¿Conviene, pues, una operación militar europea directa, boots on the ground [botas sobre el terreno]? Me parece que no, al menos por ahora, pues podría conducir a la derrota. Lo que se necesita, y con urgencia, es que los rebeldes sirios y las milicias de Assad, con sus respectivos aliados, entiendan que existe un enemigo común, se sienten y hablen. El Estado Islámico se presenta muy hábilmente a la umma como una opción “distinta”, sin alianzas con nadie, patriótico, anticolonialista, no global ni envenenado por intereses extranjeros, y puramente islámico, duro pero nacional (en el sentido que tienen, para el islam político, patria y nación). Si se actuara así se pondría en peligro la supervivencia de todos: de Occidente, de Rusia, de Assad, de los rebeldes, de los kurdos y de las otras minorías. Los únicos que parecen haberlo entendido son los kurdos, para quienes hay un único enemigo común surgido del vacío de poder. Las negociaciones deben partir de estas premisas, y en ellas han de participar también los rusos y los iraníes.

El objetivo mínimo es una tregua inmediata; el máximo, un pacto para el futuro de Siria. Sólo si se cumplen estas condiciones se podrá emprender una operación internacional terrestre que intente estabilizar el país y poner al Daesch de espaldas contra la pared. Sólo así podrá desvelarse qué es realmente el Estado Islámico: un hatajo de ex militares iraquíes y de fanáticos yihadistas procedentes del pasado que se han estado aprovechando de nuestra división.

Claro que se puede optar por otra solución; despreocuparse de todo y retirarse, irse del Oriente Medio, renunciar a todos los intereses y abandonar a los países del sur a su dramático destino. Hay quien lo piensa, hay quien lo propone. Si Occidente abandonara el Oriente Medio, probablemente se detendrían los atentados en Europa pero, en contrapartida, aumentaría el número de víctimas en aquella región. De hacerlo, permitiríamos que el lago yihadista se convirtiera en un mar, lo cual no es una opción.

Traducción del italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut


(Esta es una versión reducida del artículo de Mario Giro “Parigi: il branco di lupi, lo Stato Islamico e quello che possiamo fare”, publicado en Limes, Rivista italiana di geopolitica, el 14 de noviembre de 2015.)

07 octubre 2015

[Marginalia] El drama en infinitos actos de los refugiados del Próximo y Medio Oriente

De este modo suelen llegar los migrantes a la isla griega de Lesbos 
en busca de refugio. Al fondo, la costa turca.
(Foto © Picture Alliance / Scanpix Denma)



La guerra que asola, sobre todo, Afganistán, Pakistán, Irak, Yemen y Siria en esta segunda década del siglo XXI ha provocado una de las migraciones más imponentes y dramáticas de la historia reciente de Europa. Nos enteramos por informaciones, a menudo sesgadas, de los medios de comunicación. Nos duelen algunas imágenes, algunas crónicas, algunos relatos, pero en realidad sabemos bastante poco de la atroz realidad: la magnitud del drama es inconmensurable.

Millones de habitantes de aquellos países –a los que se han unido muchos africanos– han abandonado sus casas, sus pertenencias e incluso a algunos de sus familiares para buscar refugio en países vecinos, como el Líbano o Jordania, que se han prestado a acogerlos (provisionalmente) en campos habilitados a toda prisa, en condiciones casi siempre precarias. Y centenares de miles de ellos han llegado a Europa con la engañosa esperanza de ser tratados humanitariamente. 

Sin embargo, nuestra vieja y decadente Europa ha olvidado que de ella, en los dos últimos siglos, salieron millones de emigrantes huyendo de la miseria, las persecuciones y las guerras hacia América y Australia, donde pudieron rehacer sus vidas. Algunos países europeos han demostrado su absoluta falta de solidaridad e incluso han levantado barreras para impedir el paso de los fugitivos (el caso más aberrante es el de Hungría). Otros se mantienen en un silencio cómplice. Muy pocos han ofrecido asilo (aunque selectivo) a una pequeña parte de esa inmensa masa de desesperados.


Muchos refugiados consiguieron cruzar las alambradas tendidas 
a lo largo de la frontera entre Serbia y Hungría para poder 
avanzar hacia otros países europeos.
(Fuente: Sputnik France)


A esos seres humanos, muchos de los cuales jamás regresarán a sus países de origen (¿cuántos han dejado sus vidas por el camino?), habría que añadir los que cruzan el Mediterráneo desde el norte de África, pero ese es otro capítulo del infinito drama humanitario.

Ahora que esa calamidad empieza a pasar a segundo plano informativo, el transeúnte, a modo de denuncia, ofrece uno de los muchos testimonios que se han ido recogiendo en los últimos meses: la mayor parte de ellos no ha hallado hueco en los medios de comunicación convencionales, que tratan de ocultar la desvergüenza de los gobiernos y las instituciones de la Unión Europea, aunque, como afortunadamente suele ocurrir en estas situaciones, en casi todos los países la población civil ha sabido estar a la altura de las circunstancias demostrando su generosidad y solidaridad.



Testimonio de una voluntaria francesa de Médicos del Mundo

Por Marjorie Boyet

A su regreso de Lesbos, donde ha trabajado durante cinco semanas para la ONG Médicos del Mundo atendiendo a refugiados procedentes de las costas turcas, la cardióloga francesa Brigitte Maître relata los sufrimientos de que ha sido testigo directo y pone en guardia sobre las “discriminaciones” entre migrantes en busca de refugio.

La doctora Brigitte Maître.
(Fuente: Mâcon Infos)

El pasado 3 de agosto la doctora Brigitte Maître viajó a la isla griega de Lesbos. En el “campo de recepción” de Moria, dice, fueron agrupados “entre 700 y 800” refugiados afganos, mientras que alrededor de aquel centro se hallaban concentrados “unos 2000 o 3000” más. Los sirios fueron reagrupados en la localidad de Kara Tepe.

El Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) calcula que alrededor de 20.000 candidatos al exilio se encuentran actualmente en Lesbos. Los equipos de Médicos del Mundo atienden diariamente a 500 refugiados, según esta cardióloga francesa. Entre los sirios ha encontrado a “heridos de guerra, víctimas de estallidos de obuses, con horribles llagas infectadas”. “Vi a una familia afectada por armas químicas y otras cosas que jamás hubiera imaginado”, explica esta doctora sexagenaria, veterana de otras misiones humanitarias en África y el Próximo Oriente.


Aspecto del campo de refugiados de Moria.
(Foto © Tasos Markou / Demotix)


La aventura de cruzar el mar desde Turquía deja “grandes moratones y llagas producidas por el roce contra las rocas, y quemaduras de primer y segundo grado a causa de la exposición al sol, especialmente en niños. En la última semana, cinco personas murieron ahogadas”, añade la facultativa. “Cuando llegan a las costas griegas, los refugiados tratan de continuar viaje hacia Alemania, Suecia, Bélgica, Dinamarca o el Reino Unido, pero son pocos los que eligen Francia como destino final.”

“La igualdad de oportunidades brilla por su ausencia. Los sirios consiguen sus papeles en un máximo de cinco días. Para los demás, la espera puede ser de dos o tres semanas, ya que el gobierno griego ha establecido prioridades”, dice, y advierte contra el peligro de discriminación entre los refugiados.

“¿Por qué todo el mundo prefiere a los sirios? No puedo decirlo, porque apenas he estado cinco semanas con ellos: son gente como nosotros, he encontrado a abogados, médicos, dentistas, personas con estudios que en muchos casos disponen de dinero; además, llegan después de un recorrido breve y sus condiciones físicas no están tan mermadas”, añade la voluntaria de la ONG.


El cuidado campo de refugiados de Kara Tepe, 
donde están acogidos los refugiados sirios.
(Foto © Daniel Elkan / IRIN)

Por el contrario, la situación de los otros refugiados, como “los afganos, que ya han sufrido cuatro meses de humillaciones antes de llegar allí, cuya cultura está más alejada de la nuestra”, se agrava durante su estancia en Lesbos. Según la doctora Maître “desarrollan la enfermedad del hambre u otros males epidémicos, y van a continuar su ruta hacia el norte de Europa muy debilitados”.

“Teóricamente, todos los refugiados gozan de igualdad de oportunidades a la hora de solicitar asilo”, continúa. Según ella, la organización en la isla de Lesbos se puede considerar bastante buena, y pone como ejemplo la ciudad de Mitilene, donde “la solidaridad ha sido ejemplar, prueba de que cuando la gente se organiza bien todo funciona”. Allí, el alcalde ha movilizado a los servicios públicos, pero también a los ciudadanos, y ha colaborado en la instalación del hospital de la ONG.


El campamento instalado en el puerto de Mitilene 
a instancias del alcalde, Spyros Galinos.
(Fuente: ekathimerini.com)


“Los propios griegos preparan diariamente un millar de raciones de comida y las distribuyen entre los dos principales centros de acogida de la isla"; además proporcionan ropa y productos higiénicos. Pero la doctora teme que “la gran oleada” de migrantes no cesará al menos hasta mediados de octubre, ya que los “pasadores” incitan continuamente a los candidatos al exilio para que se aventuren antes de que empeore el estado del mar.


Este testimonio fue publicado por la agencia France Press (AFP) el 11 de septiembre de 2015. Ha sido traducido y adaptado por Albert Lázaro-Tinaut.

13 septiembre 2015

Entrevista a Mariem Mint Cheikh sobre la esclavitud en Mauritania


Mujeres haratin en el sureste de Mauritania.
(© Ángeles González-Sinde / Intermón Oxfam)

Militante abolicionista, Mariem Mint Cheikh Dieng es una de las principales figuras femeninas de la lucha contra la esclavitud en Mauritania. De origen hartani [1], abrazó la causa abolicionista siguiendo los pasos de su padre, que fue militante de el-Hor, la primera asociación que luchó por la abolición de la esclavitud en su país.

Mariem Mint Cheikh.
(© D.R. / Mondafrique)

En 1983 Mariem se unió en su ciudad natal, Zuérate, a otra asociación, SOS-Esclaves, y en 2007 conoció a Biram Ould Dah Abeid, un militante subversivo que decidió montar su propia organización contra la esclavitud: la (IRA) Initiative de Résurgence du Mouvement Abolitionniste. Mediante sus acciones provocativas, este movimiento adquirió notoriedad más allá de las fronteras mauritanas. Entonces Mariem Mint Cheikh se convirtió en uno de sus miembros más activos, y fue detenida en varias ocasiones por sus actividades militantes. Condenada a prisión en noviembre de 2014, consiguió evitar que la encarcelaran. La entrevistamos.

Pregunta. Desde la IRA, usted denuncia las prácticas esclavistas que aún perduran en Mauritania. ¿En qué consisten esas prácticas?

Respuesta. Las grandes familias árabo-bereberes [2] que ocupan, en buena parte, los puestos de poder político y económico en el país, jamás han acabado con el sistema de servidumbre ni con el racismo. Muchas de ellas continúan teniendo esclavos en sus casas, sometidos con frecuencia a trabajos penosos. Se trata, por lo general, de personas analfabetas cuya propiedad pasa de padres a hijos. Sus hijos menores no son escolarizados y también han de trabajar para sus amos. Su condición de esclavos hace que puedan ser vendidos o intercambiados, como cualquier otro bien. En Mauritania, las víctimas de estas prácticas pertenecen a grupos étnicos de color: los negromauritanos y los heratin, que en conjunto representan aproximadamente el 90 % de la población; el 10 % restante son árabo-bereberes. Esta tradición racista ha creado un sistema social basado en la discriminación y la exclusión. Por ejemplo, como haratin, no pueden acceder a determinados escalafones en el ejército. También es muy difícil que un descendiente de esclavos pueda conseguir un título de propiedad para una parcela de tierra, sobre todo si también aspira a ella un mauro.

Manifestación contra la esclavitud en la capital mauritana, 
Nuakchot, el 26 de abril de 2015. 
(© AFP)

P.
Sin embargo, existe un auténtico arsenal jurídico que no solo prohíbe la esclavitud, sino que además debe sancionarla. Por otro lado, las autoridades han decretado una serie de medidas para intentar poner fin a esas prácticas. ¿Se ha notado alguna evolución en ese sentido?

R. Una ley de 1981 abolió oficialmente la esclavitud, pero la teoría queda todavía muy lejos de la práctica. La falta de control y el temor a actuar contra algunas familias poderosas hacen que la esclavitud persista, al igual que la discriminación. Cambian los rostros pero el sistema esclavista permanece. Una ley del año 2007 prevé, además, que un esclavo puede denunciar su situación en cualquier comisaría para que se abra una investigación y se impongan sanciones. Eso, sin embargo, no ocurre nunca. Por lo general, los esclavos que no gozan de cierta autonomía o no pueden desplazarse, no están en condiciones de tomar iniciativa alguna ni de presentar denuncias. La IRA, por consiguiente, ha decidido ir a buscar a los esclavos en los domicilios de sus amos y presentar denuncias en su nombre en la comisaría o el puesto de policía más próximo.

Una moderna comisaría de policía en Nuakchot.

(Fuente: giz.de)

P. Al convertirse en militante de la IRA, usted ha protagonizado acciones relevantes. ¿Qué aporta la IRA a la lucha contra la esclavitud?

R. En 2010 conseguimos la primera liberación de esclavos. Se trataba de dos muchachas muy jóvenes, de 9 y 14 años, que trabajaban para una mujer. Llevamos a los policías al domicilio de esa persona y pudieron constatar la presencia de las dos sirvientas menores, por lo que detuvieron a la mujer. Fue la primera vez que se puso en práctica una ley existente desde hacía tres años.

Quisimos estar presentes en el interrogatorio a esas dos muchachas. La policía había aceptado, en principio, nuestra petición, pero en el último momento nos negaron ese derecho y nos echaron de allí por la fuerza. Fue entonces cuando me detuvieron juntamente con la esposa de Biram. Nos retuvieron durante tres horas y, mientras salíamos de la comisaría, nos molieron a porrazos. Biram está ahora mismo en prisión. La IRA ha empleado siempre ese método: se trata de presionar, de no movernos de donde sea hasta que se aplique la ley.

Lo mismo ocurrió en 2011, cuando la IRA denunció el caso de seis muchachas esclavizadas en Nuadibú, al norte del país. Hicimos una sentada en la sala del tribunal con la pretensión de no movernos de allí hasta que se dictara sentencia, pero una vez más acabaron echándonos por la fuerza.

Militantes de la IRA manifestándose ante el Palacio 
de Justicia de Nuadibú el 9 de julio de 2011.

(Fuente: Nouadhibou Soir)

P. Sin embargo, el gobierno denuncia sus acciones acusándoles de violencia. Pienso sobre todo en la quema de libros religiosos realizada por Biram Ould Dah Abeid en medio de una plaza para denunciar la justificación de la esclavitud desde el punto de vista de la religión.

Biram Ould Dah Abeid.
(Fuente: Cridem.org)

R. Es algo muy paradójico. Organizamos sentadas pacíficas y presionamos para que se aplique la ley, nos oponemos sin hacer uso de la fuerza en ningún momento. Ellos, en cambio, nos echan a porrazos…, ¡y nos acusan de violentos! Las autoridades y las familias árabo-bereberes que controlan con mano de hierro el poder no soportan que se desafíe el orden social, pues de lo contrario se sentirían amenazadas.

Por otra parte, hay que tener muy claro que el islam rechaza la esclavitud. El Corán no menciona en ningún momento que la esclavitud sea una buena práctica, ni que deba perdurar. Las autoridades y los esclavistas utilizan el islam para preservar sus intereses. Lo que quemó Biram era un libro de Malaquías procedente de Egipto a partir del que algunos exegetas deducen la justificación de la esclavitud. No se trataba, pues, de la quema del Corán, como intentaron hacer creer. Muchos magistrados, pertenecientes en su mayoría a grandes familias, se apoyan en esos textos para dictar sentencias en detrimento de la ley civil, y eso es inadmisible. En 2014 un joven de 28 años fue detenido en Nuadibú por criticar la justificación religiosa de la esclavitud, fue condenado por blasfemia y, para colmo de los colmos, el presidente de la república, Mohamed Uld Abdelaziz, lo atacó en un discurso ante una multitud de seguidores. Esa interpretación religiosa no tiene ningún fundamento.

El presidente de la República Islámica 
de Mauritania, Mohamed Uld Abdelaziz.

(Fuente: Afrik.com)

P. Luego usted fue detenida y encarcelada por haber pedido que pusieran en libertad a Biram Dah Abeid. Explíquenos cuáles fueron las condiciones de su detención.

R. En noviembre de 2014, una decena de militantes de la IRA, entre ellos Biram, fueron detenidos mientras hacían campaña en el sur del país. Para el 13 de noviembre habíamos convocado una manifestación en Nuakchot con el propósito de pedir su puesta en libertad. Fue entonces cuando me detuvieron. Las autoridades sabían que yo había apoyado la candidatura de Biram para las elecciones presidenciales de junio de aquel año. Me tuvieron retenida cinco días en la comisaría hasta que me mandó llamar el fiscal. Luego me encarcelaron durante veintiún días. Allí sufrí maltratos y vejaciones. Algunos presos cómplices del personal penitenciario se dedicaron a insultarme. Estuve esposada durante varias horas y forzada a permanecer de pie. Al término del proceso fui condenada a un año de internamiento, pero con prisión suspendida. Esa es mi condición actual.

La presencia militar en las zonas fronterizas de Mauritania es constante.

(Fuente: Afroline.org)

P. Mauritania es un país aliado de Francia en su lucha contra el terrorismo en el Sahel. ¿Cómo reaccionan los responsables políticos franceses frente al problema de la esclavitud?

R. Para las autoridades francesas esa no es una cuestión prioritaria. Algunos políticos, parlamentarios y miembros de la sociedad civil de Francia nos apoyan, pero no pasan de ahí, porque el interés de Francia por mantener una alianza estrecha con Mauritania es muy grande. Históricamente hay un pacto, más o menos oficial, entre las grandes familias mauritanas y los franceses para que el Sáhara sea un territorio seguro, de manera que ellos puedan sacar provecho de ciertos recursos, especialmente mineros. Esa alianza se mantiene en vigor en el contexto de la lucha contra el terrorismo en esa zona. Los mauros se las componen siempre para influir sobre el poder.

Traducción del francés: Albert Lázaro-Tinaut

[1] Los haratin, de piel oscura, son descendientes de esclavos, pueblan el sur de Mauritania y representan aproximadamente el 40 % de la población de aquel país africano. El singular de haratin es hartani.
[2] Se refiere a los bereberes asimilados, es decir, arabizados, y no a los imazighen (bereberes originarios del norte de África, sometidos a los invasores árabes desde el siglo VII), que continúan luchando por el reconocimiento de su cultura, sus tradiciones y su lengua (véase aquí).


(Esta entrevista se publicó originalmente en Mondafrique el 13 de julio de 2015)

26 agosto 2015

Antonio Scialoja, un economista napolitano que contribuyó al desarrollo de la Italia unida

Escena del entusiasmo popular por la entrada de Giuseppe Garibaldi y sus tropas 
en Nápoles (capital del Reino de las Dos Sicilias) el 7 de septiembre de 1860, 
según un dibujo coloreado del artista suizo Franz Wenzel. 

El transeúnte tiene la convicción de que la historia no es precisamente una disciplina que se estudie bien (o, dicho de otro modo y en otros términos, de que solo se enseña, y casi siempre mal e ideológicamente distorsionada, la historia nacional, olvidando que el resto del mundo también existe y en él no han ocurrido únicamente los grandes enfrentamientos bélicos).

No es frecuente que se tengan conocimientos medianamente amplios de lo que supusieron las unificaciones de países como Alemania e Italia en el siglo XIX, ni de cómo estaban constituidos los grandes imperios modernos: a la pregunta de qué diferencia hubo entre el Imperio austriaco y el Imperio austrohúngaro, por ejemplo, pocos saben contestar coherentemente, si es que tienen alguna respuesta; y si nos alejamos un poco hacia oriente, ¿cuántos sitúan el Imperio otomano en toda su extensión geográfica y saben cuál fue su capital?

Por eso, a este transeúnte le parece oportuno presentar este texto en el que, a través de un personaje tal vez algo secundario, pero sin duda importante, se revisa parte del proceso de unificación de lo que en 1861 acabaría siendo el Reino de Italia. Agradece, pues, a Lucio D’Isanto que se haya prestado a la reducción y adaptación del texto que presenta a continuación.


Europa vista desde el Japón a mediados del siglo XIX.

Antonio Scialoja: cuando la lira unió a Italia

Por Lucio D’Isanto

Hay figuras históricas que tuvieron una gran importancia, gozaron de gran popularidad y al cabo del tiempo han sido olvidadas. Se trata, por lo general, de personas que contribuyeron, con ideas y acciones, a la evolución de sus países. Una de ellas es Antonio Scialoja, que fue diputado por Pozzuoli (Nápoles) tras las elecciones de 1848, durante la brevísima experiencia constitucional del Reino de las Dos Sicilias, y más tarde ministro de la importantísima cartera de Finanzas del Reino de Italia en un año crucial, 1866. Se convirtió así en uno de los protagonistas de la vida política italiana de aquella época.

Antonio Scialoja.

Rescatar esta ilustre figura es útil para entender mejor algunos aspectos de la actualidad. Las vicisitudes de la lira, que acabó convirtiéndose en moneda única en toda Italia, nos permiten comprender mejor los vaivenes actuales del euro y el debate que inflama últimamente las crónicas de la prensa. Scialoja fue decisivo en aquella fase histórica, y se le recuerda como el economista italiano más autorizado en el período que va de 1850 a 1870.

Antonio Scialoja nació el 31 de julio de 1817 en el entonces pequeño municipio de San Giovanni a Teduccio, convertido hoy en un barrio de la periferia oriental de Nápoles. Lo bautizaron con el nombre de Antonio en honor de su tío, que fue uno de los mártires de la República Partenopea en 1799; su familia, de ideas liberales, originaria de España, se estableció en el sur de Italia a comienzos del siglo XVI, en la época de los primeros virreyes españoles.

En Scialoja destaca “el amor por la economía social” (se ha dicho que fue un precursor del socialismo liberal). Su obra de juventud Principi di economia sociale esposti in ordine ideologico (1840), fruto de sus estudios económico-filosóficos, supuso una sorpresa en los ámbitos científicos, sobre todo teniendo en cuenta que la había escrito un muchacho de 23 años. Sin embargo, levantó sospechas en el gobierno borbónico del Reino de las Dos Sicilias, donde se temía que Scialoja se sirviera de las teorías científicas y del tecnicismo económico para difundir el liberalismo.

El Reino de las Dos Sicilias, creado en 1816 e integrado en el nuevo Reino de Italia en 1861. 
Fue gobenado por una rama de los Borbones españoles.

En 1844 viajó a Francia e Inglaterra, lo cual le permitió darse a conocer en los ámbitos científicos y liberales de ambos países. Al año siguiente, al no haber conseguido la cátedra de Economía Política de la Universidad de Nápoles, emigró al Piamonte, donde Cesare Alfieri, el magistrado supremo de la Reforma de los Estudios, le proporcionó la misma cátedra en la Universidad de Turín.

Scialoja regresó a Nápoles tras los violentos disturbios de 1848, cuando se formó el gobierno de tintes liberales presidido por Carlo Troja tras la constitución que se vio obligado a firmar Fernando II de las Dos Sicilias, y fue nombrado ministro de Agricultura y Comercio. En aquel confuso contexto contribuyó a instaurar un parlamento relativamente moderno y avanzado con la oposición de un soberano que solo esperaba el momento más oportuno para derogar aquella constitución emanada a regañadientes, lo que conseguiría a medias (pues únicamente pudo suspenderla) en 1849.

Fernando II de las Dos Sicilias.

Aquella traicionera decisión del borbón hizo que Scialoja fuera detenido y encarcelado. Durante un escandaloso proceso que tuvo resonancias en toda Europa, ocho exministros y cuarenta y cuatro exdiputados fueron acusados de lesa majestad. Uno de ellos, Silvio Spaventa, fue condenado a muerte, y Scialoja a nueve años de reclusión: sin embargo, las presiones internacionales obligaron al rey, al cabo de tres años, a conmutar las penas por la de exilio perpetuo del reino. Scialoja decidió establecerse en Turín, pero mientras tanto su cátedra había sido ocupada por otra persona.

Fue Cavour, por aquel entonces ministro de Agricultura del Reino de Cerdeña, que lo tenía en gran estima, quien, en 1853, acudió en su ayuda nombrándolo asesor legal de la Oficina del Catastro del Piamonte. Scialoja tuvo un papel decisivo en la Reforma Agraria y redactó importantes textos de derecho y economía. Al mismo tiempo, divulgó las ideas liberales de Cavour en los periódicos Il Risorgimento e Il Secolo XIX. Más tarde, cuando Cavour fue nombrado presidente del Consejo de Ministros, le encargó oficiosamente delicadas tareas diplomáticas.

Pero destaca por encima de todo una obra fundamental, Note e confronti dei bilanci del Regno di Napoli e degli Stati Sardi (1857), donde explica cómo el Piamonte, en pocos años, se había convertido en uno de los países económicamente más avanzados de Europa, mientras que el Reino de las Dos Sicilias, que Fernando II se empeñaba en mantener ajeno al mundo moderno, permanecía “encajonado entre el agua bendita (los Estados Pontificios) y el agua salada (del mar)” y era uno de los más atrasados. Vaticinó además, con gran visión de futuro, lo que ocurriría cuando se hiciera realidad la ansiada unificación de Italia: sostenidas por un férreo régimen aduanero, que las mantenía al margen de toda competencia, las industrias meridionales serían barridas por las piamontesas que, gracias al régimen competitivo instaurado por Cavour y al libre comercio, ofrecían productos de mayor calidad a buenos precios.

Camillo Benso, conde de Cavour, retratado en 1864 por Francesco Hayez.

En la misma obra, Scialoja pone de manifiesto que el balance económico de las Dos Sicilias era activo solo porque los gobiernos borbónicos tendían a atesorar en vez de invertir, mientras que el Piamonte estaba en déficit porque invertía en ferrocarriles y en la modernización de la agricultura, lo cual producía riqueza.

Cuando se proclamó la unidad de Italia (1861) Scialoja fue elegido diputado y, tras la muerte de Cavour, nombrado Secretario General del Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio. Sin embargo, cuando tuvo que demostrar realmente su valía fue a la hora de hacer frente a los gastos de la Tercera Guerra de la Independencia (1866), para cuya tarea fue nombrado ministro de Finanzas. Tomó entonces la atrevida e impopular decisión –revolucionaria en aquella época– de desvincular la lira, como unidad monetaria de la Italia unida, de la paridad con el oro y de imprimir papel moneda. Ello permitió a Italia afrontar sus compromisos con los acreedores nacionales y los del mercado internacional.

Billete de 2 liras con la efigie de Cavour, impreso por el American Bank Note Company 
de Nueva York, emitido por el Banco Nacional del Reino de Italia el 25 de julio de 1866.

El liberal Scialoja mantuvo arduas polémicas con el otro gran economista italiano de aquella época, Francesco Ferrara, que defendía las tesis proteccionistas, vigentes sobre todo en los imperios centrales. En 1874, enfermo, se estableció en Egipto, donde fue nombrado consejero financiero del virrey Ismail Pashá, un hombre de mentalidad europea que intentó reordenar las finanzas del país (sometido entonces al Imperio otomano).

Al agravarse su estado de salud, Scialoja regresó a Italia y murió en la isla de Procida, próxima a Nápoles, el 13 de octubre de 1877.

Traducción del italiano y adaptación: Albert Lázaro-Tinaut

El autor

Lucio d’Isanto (Nápoles, 1951) se licenció en Ciencias Políticas en 1975 con una tesis sobre Antonio Scialoja, y en 1980 terminó su especialización en la Escuela Superior de Administración Pública. Entre 1975 y 1979 trabajó como investigador en la cátedra de Historia Contemporánea de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad de Nápoles. Publicó los ensayos Figure e problemi del meridionalismo (1978), Privilegi della città di Pozzuoli nel periodo vicereale (2012, texto basado en dos documentos inéditos, escrito en en colaboración con su hijo Claudio) y Pasquale – Un moderno Candido nel vortice della storia (2013, sobre las vicisitudes de su padre, Pasquale D’Isanto, internado por motivos políticos en el campo de exterminio nazi de Mauthausen, del que fue uno de los escasos supervivientes). Fue funcionario del Ministerio de Justicia italiano y juez de paz de Pozzuoli. Falleció el 5 de junio de 2017.


(Este texto es una adaptación abreviada, autorizada por el autor, Lucio D’Isanto, 
de su artículo “Antonio Scialoja: Quando la lira unì l’Italia”, publicado en Altritaliani.net el 25 de julio de 2015.)