08 septiembre 2014

De los desastres de la guerra: “El general Pitiminí” y unos retazos de memoria histórica


Como decía este transeúnte en el post introductorio a la serie de textos que hoy inicia, las guerras no concluyen con el fin los enfrentamientos armados, sino que prosiguen durante las posguerras. De la posguerra civil española trata esta entrada.

Portada del primer número 
del semanario ¡Hola! (1944).

El 8 septiembre de 1944, hace hoy exactamente setenta años, se publicó en Barcelona el primer número del “semanario de amenidades” ¡HOLA!, revista pionera –pese al antecedente que supuso la “frívola” Blanco y Negro (1891-2002), que desde 1988 se convirtió en suplemento semanal del diario ABC– de lo que se denominaría “prensa del corazón” (o "prensa rosa"). Sus fundadores anunciaron que aquella nueva revista recogería “la espuma de la vida”. Sucia y ensangrentada espuma, sin duda, la de aquella época.

Cinco días antes había muerto el arzobispo de Burgos, Manuel de Castro Alonso, quien el 1 de octubre de 1936 bendijo en aquella ciudad la proclamación de Franco como “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Las prisiones estaban repletas de presos políticos y las cunetas de muchas carreteras guardaban (y guardan aún) los restos de miles de represaliados asesinados durante la guerra y la primera década de la posguerra.

El arzobispo Castro Alonso ante Franco y otros jerarcas golpistas 
durante un acto de homenaje de Falange Española y de la Iglesia 
católica al “Generalísimo” en Burgos (1 de octubre de 1938).

Dos años y medio antes había terminado en la prisión de Alicante el infierno vital del poeta Miguel Hernández, “arcángel de una gloria terrestre que cayó en la noche armado con la espada de la luz”, como lo definió Pablo Neruda.

Siempre es buena la ocasión de recordar al poeta y a otros que perdieron la vida por mantenerse fieles a la legalidad democrática, aplastada por un golpe de Estado militar en 1936. Aunque sea aludiendo a “acontecimientos” que sólo en parte tuvieron que ver con ellos. Hay un largo poema poco difundido atribuido Hernández (y es muy probable que lo escribiera él, por su estilo inconfundible y también porque se decidió incluirlo en su Obra Completa*). Poco lírico, cierto, pero sí muy contundente, donde descarga mucha rabia contenida. Además del poema, se atribuye falsamente a Miguel Hernández la autoría de la caricatura que encabeza esta entrada.

Miguel Hernández leyendo poemas suyos 
en la radio durante la guerra civil, antes 
de ser detenido en 1939 y encarcelado.

Quizá este revoltillo de noticias posbélicas sirva para remover una vez más –es necesario persistir en la tarea– el laberinto de la memoria histórica en España, y para recordarnos que hubo una generación que no sólo “disfrutó” de la espuma de la vida (es decir, de los asuntos inherentes a un mundo exclusivo muy alejado de la verdadera realidad del país, aunque incluyera pinceladas de popularidad más o menos folklórica), sino que además tuvo que vivir de rodillas.


El general Pitiminí

Tu famosa, tu mínima impotencia,
desparramar intento
sin detener el paso ni un instante.
Para lo tal, me apeo en mi paciencia,
pulso un acordeón llorón de viento
y socarrón de voz, y ya es bastante.


Tu cornicabreada decrepitud purgante
exige estos reparos de escritura,
y con ellos ayudo a someterte,
no al manicomio al tonticomio oscuro
que tu idiotez sin mezcla de locura,
pide hasta que la muerte
venga a sacar tu vida de este apuro.

Llevas el corazón con cuello duro,
residuo de una momia milenaria
concurso de idiotas,
que necesita la alabanza diaria
y descosido en la alabanza explotas.

Cocodrilito pequeñito, ñito,
lagartija de astucia,
mezquina subterránea, con el rabo marchito,
y la mirada alcantarilla sucia.

Tarántula diabética y escuálida,
forúnculo político y gramático,
republico de triste mierda inválida,
oráculo, sarcófago enigmático.

Demócrata de dientes para fuera,
altares solicita tu zapato.
No hagas más reflexiones de topo y madriguera
en tu conejeril rincón de mentecato.

Humo soberbio, sapo que te hinches
cuando oyes un piropo:
disuélvete en berrinches
resuélvete, desaparece, topo.

España no precisa
tu vaciedad de calabaza neta,
tu mezquindad que duele y que da risa,
tu vejez inconcreta,
venenosa, indecisa.

No te toca la sangre de los trabajadores,
sus muertes no salpican tu chaleco,
no te duelen sus ansias, ni su lucha,
tu tiniebla trafica con sus puros fulgores
su clamor no halla en ti ni voz, ni eco,
tu vanidad tu mismo ruido escucha
como un sótano seco.

Hay ojos que derraman raíces amorosas.
Sobre tus ojos tienes
uñas que a hacerse dueñas de las cosas
avanzan por tus sienes.

Necesitan incienso e incensario
tu secundaria vida,
tu corazón de espino secundario,
tu soberbia de zarza consumida.

Sobre tu pedestal o tu peana,
monumento de oficio,
cuando su salvación está cercana
quieres llevar un pueblo al precipicio.

Te rebuznó en el parto tu madre, y más valiera
a España que jamás te rebuznara
con esa cara de escobilla fiera,
de vieja zorra avara.

No llevarás mi pueblo al precipicio,
dictador fracasado, rey confuso,
y caerás por la punta de una bota
sobre tus flacos días puesta en uso.


                                (Valencia, 28 de febrero de 1937)


Adoctrinamiento falangista después de la guerra civil española.


* Miguel Hernández: Obra Completa. Edición a cargo de Agustín Sánchez Vidal y José Carlos Rovira. Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1992, páginas 668-670. 
(Cfr. www.sbhac.net/Republica/Relatos/Pitimini.htm)