13 abril 2011

Los controles aeroportuarios: ¡todos somos sospechosos!

Acceso a la zona de control en la Terminal 1 del Aeropuerto de Barcelona.
(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

La idea de construir un mundo sin barreras no es nueva, pero en las últimas décadas muchas personas, sobre todo aquellas que se han preocupado por la educación y la eficacia de la escuela, han hecho hincapié en este concepto utópico, movidos tal vez por la aparente desaparición de muros y fronteras interestatales, al menos en Europa.

Sin embargo, las barreras todavía existen, aunque no siempre sean tangibles: las fronteras van desapareciendo físicamente, pero en la mentalidad de los ciudadanos (y de los gobernantes, por supuesto) están muy presentes. Cuando pensamos en las barreras aparecen en nuestra mente solamente las que impiden el paso, ya sea a nosotros mismos por la valla de una obra pública, por ejemplo, ya sea a personas minusválidas (que al fin van consiguiendo que la arquitectura y el mobiliario urbano se adapten a sus necesidades), ya sea a los vecindarios separados por vías de circulación rápida o tendidos ferroviarios. Pero en el subconsciente colectivo permanecen, a pesar de todo, esas barreras invisibles e intangibles que cierran nuestro entorno, inmediato o no.

Placa colocada en el puesto fronterizo
hispano-francés de la Jonquera para
conmemorar la apertura de barreras.
Los puestos de control y los edificios
de aduanas fueron cerrados y,
posteriormente, derribados.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)


La idea de una Europa unida sigue siendo una utopía, y los hechos nos lo demuestran todos los días. Para un ciudadano del Reino de España, la República Francesa es “otro Estado”, no una parte más del territorio común europeo. En pocos estados se tiene la sensación de compartir algo con los vecinos: si acaso en Escandinavia, o en el Benelux (pese a que en Bélgica la barrera ideológica y política entre Flandes y Valonia es cada vez más sólida)… De hecho, está ocurriendo todo lo contrario: Yugoslavia se desintegró violentamente y generó siete estados independientes (Bosnia-Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Kosovo, Macedonia, Montenegro y Serbia). Algo semejante ocurrió en la Unión Soviética tras la caída del Muro de Berlín, y de Checoslovaquia surgieron, de mutuo acuerdo y
en paz, dos estados distintos.

Un policía austriaco y otro húngaro
retiran simbólicamente la barrera
fronteriza entre sus respectivos
países el 20 de diciembre de 2007,
al integrarse Hungría en la
denominada “zona Schengen”.

(Fuente: The Telegraph, 21.12.2007 -
http://www.telegraph.co.uk/news/
worldnews/1573358/Police-warning-as-
politicians-hail-open-borders.html)


La paradoja, pues, está servida. El transeúnte no opina sobre las ventajas y los inconvenientes de esa nueva realidad: se limita a enumerar las barreras, con todo el respeto que le merecen los pueblos separados por ellas (para muchos de los cuales –las repúblicas bálticas, por ejemplo– han sido incluso beneficiosas).

Pero he aquí que, de pronto, surge algo más bien indefinido que se denomina “terrorismo internacional”. Curiosamente, cuando una de las dos grandes potencias mundiales desaparece del mapa político y deja de serlo, se tiene la impresión de que la otra –también en crisis, pero todavía fuerte– necesite tener un enemigo poderoso para demostrar, precisamente, que es una gran potencia mundial (y para que el negocio armamentístico, entre otros, no merme, claro está).


El de Osama bin Laden es el rostro
más conocido del llamado "terrorismo
internacional" o, equívocamente, "islámico".


El hecho, históricamente hablando, no tiene nada de nuevo. Desde los albores de la humanidad los enfrentamientos tribales y las guerras entre pueblos y estados vecinos se han sucedido sin cesar. Ahora, sin embargo, hablamos de un enemigo indefinido, bastante difuso pese a las apariencias (no olvidemos que la información que recibimos está casi siempre manipulada), y no de un pueblo o un Estado, y si reflexionamos podemos llegar a la conclusión de que ese enemigo tan terrible, ese lobo feroz, no puede ser más que algo concebido para mantener a raya a los auténticos enemigos de cualquier poder: los ciudadanos libres y pensantes, capaces de derribar muros altísimos si “algo” no frena sus lícitas aspiraciones: y al transeúnte –que tiene bastante arraigado el vicio de reflexionar sobre las cosas– se le ocurre que la gran solución pasa por considerar sospechoso a todo bípedo, bien o mal vestido.

Los atentados terroristas (suponiendo que realmente lo fueran) que sufrieron en su propia piel en septiembre de 2001 los hasta entonces incólumes Estados Unidos, y otros que ocurrieron más tarde en diversos países (entre ellos la atroz matanza de marzo de 2004 en las inmediaciones de la estación madrileña de Atocha) crearon un estado de alarma mundial que derivó muy pronto en unas obsesivas normas de seguridad, una enorme barrera que convertía definitivamente en sospechosos a todos los ciudadanos y que, además, daría aún más alas a la xenofobia.


El 7 de julio de 2005, una serie de explosiones
en los transportes públicos de Londres provocaron
la muerte de 56 personas y heridas a varios centenares.

(Fuente: UnWelcome Honesty - http://unwelcomehonesty.wordpress.com/)

Los aeropuertos quizá sean el mejor ejemplo de esas “barreras”, donde los pasajeros son a menudo objeto de vejación, cuando no de “detención preventiva” o de repatriación forzosa. Los márgenes de tolerancia son escasos, pero variables según las normativas que aplica cada Estado.

El transeúnte, que se mueve con frecuencia por el espacio aéreo, podría explicar decenas de anécdotas sobre las situaciones en que se ha encontrado. Se limitará a comentar algunas porque, a su entender, denotan la actitud de las autoridades policiales de cada Estado (amparadas, claro está, por las instrucciones emanadas de sus respectivos gobiernos).

La más desagradable que recuerda desde que se establecieron esos controles ocurrió en el aeropuerto escocés de Glasgow, donde unos cartelitos bien visibles antes de entrar en la “zona de control” ya advertían que cualquier tipo de resistencia, amenaza, insulto e incluso actitud evidente de enfado podía suponer para el pasajero su detención inmediata. Tenían muy claro los agentes de la policía que los usuarios de aquel aeropuerto deberían pasar por una serie de vejaciones, y convenía que las asumieran con resignación. Casi nadie escapaba de las voces crispadas de los uniformados, de sus regañinas, de sus humillantes lecciones de “cómo debían haber ordenado sus pertenencias” en el equipaje de mano, cuyo contenido, en la mayoría de los casos, era dispersado a la vista de todos sobre grandes mesas, revisado minuciosamente y luego amontonado de cualquier manera sobre la bolsa o la maleta de cabina, para que el molesto pasajero, sin poder expresar su indignación, se tomara la molestia de volverlo a colocar todo en su lugar. Cualquier objeto “sospechoso” suponía un interrogatorio, y si el viajero no entendía la lengua del policía, sufría una vejación más. Puro autoritarismo militar en un país, el Reino Unido, que pretende distinguirse por sus buenas maneras. El transeúnte, sin zapatos (porque también había que descalzarse), sin cinturón (con el consiguiente riesgo de quedarse de pronto en calzoncillos… como le ocurrió a más de un pasajero), con sus pertenencias revueltas, consiguió a duras penas y sin ninguna ayuda llegar a las largas mesas donde la gente trataba de hacer un hueco para salir de apuros.


La revisión del contenido de
los equipajes es muy frecuente,
sobre todo, en los Estados Unidos
y el Reino Unido.

(Fuente: La Stampa, Torino, 27.10.2010 -
http://www.lastampa.it/redazione
/cmsSezioni/esteri/201010articoli/
59885girata.asp)


En cambio, recuerda su experiencia más agradable, teniendo en cuenta las circunstancias. Fue en el aeropuerto de Lisboa, donde el policía que lo atendió le pidió excusas por las molestias y, con una sonrisa afable, le ayudó incluso a ponerse la chaqueta.

En el aeropuerto romano de Fiumicino la experiencia fue hasta divertida y digna de los mejores tópicos italianos. El transeúnte hacía escala allí, viajando de Dubrovnik a Barcelona. Confiado en que no debería pasar ningún otro control (el de la policía croata había sido correcto, sin ningún incidente), compró en el Free shop del aeropuerto dálmata una barroca botella de rakija, ese característico aguardiente (de ciruelas, en su caso) que se produce en los Balcanes. Pero he aquí que en el aeropuerto romano sí que debía pasarse de nuevo el control de equipaje de mano, a pesar de estar en tránsito. El escáner, por supuesto, detectó la botella en la mochila del transeúnte y un policía joven y amable le dijo que debía entregar la botella. Tras una breve y amable discusión, y al ver de qué se trataba, el uniformado tuvo un gesto de complicidad con el transeúnte: “Ma via, salvi questa bella bottiglia!”, y le dio las pistas para hacerlo: salir de la zona de tránsito, como si terminara su viaje en Roma, ir al mostrador de la compañía con la que debía volar a Barcelona y facturar aquella mochila, “ya que nadie sabe que lleva también una maleta facturada desde Dubrovnik”, añadió, guiñándole el ojo a la “víctima”, cuando ésta le hizo saber que llevaba también una maleta en bodega. Y así lo hizo el transeúnte, sin que nada le impidiera “salvar” su rakija.


El transeúnte todavía conserva,
ya vacía, la botella de rakija que
"salvó"
en el aeropuerto de Fiumicino.

Al regreso de un reciente viaje a Irlanda, los policías del control del aeropuerto de Dublín “descubrieron” en el monitor del escáner que el transeúnte llevaba dos paraguas en su mochila, y se la hicieron abrir. Puesto que el uniformado que la inspeccionó encontró un solo paraguas, la vació del todo, sin hallar el otro supuesto artilugio, amontonó los enseres encima de la mochila y la volvió a pasar por el escáner. “All is in order, no problem!”, dijo entonces en tono conciliador; pero abrió dos veces el paraguas para asegurarse de que no ocultara ningún material mortífero (o, más bien, para atenuar su sensación de ridículo). Luego, sin embargo, colocó con cuidado los enseres en la mochila, la cerró y se despidió del sospechoso con un “Thank you very much” y media sonrisa.

Nunca ha tenido problemas el transeúnte en aeropuertos de otros países, pero siempre se ha sentido vigilado, “sospechoso”, al pasar cualquier control de seguridad.


¿Podemos considerar aceptable éticamente este tipo de cacheo?
(Fuente: Taringa! - http://www.taringa.net/posts/imagenes/8610794/
Cacheos-en-el-Aeropuerto.html. Más imágenes indignantes en la misma página.)


Construir un mundo sin barreras, sentirse libre, al menos en el territorio de la llamada Unión Europea (que está lejos de ser la Europa de los ciudadanos), es hoy por hoy sólo un anhelo. El enemigo acecha, aunque sea de cartón piedra, aunque resulte increíble que ese personaje ya legendario (¿no lo será acaso en el sentido recto de la palabra?) a quien llaman Osama bin Laden no haya sido localizado y aniquilado cuando los medios de que dispone la gran potencia mundial todavía superviviente son capaces de encontrar la punta de una aguja en el gran pajar de nuestro planeta. Y nosotros, a callar y obedecer, que es una de las primeras consignas de la humanidad desde que el mundo es mundo. Somos masa, minoría silenciada, individuos indefensos, el agnus dei, infelices mortales al fin y al cabo, y parias para unos pocos con excesivo poder.

(Fuente: © Galería de citylovesyou_ffm, 2006 /
http://www.flickr.com/photos/ffmobscure/with/218668494/)


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