25 julio 2010

La Iglesia chilena: su reino sí es de este mundo

El presidente de la República de Chile, señor Sebastián Piñera, reunido
con el presidente de la Conferencia Episcopal chilena, el obispo
Alejandro Goic Karmelic, y con el cardenal Francisco Javier Erráuriz,
arzobispo de Santiago, en presencia del Ministro Secretario General
de la Presidencia de Chile, señor Cristián Larroulet.

(Foto © Presidencia de la República de Chile)


Gaspar II, que ha dejado un comentario interesante a la entrada anterior de esta bitácora, ha tenido la gentileza de enviar al transeúnte por correo electrónico el texto íntegro del documento emitido el pasado 21 de julio por el Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, lo cual es muy de agradecer; documento que el transeúnte reproduce abajo.

La viñeta de Erlich que publica esta bitácora recoge el titular de la noticia publicado por el diario El País de Madrid el 22 de julio, titular que no hace en absoluto honor a lo que debería ser el buen periodismo, ya que no refleja estrictamente el contenido del documento, sino que hace hincapié solamente en la solicitud de indulto para los militares condenados por crímenes durante la dictadura pinochetista.


De un tiempo a esta parte, el transeúnte ha venido observando ciertas tendencias amarillistas en la hasta hace pocos años “prensa seria”, y opina que un titular como este tiende al amarillismo propio de un típico tabloide anglófono, sin duda con la sesgada intención de atraer lectores y vender más ejemplares, lo cual dice poco a favor de unos rotativos que, por diversas razones, han ido perdiendo la pretendida independencia deseada por quienes los fundaron. Se equivocan al tender hacia el sensacionalismo, porque lo único que consiguen es perder la fidelidad de sus lectores de toda la vida, entre los que el transeúnte se cuenta. La influencia de las empresas editoriales y los intereses de éstas pesan ahora demasiado sobre el trabajo de los redactores y, por ende, sobre el prestigio profesional de éstos como elaboradores y garantes de la información.

Aun así, al transeúnte le parece fuera de lugar que la jerarquía religiosa tenga la desfachatez de pedir el indulto para quienes secundaron a un dictador sanguinario y colaboraron a dejar un rastro de dolor en muchísimas familias chilenas, al tiempo que impedían que cicatrizara una llaga que afectaba a la credibilidad de las instituciones de un país que había tenido el honor de figurar entre los más democráticos de la América latina. Ya no se trata sólo de la jerarquía católica, pues según comenta Gaspar II al transeúnte, “al día siguiente de presentado este documento, la iglesia evangélica, la cual representa a un número no menor de chilenos que profesan alguna religión (15% aprox.), entregó una solicitud en términos muy similares a los de la iglesia católica”.

Que las iglesias velen por el respeto a sus fieles, a los humildes, a los derechos humanos…, entra (o debería entrar) sin duda en sus obligaciones. En cambio, que traten de intervenir en cuestiones propias de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial e inmiscuyan al mismísimo presidente de la República, es inaceptable, porque se arrogan el poder fáctico e influyente que siempre han pretendido tener. Y doblemente, además, por lo que respecta a la jerarquía católica, cuando es bien sabido que ésta se mantuvo a las órdenes del dictador, como la Iglesia de Roma ha hecho siempre con quienes, como ella misma, ejercen la intolerancia de los totalitarismos fascistoides: respaldó a Hitler y Mussolini, respaldó al dictador Franco y no reprobó la sangrienta y horripilante represión en Chile, ni la no menos terrible que poco después tuvo lugar en la Argentina, por citar sólo algunos casos.



El general Augusto Pinochet saludando al papa Juan Pablo II
a la llegada de éste a Chile en visita oficial, en 1987.

(Foto © biocrawler.com)

Prueba de ello es que permitiera que el papa Juan Pablo II visitara Chile en abril de 1987 y respaldara públicamente la dictadura militar impuesta por Augusto Pinochet (conviene no olvidar, precisamente ahora, que aquella polémica visita papal tuvo lugar a instancias de los obispos chilenos, que en una carta dirigida al pontífice el 16 de julio de 1985 decían textualmente: "Los Obispos de Chile solicitamos por unanimidad vuestra visita pastoral a nuestra patria"). Muestra de aquella estancia de seis días de Juan Pablo II en tierras chilenas son los videos –difundidos por los servicios de propaganda del régimen pinochetista– de la recepción del pontífice en el Aeropuerto Internacional Comodoro Arturo Merino Benítez de Santiago (1 de abril de 1987, ver aquí) y de la comparecencia de ambos mandatarios en el balcón del palacio presidencial de La Moneda para saludar al público congregado frente a él (ver aquí).*

* Llama ahora mucho la atención que el cardenal Roberto Tucci, encargado durante años de la organización de los viajes del papa Juan Pablo II, afirmara en diciembre de 2009, en una entrevista publicada por el Osservatore Romano, que “Pinochet engañó al papa Wojtyła” y que el dictador “lo hizo asomar al balcón del palacio presidencial contra su voluntad”. Vale la pena leer, en este sentido, lo que publica el Diario de las Américas el 23 de diciembre del pasado año. ¡Curiosos estos mensajes vaticanos, enviados con retraso y, sobre todo, cuando conviene a los intereses de la denominada Santa Sede!


Chile, una mesa para todos en el Bicentenario

I.- UN SIGNO DE CLEMENCIA

Como ciudadanos y pastores queremos comprometernos con los esfuerzos de nuestro país por la paz: tanto por la paz que se abre espacio en nuestros corazones, como por aquella que anhelamos para las familias y todos los habitantes de nuestra Patria. Sabemos que la paz es obra de la justicia, pero estamos convencidos que también contribuyen a ella el perdón y la misericordia.


Por eso tenemos que seguir avanzando, como país, por los caminos de la justicia social, aquella que se construye sobre los derechos humanos y cuya alma es la dignidad del hombre y de la mujer, de la familia y de los niños, de los jóvenes y los ancianos. No escatimemos esfuerzos ni medios en la conquista de la seguridad y la paz ciudadanas. Apoyemos decididamente el trabajo de los tres Poderes del Estado en su lucha contra la delincuencia.


Pero para construir la paz, también debemos recurrir a la clemencia y al perdón. Por eso, en el contexto del Bicentenario, apreciando la libertad que otorga el Estado de Derecho, los pastores de la Iglesia Católica queremos ofrecer una nueva colaboración, a nuestro parecer necesaria, en el ámbito de los derechos humanos. Nos referimos a los derechos fundamentales de quienes han sido condenados, y a un indulto que nuestra sociedad puede conceder como expresión de la actitud humana y enaltecedora que construye la paz ciudadana y ayuda a la reconciliación.


Con ese objetivo, en el mes de agosto de 2009, los miembros del Comité Permanente de la Conferencia Episcopal de Chile, presentamos a la Excma. Señora Presidenta de la República, Dra. Michelle Bachelet, y en el mes de abril del presente año, a Su Excelencia el Presidente de Chile, don Sebastián Piñera, una reflexión titulada «Misericordia y clemencia: signos del Bicentenario. Petición de la Iglesia Católica de Chile». En ese documento expusimos los fundamentos para un posible indulto, precedidos de una introducción acerca del sentido del Bicentenario de Chile, celebrado en el hoy de nuestra historia, haciendo memoria agradecida del pasado y asumiendo compromisos que lo proyecten hacia el futuro.


Citando al Papa Juan Pablo II, señalamos que nuestro jubileo del Bicentenario quiere tener un significado positivo. «Al igual que la misericordia de Dios, siempre nueva en sus formas, abre nuevas posibilidades de crecimiento en el bien, celebrar el Jubileo significa también esforzarse en crear nuevas ocasiones de recuperación para cada situación personal y social, aunque aparentemente parezca irremediablemente
comprometida» («Mensaje Jubileo en las cárceles», nº 4).

En nuestro mensaje, con el aval de tantos hombres y mujeres creyentes que acompañan a quienes han delinquido, recordábamos que el Papa nos advertía que abstenerse de acciones promocionales en favor del recluso significaría reducir la prisión a una suerte de venganza social.


II- EL HORIZONTE DE NUESTRA PETICIÓN DE INDULTO


Los creyentes en Cristo recordamos que Él ha inaugurado una historia basada no sobre la indiferencia, ni sobre la venganza, ni menos sobre la guerra, sino sobre el amor hasta el extremo del perdón. Quisiéramos que esta historia, respetando el sentido de la justicia, alcance a las personas que están encarceladas. Por ello, quisimos compartir las siguientes reflexiones para solicitar a las autoridades del país, con ocasión
del Bicentenario, un indulto a personas privadas de libertad. Los recordamos brevemente:

1. El País del Bicentenario quiere ser un país desarrollado, por lo mismo, reflexionemos acerca de un sistema penal y carcelario más humano. Como la delincuencia es una preocupación constante de la ciudadanía, queremos promover aquellos valores y aquella forma de convivencia que la evitan. Entre ellos, debemos procurar la rehabilitación y reinserción social de quienes han causado quiebres y daños en la
sociedad por sus crímenes y delitos. En contraste con este propósito, muchos recintos carcelarios no procuran oportunidades verdaderas y suficientes de rehabilitación a los internos, incluso las nuevas cárceles. Por el contrario, sabemos que con frecuencia los recintos penales son un hábitat más violento y deshumanizante que aquéllos que favorecieron el desarrollo de la delincuencia. Tales ambientes, tampoco propician la conversión interior ni los deseos de cambio en las personas. «La cárcel –decía Juan Pablo II– no debe ser un lugar de deseducación, de ocio y tal vez de vicio, sino de redención» («Mensaje Jubileo en las cárceles», nº 7).

2. Prestémosles atención a los internos más débiles, a los que están gravemente enfermos o son adultos mayores. Para ello valoremos en su integridad los derechos humanos, especialmente el derecho a la vida, cuya conciencia es progresiva en nuestra Patria, pero aún insuficiente. Es imprescindible defender la vida, sobre todo la vida indefensa, ante quienes la amenazan; crear condiciones favorables para que se viva y se
trabaje conforme a la dignidad humana, y prestar especial atención a quienes, por estar en prisión, ven vulnerados sus derechos a una atención sanitaria apropiada o, incluso, a una muerte digna. Decíamos entonces que «la celebración del Bicentenario de la Patria puede ser un momento privilegiado para ejercer nuestra misericordia subsanando posibles distorsiones del sistema de justicia. En este contexto, comprendemos el enorme valor que tendría un gesto de clemencia hacia quienes, dentro del cumplimiento de sus penas, llevan un sufrimiento aún mayor a causa de su edad, salud y soledad».

3. Trabajemos para una promoción integral de los reclusos. En efecto, recordábamos que «si un sistema penitenciario busca sancionar un mal cometido con un castigo proporcional y, a la vez, rehabilitar al agresor para que se transforme en un bien para la sociedad, resultaría incomprensible no considerar acciones promocionales a favor del recluso. La prisión no tiene solamente un fin reivindicativo. En la legislación se contemplan rebajas de pena y estímulos para quienes, dentro de la normativa, demuestran un comportamiento apropiado y, pese a las dificultades y falta de oportunidades, cumplen con lo requerido por el sistema penal».


Por eso, en nuestra reflexión hacíamos un llamado:


a) A quienes tienen el conocimiento técnico y las facultades pertinentes, a promover integralmente la rehabilitación y reinserción de aquellos que, a pesar de sus condiciones vitales, muchas veces indignas, quieren salir del círculo de la delincuencia y la marginación del que hoy son parte.


b) A resolver definitivamente el drama de las cárceles de Chile: el estado estructural de un gran número de recintos penitenciarios, la superpoblación de los internos, las tensiones de convivencia marcadas por la agresividad y el temor, la discriminación y las luchas de poder, las dificultades y los conflictos que deben enfrentar quienes custodian a los internos, cuya magnitud la gran mayoría de los chilenos y chilenas desconocen.


c) A generar programas de acompañamiento hacia quienes salen de prisión y que muchas veces no descubren otro horizonte que la reincidencia, debido a la falta de oportunidades y al estigma que tienen que cargar.


4. Como comunidad eclesial estamos empeñados en que el Chile del Bicentenario se convierta, de verdad, en una «Mesa para todos»: mesa del pan, del trabajo, de la fraternidad, de la libertad, de la equidad, del respeto por la dignidad de cada cual. Este propósito nos obliga a fijarnos en quienes no están gozando de la mesa común, ya sea por los efectos del terremoto, por carecer de empleo, por vivir en la pobreza extrema, o bien, por ser jóvenes en situación de vulnerabilidad social. Todos tienen derecho a un puesto de honor en la mesa de todos. Entre quienes no son acogidos en la mesa de todos, están aquellos que llaman nuestra atención por estar privados de libertad.

Pedir un indulto que los beneficie, no es contrario al apoyo que damos al compromiso de las autoridades del país, que quieran velar por nuestra seguridad, luchando para que la delincuencia y el narcotráfico, con su alta cuota de violencia y muerte, no corroa el “alma de Chile”, y procurando una justicia pronta y eficiente para quienes atenten contra la integridad de otros chilenos, malogrando así los esfuerzos de lograr la paz y
el espíritu fraterno que debe caracterizar a la mesa para todos.

Pero sabemos que en Chile, también con los reclusos de diversos penales, tenemos una deuda que compromete el respeto por sus derechos humanos. No podemos tener cárceles inhumanas ni seguir permitiendo el hacinamiento, con toda su secuela de males. Se trata de personas humanas como todos nosotros. Es cierto, han cometido faltas, delitos y hasta crímenes, pero no por eso podemos negarles la dignidad que Dios les confirió desde el día de su gestación. El sólo recurso al encarcelamiento sin otras
medidas, como por ejemplo el trabajo remunerado para quienes caen en estas situaciones, no basta para que rediman sus vidas y puedan reincorporarse plenamente a la sociedad. En este ámbito tenemos una conversación pendiente como país.

III- EL INDULTO CON OCASIÓN DEL BICENTENARIO


Al presentar esta petición, no ha sido nuestro ánimo poner al Gobierno de Chile, ni al actual ni al anterior, en una situación de incomodidad ante la realidad de las personas recluidas y de las víctimas. El contexto de una sana laicidad reconoce las competencias propias del Estado y aquellas de las confesiones religiosas. Por esta razón, sólo presentamos algunas ideas que pueden enriquecer el espíritu y la práctica de nuestra convivencia y hacemos una petición, pero sin proponer un articulado de ley, tarea que corresponde a la autoridad política. Anhelamos que estas reflexiones sean discutidas por los ciudadanos y por nuestras instituciones, y que cada una asuma la responsabilidad que le corresponde.


En lo que se refiere a quienes están privados de libertad, dentro del respeto a la Constitución y a los Tratados Internacionales suscritos por Chile, solicitamos a las autoridades del Estado, en particular al Señor Presidente de la República y al Gobierno que preside, así como a los Honorables miembros del Parlamento, considerar y estudiar las siguientes proposiciones:


1. Que los condenados por sentencia ejecutoriada –con las restricciones que la autoridad competente considere prudente establecer como, por ejemplo, delitos de sangre–, que en los últimos años hayan tenido buena conducta en los recintos carcelarios, y no constituyen un peligro para la sociedad:


a. Puedan ver reducidas parcialmente sus penas privativas o restrictivas de libertad.


b. Además de lo señalado, que se conceda una reducción adicional a quienes tengan más de 70 años de edad.


c. Igualmente, que a las mujeres que tengan uno o más hijos menores de 18 años se les conceda también una reducción adicional.


d. Que a las personas condenadas privadas de libertad que padezcan alguna enfermedad invalidante, grave e irrecuperable, se les conmute su pena por otra, que no deba cumplir en las condiciones más aflictivas de la cárcel.


e. Que a los enfermos terminales, debidamente comprobados por la instancia competente, se les condone el saldo de las penas que les resten por cumplir.


2. Que se mejoren sustancialmente las condiciones de vida de quienes cumplen penas privativas o restrictivas de libertad, aumentando las horas de convivencia fuera de sus celdas, favoreciendo el trabajo remunerado y el acceso a la enseñanza, el deporte, la cultura, y al auxilio espiritual. A pesar de los esfuerzos realizados en diversos gobiernos anteriores, no se ha logrado satisfacer estas necesidades, requiriéndose hacia adelante decisiones urgentes que la autoridad competente debiera ir adoptando por el bien común de la sociedad. Asimismo, considerando las especialmente difíciles circunstancias del ambiente laboral en que se desempeñan, y en el contexto del conjunto de los funcionarios públicos, que se mejoren las condiciones de vida, de convivencia y de trabajo de los gendarmes y empleados por el sistema penitenciario; éstas irían en directo beneficio de la dignidad y rehabilitación de los privados de libertad.


3. Que se modifique la legislación que se refiere a las penas, en lo que atañe a los condenados de edad muy avanzada y a quienes estén gravemente aquejados de una enfermedad terminal. Proponemos que se les condone la pena o que puedan cumplir el resto de su condena junto a su familia o en instituciones asistenciales. Este cambio o condonación de la pena se concedería siempre, salvo que el organismo competente excluya este beneficio para un reo determinado por juzgarlo un peligro para la sociedad.


4. No sería completa la “mesa para todos” si no considerásemos en esta petición a quienes cumplen penas por delitos contra los derechos humanos cometidos durante el Régimen Militar. Es un tema que debemos poner sobre la “mesa de todos” para conversarlo con la seriedad que corresponde, especialmente en el Parlamento de la República. No olvidemos que no todos ellos tuvieron igual responsabilidad en los crímenes que se cometieron. A nuestro parecer no cabe ni un indulto generalizado ni un rechazo general del indulto para todo ex uniformado condenado. La reflexión debe distinguir, por ejemplo, el grado de responsabilidad que le cupo a cada uno, el grado de libertad con que actuó, los gestos de humanidad que tuvo y el arrepentimiento que ha manifestado por sus delitos.


IV- EN EL CAMINO DEL EVANGELIO: JUSTICIA Y CLEMENCIA


No somos nosotros quienes debemos dictar las leyes, pero creemos que podemos interceder para dar paso a la “justicia con clemencia” como connotados juristas lo han pedido en el pasado. Es decir, velando por el imperio de la justicia –nada más injusto que la impunidad– y salvaguardando el pleno imperio de los derechos humanos en materia de crímenes de lesa humanidad, creemos que se pueden dar pasos de
clemencia.

Sabemos que estas peticiones tendrán opiniones encontradas. Las respetamos, especialmente cuando vienen de personas que sufrieron en carne propia o en sus familiares más cercanos los delitos condenados. Sólo solicitamos dar el paso de pedir justicia sin ensañarnos en el castigo, que nunca puede reparar totalmente el mal causado. Y solicitamos también, hablando al corazón de cada uno, que consideremos de qué manera quisiéramos ser tratados si estuviéramos en la situación de los condenados, y con qué espíritu fraterno podremos construir el futuro de Chile si no somos capaces de hacer gestos decisivos de reencuentro y reconciliación.


Más allá de los ordenamientos jurídicos y de sus interpretaciones, el mismo Jesús nos enseñó con su testimonio y su palabra, que la lógica del perdón es la única que restaña las heridas, devuelve la confianza e inaugura tiempos nuevos para quienes tienen la valentía de concederlo y de pedirlo. Nos conmueve el solo hecho de pensar que Jesús clavado en la cruz de la injusticia, antes de morir, pide al Padre que perdone a quienes lo han crucificado.

Ésa es la lógica y la pedagogía que anhelamos para cada uno de nosotros y la gracia que pedimos por intercesión de la Virgen del Carmen, Madre de todos los chilenos y chilenas, sin excepción alguna, pero especialmente de aquellos que por diversas causas atraviesan horas de angustia y de dolor.

EL COMITÉ PERMANENTE DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE CHILE


- Alejandro Goic Karmelic, Obispo de Rancagua, Presidente
- Gonzalo Duarte García de Cortázar, Obispo de Valparaíso, Vicepresidente

- Francisco Javier Errázuriz Ossa, Cardenal Arzobispo de Santiago

- Ricardo Ezzati Andrello, Arzobispo de Concepción

- Santiago Silva Retamales, Obispo Auxiliar de Valparaíso, Secretario General


Santiago, 21 de Julio de 2010


23 julio 2010

((SIN COMENTARIOS))


© ERLICH. El País, Madrid, 23 de julio de 2010.

14 julio 2010

Exposición de Juan Gris en Barcelona

Juan Gris: Guitare et bouteille (1920).
(© Saint Louis Art Museum)

Josep Casamartina i Parassols publicaba el pasado 3 de junio en el suplemento en catalán ‘Quadern’ del diario El País un artículo titulado “Els pèsols arrenglerats” (‘Los guisantes alineados’)* en el que glosa la exposición del pintor cubista Juan Gris (Madrid, 1887 – Boulogne sur Seine, cerca de París, 1927), acogida hasta el 2 de julio por la galería Manuel Barbié de Barcelona.


Retrato de Juan Gris,
por Amedeo Modigliani (ca. 1915).
(
© The Metropolitan Museum of Art, Nueva York)


Pese a que José Victoriano Carmelo Carlos González-Pérez (nombre completo y auténtico del pintor), uno de los grandes olvidados durante décadas del arte español, nada tuvo que ver con la capital catalana –salvo quizá por los referentes de otros artistas con los que se relacionó, Picasso sobre todo–, su obra ha estado presente de un modo u otro en el imaginario cultural de la ciudad, aunque no expuesta en sus museos. Es lamentable, en este sentido, que las pinturas de este gran represente del cubismo pictórico estén, en cambio, en varios de los museos de arte más importantes del mundo, contrariamente a lo que ocurre con Picasso, de cuya obra Barcelona conserva una parte fundamental.

Hay que mencionar, sin embargo, una excepción interesante, que consiste en las numerosas colaboraciones del artista madrileño, como ilustrador, en dos de las revistas catalanas más importantes del primer tercio del siglo XX: L’Esquella de la Torratxa i Papitu; unas “ilustraciones impecables, elegantes y sofisticadas”, dice Casamartina, “que se apartan bastante del cubismo severo y ascético que practicaba”. Los biógrafos de Juan Gris hacen hincapié en la necesidad que tuvo el artista de recurrir a estos pequeños trabajos para conseguir algunos, aunque escasos, recursos económicos.


Así, mientras que Picasso casi nunca sufrió estrecheces económicas, Juan Gris fue pobre toda su vida, y su compañera, Josette –dice Josep Casamartina–, cosía incansablemente para Coco Chanel y era, por consiguiente, el sustento de la familia. Con los años, el nada ingenuo marchante Daniel-Henry Kahnweiler fue haciéndose con la mayor parte de la obra de su admirado Juan Gris, que luego iría colocando entre los buenos coleccionistas y en los museos más prestigiosos. El Centro de Arte Reina Sofía de Madrid es, en este sentido, un beneficiario de lujo.


Los barceloneses, pues, hemos podido disfrutar durante casi un mes y medio de la exposición de ocho telas y once dibujos y gouaches de Juan Gris (ved aquí un breve video). Uno de esos lienzos, Nature morte a l'oeuf (‘Naturaleza muerta con huevo’), pintado en 1926, un año antes de morir –obra que no pasó por las manos de Kahnweiler, sino que fue heredada por el único hijo de Juan y Josette–, una pintura “de volúmenes radicales y a la vez paradójicamente planos, casi sin sombra, indica el camino que tal vez habría elegido seguir el artista ante la confrontación inminente que se gestaba entonces en París entre el naciente surrealismo y la abstracción que se consolidaba”, dice Casamartina, y añade: “El neoclasicismo de Ingres, que había hecho furor poco antes, favoreció al Gris dibujante y desorientó un poco al Gris pintor pero, de nuevo, la fuerza poderosa de la geometría, más austera que nunca después de voluptuosas tentaciones, se convertiría en la protagonista prácticamente única de su cautivador testamento”.



Juan Gris: Nature morte a l'oeuf (1926).

En la presentación de la muestra, el comisario de la misma, Juan Manuel Bonet, manifestó que Juan Gris “fue un ‘secreto a voces’ para el mundo del arte y para las instituciones públicas españolas”, y que su obra, como la de Julio González o incluso la de Picasso, tardó mucho tiempo en ser reconocida por el Estado. En el caso de Juan Gris, ni siquiera la República española se interesó por ella, y hasta 1982 –55 años después de su muerte– su ciudad natal, Madrid, no le dedicó una primera exposición. Las colecciones públicas españolas, por su parte, no incorporaron obras de Juan Gris hasta 1977, durante la transición postfranquista hacia la democracia.


Juan Gris: Arlequin (1918).
(© Fundación Telefónica)


El transeúnte sólo tiene constancia de una ocasión en que algunas obras del pintor cubista madrileño, pertenecientes a la colección de Telefónica, fueron expuestas en Barcelona. Fue con motivo de la muestra titulada El cubisme i els seus entorns (‘El cubismo y sus entornos’), presentada en el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC), que se pudo visitar del 21 de diciembre de 2005 al 7 de mayo de 2006. Entonces fueron once las obras de Juan Gris que se presentaron.

Pobre el homenaje rendido hasta ahora en la capital catalana a quien muchos consideran el mejor representante de la pintura cubista, aunque resulte altamente meritoria la contribución de la galería Manuel Barbié. Ojalá que se presente pronto la ocasión de dedicarle una buena exposición antológica.


* La traducción de los fragmentos de dicho artículo que se citan es del transeúnte.


04 julio 2010

Contradictoria Liubliana

El edificio de la Universidad (a la izquierda) y la iglesia
de las Ursulinas (al fondo), desde el Castillo de Liubliana.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

Las contradicciones históricas

Aunque a primera vista no lo parezca, la capital de Eslovenia (un país que apenas supera los 20.000 kilómetros cuadrados, es decir, poco más que Navarra y el País Vasco juntos o equivalente en superficie a El Salvador) es una ciudad bastante contradictoria. En primer lugar, porque se ha convertido en la capital de la República por carambolas históricas, ya que la auténtica capital eslovena debería ser Trieste (Trst, en esloveno), ciudad que ahora está en tierras italianas, pero donde la considerable comunidad eslovena ha sido siempre, y es, muy activa, a pesar de las dificultades que ha padecido durante años y hasta hace muy poco. Por otro lado, el alma cultural eslovena tiene muchas raíces firmemente incrustadas en Klagenfurt (Celovec, en esloveno), la capital de la Carintia austríaca, donde nacieron figuras notables de la literatura en lengua alemana, como son Robert Musil e Ingeborg Bachmann, pero también algunas personalidades relevantes de la cultura eslovena: es el caso, por ejemplo, de Jožef Stefan (1835-1893), una de las eminencias científicas y, sobre todo, uno de los grandes matemáticos europeos de su época (que también era poeta, dicho sea de paso).

Liubliana, nacida como un asentamiento militar romano que se convirtió en la ciudad de Emona (mejor dicho, en la Colonia Iulia Aemona) en las postrimerías del siglo I de nuestra era y sufrió la furia de los hunos, los ostrogodos y los lombardos, fue poblada por eslavos en el siglo VI y aún tuvo que padecer la sumisión a los francos y, más tarde (desde 1278), a la dinastía de los Habsburgo. Cuando en 1809 Napoleón anexionó de facto a Francia las Provincias Ilirias, estableció allí la capital de éstas, y cuando los territorios que las constituían volvieron a manos austríacas, en 1813, en Viena se les ocurrió convertirlos, por razones administrativas, en el llamado Reino de Iliria (1816-1849), dependiente del Imperio, que mantuvo la capitalidad en Liubliana (con el nombre alemán de Laibach), pese a que tanto Trieste como Klagenfurt formaban parte de él.



Liubliana en el siglo XVII, según un grabado del libro Die Ehre
dess Hertzogthums Crain, de J. V. Valvasor (Núremberg, 1689).
Destaca la primitiva iglesia de San Jacobo, a los pies del castillo.

La opinión de los eslovenos, sometidos, no tenía, evidentemente, ningún interés para la entonces lejana corte vienesa. La derrota del Imperio austrohúngaro en la primera guerra mundial hizo que el territorio esloveno se incorporara, en 1918, en el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos (Kraljevina Srbov, Hrvatov in Slovencev, en esloveno), el cual se transformaría, en el año 1929, en el Reino de Yugoslavia y, después de la segunda guerra mundial, en la República Federal de Yugoslavia. Sólo cuando Eslovenia obtuvo por primera vez la auténtica independencia, que fue proclamada el 25 de junio de 1991, Liubliana se convirtió en la capital de un Estado europeo, que en el año 2004 se integró tanto en la OTAN como en la Unión Europea, y el 11 de junio de 2006 sustituyó la moneda nacional, el tólar, por el euro.


Liubliana, aunque muchos eslovenos la consideran provinciana (¡la sombra de Trieste es alargada!), es una ciudad bonita y seductora, de dimensiones humanas. En ella residen unos 270.000 de los algo más de dos millones de eslovenos que pueblan la República. El centro urbano se extiende a ambos lados del río Liublianica, y el centro histórico está a los pies del castillo (Ljubljanski grad), construido en el siglo XV por los Habsburgo, como muchas otras fortificaciones fronterizas, para defender el Imperio del peligro otomano. Ahora, completamente restaurado (quizá incluso demasiado “rehecho”), es un lugar agradable –se puede acceder a él con un funicular–, desde donde se contempla toda la ciudad y, al fondo, las estribaciones orientales de la cordillera alpina, que en aquel tramo se denominan Alpes Julianos.



Uno de los dragones que decoran
los accesos al Zmajski most
(puente de los Dragones),
inaugurado en 1901 con el
nombre de Puente del Jubileo.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Hay bastantes cosas que ver en Liubliana, además del castillo, desde el Triple Puente (Tromostovje), que cruza el río a la altura de la plaza de Prešeren, donde late el corazón de la ciudad, hasta otro puente famoso, el de los Dragones, de estilo modernista, presidido por las esculturas de unos dragones alados de color verde que rememoran la mitología local, según la cual Jasón, llegado allí con los Argonautas remontando los ríos Danubio y Sava, habría vencido al dragón de Liubliana, que se ha convertido en el símbolo de la ciudad (y, no por casualidad, también de Klagenfurt).


La iglesia franciscana
de la Anunciación,
en la plaza de Prešeren,
desde el Triple Puente.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)



Al igual que en cualquier país católico, en toda Eslovenia se encuentra la marca jesuítica del barroco, como un vade retro contra la Reforma luterana. De ello son ejemplos, en Liubliana, la catedral de San Nicolás, de 1706, con su cúpula verde (¡todo es verde en Liubliana!), añadida en 1841; la iglesia franciscana de la Anunciación, de mediados del siglo XVII; la de San Jacobo, reformada en 1701, y la de las Ursulinas, de 1726, con su singular fachada. También encontramos algunas fuentes góticas, como la de Robba, la de Hércules, en la ciudad vieja, o la de los Tres Ríos de Carniola, en la plaza del Ayuntamiento.

La arquitectura renacentista (estilo en el que fue reconstruida la ciudad después del terremoto que la asoló en 1511), la ecléctica (representada por la estación ferroviaria, de 1849, la Universidad, el palacio Zois y el teatro de la Ópera, entre otros edificios) y la modernista, que apareció en las nuevas construcciones después de los destrozos de otro terremoto, en 1895, también están presentes en Liubliana. Entre los edificios modernistas (o Jugendstil) hay que destacar la casa Urbanc, de 1903, la Caja de Ahorros Municipal (Mestna hranilnica), de 1904, la casa Bamberg y el hotel Union (1907), el impresionante –y más tardío- edificio rosado del Banco Cooperativo de Negocios (Stavba Zadružne gospodarske banke), de 1921, y la construcción art déco de la Unión Cooperativa (Zadružna Zveza).



Detalles decorativos del edificio
de la Unión Cooperativa
(Zadružna Zveza).
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


La impresión general de la ciudad, sobre todo de su centro histórico, recuerda mucho la de las ciudades medianas austríacas. No en vano Eslovenia, contrariamente a las demás repúblicas de la antigua Yugoslavia, no es un país balcánico, sino claramente mitteleuropeo. Perderse por las calles de la ciudad vieja, disfrutar de la paz que se respira en ellas y de sus numerosos restaurantes (que en el verano instalan terrazas a la orilla del río), visitar los museos y los edificios notables o sentarse en uno de los múltiples cafés “a la vienesa” o en alguno de los numerosos parques para descansar del paseo leyendo un buen libro, deja en el visitante un regusto agradable, con ciertos toques de heterogeneidad.


Las contradicciones de ahora mismo

Situémonos en el presente y fijémonos, por un lado, en el hecho de que Liubliana ha sido declarada por la UNESCO Capital Mundial del Libro 2010, un hecho que ha pasado casi inadvertido en nuestro país (como casi todo lo que sucede más allá de Italia) pero que pone de manifiesto la importancia cultural de la ciudad (desmentida por algunos, como veremos a continuación). El programa oficial de actos, cuyo portal web (en inglés) podéis ver aquí, demuestra un esfuerzo notable, que al transeúnte le parece significativo, para poner la literatura y los libros al alcance de un público amplio y diverso, y no sólo por la presencia de autores nacionales y extranjeros en diversos actos, sino también por el cuidado que se ha tenido de acercar el libro a los niños, con las consecuencias positivas que representa sembrar germen de futuro.

El reverso de la moneda lo encontramos, en cambio, en un artículo que publicó el pasado 10 de junio el periodista cultural y editor Dejan Steinbuch en el periódico Finance de Liubliana: “Rekvijem za poslednji jazz v Ljubljani” (‘Réquiem por el último jazz en Liubliana”). El autor refleja, de alguna manera, la visión provinciana de la capital eslovena: en la primera frase del artículo dice, precisamente: “Liubliana no ha sido nunca una metrópolis”; y después manifiesta sin rodeos que entre los dirigentes y administradores de la ciudad siempre han faltado personas con talento, capaces de dar pasos adelante en la Historia: “Liubliana ha sido dirigida por la mediocridad […], en ella impera una mentalidad provinciana y pequeño-burguesa”, y añade que el peor enemigo de esta gente es la cultura urbana. “Liubliana no será nunca una ciudad que destaque en el mundo, pero puede convertirse en una capital con pedigrí específico subalpino con aires cosmopolitas”.



Drago Gajo (Liubliana, 1950),
fundador del Jazz Club Gajo.
(Foto © Pet)


Steinbuch asegura que la cultura urbana no significa únicamente cultura moderna, aunque en Luibliana haya un buen museo, un castillo, infinidad de monumentos,
una Asociación de Escritores Eslovenos, los libros de la editorial Beletrina y un parque denominado Tivoli, y sea ahora la Capital Mundial del Libro, sino que también debe haber una cultura normal, y que una parte sagrada de la cultura urbana que insufla a Liubliana al menos un cierto aliento de capitalidad es la música, y concretamente el jazz: “Una ciudad con un club de jazz nunca será un pueblo. Una capital sin un club de jazz no es una capital”, concluye Steinbuch. Se refiere al club de Jazz Club Gajo, de la calle Beethoven 8, que durante diecisiete años ha sido “el santuario de jóvenes artistas, músicos que necesitan un local para tocar” y es, además, un lugar de interés público, que deberá cerrar las puertas por decisión judicial; y se pregunta, no se sabe si muy ingenuamente, si el imperio de la ley siempre debe tener razón, si no se pueden tomar medidas de protección para este local y lo que representa; pero llega a la triste conclusión de que el club Gajo no tiene padrinos poderosos y ricos que “puedan hacer algo”.

La cara y la cruz de la ciudad, de la sociedad en su conjunto, de la cultura plural en singular. El transeúnte no saca a la luz este caso porque sea único y aislado: por desgracia, es sólo un ejemplo del trato que en los últimos años está recibiendo por doquier la cultura en todas sus manifestaciones. La cultura podría equipararse, a no mucho tardar, al cuarto mundo, a un mundo excluido del “mundo real”, un mundo marginal, sostenido por los esfuerzos de un puñado de personas a cambio de nada, o sí: de la satisfacción de sobrevivir y de disfrutar, aunque sea con el estómago vacío. En fin, algo que, por lo menos, convida a la reflexión.


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Traducción del catalán. Carlos Vitale.