28 enero 2010

Flashes: Grenoble


La ciudad francesa de Grenoble, situada a unos 100 km al sudeste de Lyon, es la capital del departamento del Isère, en la región de Ródano-Alpes. La población del municipio es de unos 157.000 habitantes, aunque la de su comunidad metropolitana (que incluye algunos municipios vecinos) sobrepasa el medio millón de personas.

Grenoble es célebre, sobre todo, por haber nacido allí Marie-Henri Beyle (1783-1842), más conocido por su seudónimo Stendhal, autor de obras tan notables como Le Rouge et le Noir ('El rojo y el negro', 1830) y La Chartreuse de Parme ('La cartuja de Parma', 1839).

Au Vieux Manoir, cuyo cartel aparece en la imagen, es un célebre pub-discoteca que se encuentra en el número 50 de la rue Saint Laurent, en el barrio del mismo nombre, uno de los más antiguos de la ciudad, situado en la orilla derecha del río Isère y a los pies de la fortaleza de la Bastille.

Fotografía: © Albert Lázaro-Tinaut (clicad sobre ella para ampliarla).

22 enero 2010

Līvõd rānda


La denominada Costa de los Livonios (Līvõd rānda, en lengua livonia; Lībiešu krasts, en letón), en el litoral septentrional de Curlandia (Letonia), es el último refugio de un pueblo finoúgrio que durante muchos siglos estuvo establecido en la región báltica, desde la mitad sur de la actual Estonia hasta la desembocadura del río Daugava (Dvina Occidental), es decir, hasta donde actualmente se encuentra la capital letona, Riga, fundada en el año 1201. Livonia, de hecho, hasta la primera guerra mundial fue una de las provincias bálticas del Imperio ruso, aunque el primigenio pueblo livonio ya era muy reducido en el siglo XIX –se calcula que entonces hablaban la lengua unas 2300 personas, cuando en el siglo XIII, antes de la cristianización, habían sido más de 30.000–, y se había asentado en unas cuantas aldeas al oeste de su territorio histórico, o sea en las costas del norte de Curlandia.

Localización de la Costa de los Livonios.
(Fuente del mapa: Toivo Vuorela,
The Fenno-Ugric Peoples.)

















Restos de instalaciones militares soviéticas cerca de Irē. Abajo, un búnker en medio del bosque, en las proximidades de Kuoštrõg.

Tal como los conocemos actualmente, los livonios eran hasta la segunda guerra mundial un pueblo de pescadores, obligado a abandonar la pesca cuando las repúblicas bálticas fueron anexionadas por la Unión Soviética, en 1944, y la costa se convirtió en territorio fronterizo cerrado; incluso se instaló en medio de la Līvõd rānda una base militar. Esta situación acabó con los medios de vida del reducido pueblo livonio y llevó, prácticamente, a su extinción, asimilado a la población letona o bien emigrado, tanto a la ciudad de Riga (allí los livonios tienen también un centro cultural) como al extranjero, especialmente a los Estados Unidos (donde, paradójicamente, la lengua livonia está más presente que en cualquier otro lugar, aunque sea de una manera testimonial).

De hecho, el exónimo livonio es ajeno al propio pueblo, que en su asentamiento en Curlandia se autodenominaba randalist (‘habitantes de la costa’) o bien, sencillamente, kalamied (‘pescadores’). Pero actualmente han adoptado el etnónimo līvdi. La denominación livonio aparece en el siglo XII, concretamente en la Primera Crónica Rusa (Повесть временных лет, ‘crónica de los tiempos pasados’), más conocida como Crónica de Néstor, que se refiere a los antiguos pobladores de la futura Livonia como livy (ливы). Pero mucho antes, en el año 79 –el de la erupción del Vesubio que sepultó Pompeya–, el erudito latino Plinio el Joven ya mencionaba a los levioni, refiriéndose con toda probabilidad a este pueblo del Báltico.

Una típica casa livonia en Kuoštrõg.









El transeúnte, curioso por esta exigua minoría, recorrió sus tierras, muy poco pobladas, durante la primera mitad del mes de septiembre de 2009, y constató que, por desgracia, el pueblo livonio es más testimonial que presente: supo que el último hablante autóctono “activo”, Viktor Berthold (que había aprendido la lengua en la escuela durante la Primera República de Letonia) había muerto seis meses antes, el 28 de febrero del mismo año.



















El edificio y la sala de actos (abajo) de la Līvõd Rovkuodā, en Irē.



Sin embargo, la cultura de los livonios no ha desaparecido del todo, y en su minúscula “capital”, Irē (Mazirbe, en letón) –una aldea de pocas casas y escasísimos habitantes, con una sola tienda que vende todo lo imprescindible, y donde el transeúnte se alojó en una confortable cabaña del camping Mazirbes Kalēji– se alza el edificio de la Līvõd Rovkuodā, el centro de la cultura livonia, construido en 1938 con aportaciones de los tres estados de lengua finoúgria: Estonia, Finlandia y Hungría, e inaugurado oficialmente el 6 de agosto de 1939 (ved en la imagen de la izquierda la placa conmemorativa, en finés, estonio y húngaro, respectivamente). Se trata de un sólido edificio de dos plantas que luce la bandera livonia sobre la puerta principal, donde desde el año 2000 se restableció la Sociedad Cultural Livonia, creada en 1986 y heredera de la Unión de Livonia (Līvõd Īt) –de la cual, ahora, ha recuperado el nombre–, que había sido constituida el 2 de abril de 1923 con la finalidad de mantener vigente la lengua y la cultura de los livonios. Este centro de cultura, con su amplia y luminosa sala de actos, mantiene una exposición permanente de fotografías que rememoran los buenos tiempos de la comunidad, cuando incluso recorría aquella costa una línea ferroviaria de la cual apenas quedan vestigios.

La bandera livonia en la fachada de la Līvõd Rovkuodā; concebida por la Līvõd Īt, fue declarada oficial el 18 de noviembre de 1923. En la imagen de la derecha (© Lauku ceĮotājs, Riga) se puede comprobar el sentido de los colores de esta bandera: el verde del bosque, el blanco de la playa (cubierta de nieve en invierno) y el azul del mar.


Es muy importante destacar la tarea de recuperación del folclore que han hecho algunos grupos musicales, como los coros de la Unión Livonia, creados en el verano de 1922; el coro Līvlist, de Riga, y el grupo Kāndla, de Ventspils (fotografía de la izquierda [© Folklora.lv]), ambos fundados en 1972, que ya en época soviética recuperaron una parte considerable del patrimonio musical livonio; la familia Stalti; el grupo estonio Tulli Lum (literalmente, ‘nieve caliente’), creado en 1999 por su vocalista, la livonia Julgi Stalte; e intérpretes como Marija Šaltjāre (1860-1930), Katrina Krasone (1890-1979); Hilda Grīva (1910-1984), una mujer muy activa en diversos ámbitos de la cultura; y Katrīne Zēberga, que han dejado grabaciones de algunas canciones tradicionales (en el archivo folclórico estonio de Tartu [Eesti Rahvaluule Arhiiv] se conserva un material valiosísimo).

Viejas imágenes de la exposición permanente que puede verse en la Līvõd Rovkuodā.










A pesar de la precariedad en que se encuentra la cultura livonia y el hecho de que la lengua ya no se utilice en la vida cotidiana (aunque se mantiene de alguna manera, más pasiva que activa, en el ámbito de unas cuantas familias, cuyas casas exhiben la bandera: se calcula que en la comarca quedan unas 180 personas que se consideran étnicamente livonias y conocen la lengua, la cual se enseña de nuevo en la pequeña escuela de Irē), en los últimos años el habla de los livonios ha tenido una cierta vivificación gracias, en buena medida, a la actividad de la Unión de Livonia, sostenida básicamente por el gobierno letón, que publica un almanaque anual en lengua letona, organiza fiestas y encuentros, y promueve el turismo: no en vano la costa septentrional de Curlandia tiene una de las playas más extensas de Europa, de casi cien kilómetros de longitud, que si no fuera por las inclemencias meteorológicas y las limitaciones estatales podía haberse convertido en una zona balnearia de primer orden. Los livonios, por otra parte, están representados en el Parlamento de Letonia por un diputado.

Pescadores en la playa de Irē.

La lengua de los livonios, llamada popularmente rāndakēļ (´lengua de la costa´) y, más formalmente, līvõ kēļ (´lengua livonia´), pertenece al grupo meridional de las lenguas baltofinesas (de la familia finoúgria); tiene tres formas dialectales y es muy próxima al estonio –un estrecho de menos de 40 km de ancho, llamado Irbes jūras šaurums, en letón, y Kura kurk, en estonio, separa el extremo meridional de la isla estonia de Saaremaa de las playas livonias, y los pescadores de un lado y del otro han estado siempre en contacto–, a pesar de que en la escritura se mezclan los signos diacríticos de los alfabetos estonio y letón, y que la influencia de esta última lengua es notable. Juntamente con el latgalio, hablado al este de Letonia, el livonio está reconocido por la Oficina Letona de Lenguas Minoritarias, que es una rama nacional del European Bureau for Lesser-Used Languages (EBLUL). La lengua livonia se enseña actualmente en universidades de Letonia, Estonia y Finlandia.

La iglesia de Kūolka.

El transeúnte se movió con los escasísimos medios de transporte público locales, a pie, con bicicleta y haciendo autoestop por una buena parte de la Līvõd rānda, recorriendo las generosas playas donde ahora se practica la pesca deportiva, en especial durante los fines de semana; los magníficos bosques casi vírgenes, que harían las delicias de nuestros buscadores de setas y aficionados a la botánica, de una riqueza vegetal y faunística excepcional –a pesar del persistente ataque masivo de los mosquitos, sobre todo a la caída de la tarde–, y también otras aldeas ocultas entre la vegetación: Kuoštrõg (Košrags, en letón), Pitrõg (Pitrags), Kūolka (Kolka, la localidad más poblada, en el extremo oriental de la costa, encarada al golfo de Riga, donde incluso hay una factoría de conservas de pescado)… Toda el área de la Līvõd rānda se encuentra integrada en el parque natural de Slītere, una zona protegida y muy bien conservada. La normativa oficial para la preservación del lugar llega incluso a la prohibición de establecer hoteles, restaurantes o centros de esparcimiento: sólo los campings y algunas casas de huéspedes permiten alojarse allí.

Por el camino entre Irē y Kuoštrõg.

Para quienes deseen informarse más ampliamente sobre los livonios, el transeúnte deja estos enlaces:

- Les Lives (http://www.adefo.org/live.html), en francés.
- Liv Culture (http://www.nba.fi/liivilaiset/English/AEnglish.html), en livoniano, letón, inglés y finés.
- Livones.lv (http://www.livones.lv/libiesi), en livonio, letón e inglés
- Virtual Livonia (http://homepage.mac.com/uldis/livonia/livonia.html), en livonio, letón e inglés.
- Sobre la lengua livonia: http://homepage.mac.com/uldis/livonia/livlang.html (en inglés).

© de las imágenes, si no se cita otra fuente, Albert Lázaro-Tinaut.

Clicad sobre las fotografías para ampliarlas.


Traducción del catalán: Carlos Vitale.

19 enero 2010

Flashes: La Orotava (Tenerife)


Fotografía: © Albert Lázaro-Tinaut.

17 enero 2010

Las fronteras del tiempo

En la Europa occidental, los cambios horarios al pasar de un país a otro reclaman pocas veces nuestra atención. De hecho, en esta parte del continente sólo cuatro estados se diferencian de los demás por lo que se refiere a la hora: Portugal, el Reino Unido, Irlanda e Islandia.

Los 24 husos horarios en que se dividió el planisferio se establecieron en el año 1928 a partir del meridiano de Greenwich para determinar el UTC/GMT (Universal Time Coordinated / Greenwich Mean Time), denominado también “tiempo civil” y conocido en el mundo de la aviación como “hora Zulú”. Más tarde se establecería el CET (Central European Time, que es el vigente en España), equivalente a UTC+1 (UTC+2 en verano). El transeúnte, que cuando se ha movido por tierras europeas ha tenido que modificar a menudo la hora de su reloj, se ha sentido siempre atraído por los husos horarios, que son, de hecho, las fronteras del tiempo. Y esta curiosidad se le ha vuelto a despertar ahora, cuando el dirigente ruso Dmitri Medvédev ha hecho una propuesta revolucionaria: reducir a cuatro las once franjas horarias en que se divide actualmente el territorio de la Federación Rusa, “por razones de eficiencia y para ahorrar en tecnología”, según sus palabras.

(Fuente: © BBC.)

Efectivamente, como se puede ver en este mapa, entre el oblast de Kaliningrado, a orillas del mar Báltico, fronterizo con Polonia y Lituania, y el extremo más oriental de la Rusia asiática, en el océano Pacífico, hay una diferencia de diez horas, lo cual provoca problemas en un país tan extenso. Cuando en Moscú son las 12 del mediodía, en la península de Kamchatka ya son las 9 de la noche, y en Kaliningrado, sólo las 11 de la mañana.

La idea de dividir el territorio ruso en cuatro franjas horarias la justifica Guennadi Lazárev, un eminente profesor de Vladivostok, alegando que de ello se derivarían muchas ventajas prácticas. Asegura, por otra parte, que el extremo oriente ruso mantiene dos horas de diferencia con lo que denomina “la hora biológica correcta”. Su propuesta consiste en establecer únicamente las zonas horarias de Kaliningrado, Moscú, los Urales y Siberia (que incluiría también el extremo oriente de la Federación); el cambio, según él, debería hacerse gradualmente para que la gente se habituara.

Esta última zona propuesta por el profesor Lazárev sería vastísima, pero si se tiene en cuenta que toda China funciona a la hora de Pekín desde septiembre de 1949, sin ningún problema aparente, quiere decir que desde el punto de vista del científico la propuesta tendría sentido. En la actualidad, cuando en Vladivostok son las 12 del mediodía, al otro lado de la frontera, en China (es decir, a poquísimos kilómetros) son las 10 de la mañana, y en Tokio, las 11, aunque la capital japonesa está a más de 1000 kilómetros al este de la ciudad rusa.

Las cinco zonas horarias en que estaba dividida China desde 1912 hasta 1949 (© Alan Mak, Wikipedia).

El periodista norteamericano Clifford J. Levy recoge en el New York Times unas cuantas opiniones de ciudadanos rusos de las regiones orientales de la Federación. Iekaterina Degtiareva, que vive en Novosibirsk, la mayor ciudad de Siberia, piensa, por ejemplo, que antes de tomar ninguna decisión las autoridades deberían enfocar la cuestión, precisamente, desde el punto de vista biológico, pero no en el sentido que dice el profesor Lazárev, y se pregunta cómo afectaría este cambio horario a la salud de las personas. Por otro lado, también en Novosibirsk, Elia Kabánov, director de una agencia de relaciones públicas, un hombre claramente más conservador, asegura que la división en once husos horarios “es un rasgo cautivador de Rusia, es parte de nuestra idea nacional”.

Pero los habitantes del extremo oriente ruso son más realistas. Vadim Vodianitski, propietario de una fábrica de conservas de pescado en Vladivostok, dice que la situación actual es insostenible: “En Moscú les molesta que yo no atienda el teléfono de madrugada”, dice, y añade que, encima, lo tratan de gandul porque, según sus clientes moscovitas, “ya son horas de estar trabajando”… Esta “idea nacional” de la gran Rusia a que se refiere Kebánov (que vive mucho más cerca de Moscú que Vodianitski) no parece, pues, que coincida demasiado con la información que tienen algunos de las grandes diferencias horarias que hay en el país donde viven.

Si nos fijamos en la división horaria actual sobre un planisferio, comprobaremos a simple vista que las fronteras horarias han sido establecidas por razones políticas y no geográficas. Sólo algunos estados muy extensos tienen fronteras horarias interiores: Canadá (6 franjas horarias), Estados Unidos (6 franjas, contando Alaska y las islas Hawai), México (3 franjas), Brasil (5 franjas), Indonesia (4 franjas) y Australia (5 franjas). A éstos es preciso añadir algunos casos peculiares: el de España, donde las islas Canarias están en un huso horario diferente (todos los que vivimos en la Península hemos oído aquello de “una hora menos en Canarias”); las Azores respecto de Portugal; el archipiélago de las Feroe respecto de Dinamarca; la isla de Pascua (Rapa Nui) respecto de Chile; las islas Galápagos respecto de Ecuador, y poco más.

Sin embargo, el salto horario de 60 minutos tiene excepciones curiosas: en países como Irán, India, Myanmar y las islas Andaban y Nicobar la diferencia horaria respecto de los estados vecinos es de sólo media hora, y lo mismo pasa con las franjas centrales de Australia: de hecho, la diferencia horaria entre la costa oriental y la occidental de la gran isla oceánica es de 3 horas, aun habiendo 5 franjas. En Nepal el caso es aún más complejo: ¡en el país del Himalaya la diferencia es de 45 minutos! A esta excepcionalidad se sumó en el año 2007 la decisión de Venezuela de atrasar los relojes media hora, ya que según su presidente, Hugo Chávez, hacer que el sol saliera media hora antes haría aumentar la productividad del país (son pocos los mapas de husos horarios que recogen esta “novedad”). La decisión de Chávez fue muy criticada, y la oposición lo acusó de prepotencia y de “querer demostrar al pueblo que el poder tiene incluso el control sobre la naturaleza”.

La “política horaria” tiene también sus paradojas: si alguna vez atravesáis el río Miño, por ejemplo, desde Tui, en Galicia, hasta la localidad portuguesa de Valença do Minho –cosa que se puede hacer a pie en muy pocos minutos por el arcén para peatones del puente ferroviario-, tendréis que atrasar el reloj, aunque os hayáis trasladado mínimamente de norte a sur. Lo mismo os ocurrirá si “bajáis” de Bolivia o Paraguay a Argentina, o de Macedonia a Grecia.

Las fronteras políticas, como se ve, no se limitan al territorio y a las “aguas nacionales”, sino que existen también en algo tan huidizo como el tiempo. Por si acaso, cuando paséis de un país a otro, preguntad qué hora es si no queréis perder (o esperar largamente) un medio de transporte que tengáis que tomar después. ¡Y cuidado!: esto vale también para los aeropuertos.

Fotografía de arriba: Reloj de la Torre dei Lamberti, en Verona, Italia
(© Albert Lázaro-Tinaut).


Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.

Traducción del catalán: Carlos Vitale.

08 enero 2010

Ì Chaluim Chille


El del título es el nombre, en gaélico escocés, de la isla de Iona (Isle of Iona, en inglés), que de hecho es un islote de lava basáltica de menos de 9 kilómetros cuadrados situado a tan sólo una milla náutica de la isla de Mull, en el archipiélago de las Hébridas Interiores, al oeste de Escocia.

El transeúnte descubrió aquel lugar, pequeño en extensión, pero importante para la historia de Escocia (¡y de la Cristiandad!), aprovechando una estancia en Oban durante la primavera de 2009. Para llegar allí es preciso embarcarse en el trasbordador que lleva a Craignure (Creag an Iubhair), la principal localidad de la isla de Mull (Muile), y recorrer después con autobús la estrecha carretera que la enlaza con Fionnphort, la aldea más sud-occidental de la isla, donde se toma otro pequeño ferry que atraviesa en pocos minutos el brazo de mar hasta la “capital” de Iona, Baile Mòr, denominada popularmente The Village.


La importancia histórica de Iona radica, sobre todo, en el hecho de que fue el punto de partida de la cristianización de Escocia. El príncipe y monje irlandés Colum Cille (que en gaélico significa “paloma de la iglesia”), más conocido como Columba, descendiente de un rey de Irlanda del siglo V y santificado más tarde por la Iglesia católica, se estableció allí en el año 563 con doce cofrades y fundó un monasterio en el lugar donde se eleva la actual abadía (la Abbey); dicen las crónicas que desde allí Columba y los suyos iniciaron su misión evangelizadora. La vida del fundador (Leabhar Breac) fue recogida un siglo y medio más tarde por uno de sus sucesores, el abad Adomnán de Iona.

Pero pronto los monjes de Iona, que practicaban el denominado cristianismo céltico, toparon con la jerarquía romana, problema que fue expeditivamente resuelto por el Sínodo de Whitby (664), en el cual fueron obligados a someterse a la normativa disciplinaria del Papado. Los ataques de los vikingos, durante el siglo VIII, acabaron, sin embargo, con las expectativas de aquel pequeño grupo monástico: el convento fue saqueado y los tesoros que se custodiaban en él, robados. Pero los sagrados despojos del príncipe-monje fueron ocultados en lugar seguro, y después fueron repartidos, como reliquias, entre Escocia e Irlanda. El trasiego de muertos al que se refería hace poco este transeúnte, tiene, como vemos, una larga y tétrica historia...

Después de un prolongado período de abandono, en 1208 el edificio original fue recuperado y ampliado, y se convirtió en una abadía benedictina. Desde entonces y hasta el siglo XVI se añadieron nuevos elementos, como la capilla de san Odhrán, destinada a acoger los restos mortales de los reyes de Escocia (entre ellos, Macbeth, inmortalizado por Shakespeare), aunque también se enterraron allí los de algunos monarcas irlandeses y noruegos, y los de otros personajes relevantes. Asimismo, se sepultaron allí los restos de hombres santos para la Iglesia católica, e incluso de políticos, como es el caso del líder del Partido Laborista británico John Smith (1938-1994). La abadía también fue un notable centro de acogida de peregrinos.

Pero el paso decisivo para la recuperación definitiva del lugar lo dio el duque de Argyll, que está enterrado allí, quien en 1899 vinculó la abadía a la Iglesia de Escocia. Las tareas de restauración más recientes del monumento religioso comenzaron cuando se hizo cargo de la abadía la Comunidad Cristiana Ecuménica de Iona, fundada en 1938 por el clérigo George Fielden MacLeod (1895-1991), alentado por su espíritu pacifista y el utópico deseo de aproximar las diversas creencias monoteístas. Las obras, interrumpidas durante la segunda guerra mundial, se reanudaron en 1956 y parece que continúan, ahora a cargo del gobierno de Escocia, según supo el transeúnte, el cual, de hecho, encontró allí andamios, pintores y albañiles.


Otro conjunto monumental que llama la atención en la isla de Iona son las ruinas del convento de monjas (la Nunnery), a medio camino entre el núcleo de Baile Mòr y la abadía. Construido en el año 1203 por el entonces Señor de las Islas, Reginald MacDonald, que estableció en él una comunidad de monjas agustinas, el edificio fue conocido como An Eaglais Dhubh (‘la iglesia negra’) por el color de los hábitos de las religiosas que allí residían. Abandonado durante la Reforma, el monasterio nunca fue reconstruido, aunque las ruinas se muestran actualmente encerradas en una especie de jardín y se han hecho algunas pequeñas restauraciones, más que nada para evitar que las paredes acaben viniéndose abajo.


No obstante, el ritual religioso céltico, conocido también como cristianismo insular, ha pervivido en Iona gracias a la reactivación que tuvo en la década de 1960 a partir de la New Age spirituality, que reivindicó incluso algunas ceremonias del viejo paganismo céltico, y los principios de los lolardos reformadores del siglo XIV.

El transeúnte, después de haberse documentado sobre la historia de aquella pequeña isla, la recorrió como quien hace una inmersión en las tinieblas de la Edad Media, imaginando desembarcos vikingos en las costas fácilmente accesibles, ganapanes trajinando piedras para levantar unos monasterios desproporcionados en aquel pequeño ámbito, oscuros enterramientos y largas soledades al borde del océano turbulento en días de temporal. Pero cuando él fue, el cielo era claro, soplaba un viento frío y todo respiraba paz en medio de los prados y por los caminos de Iona, Ì Chaluim Chille en gaélico, pese a que la lengua inglesa y la cultura británica ya se han impuesto casi sin remedio a las viejas tradiciones locales.

Antes el transeúnte había comido bien en el Argyll Hotel, un establecimiento agradable con vistas a la isla de Mull, en el centro del minúsculo pueblo de Baile Mòr, formado por una especie de plaza abierta al muelle donde atraca el trasbordador, de la cual sale un callejón bordeado de casas que sigue la costa hacia el norte, un camino que lleva hasta el sur de la isla y, hacia el interior, la carretera por la que se llega fácilmente a los monumentos citados y a las costas occidental y septentrional de Iona. El paisaje de la isla es plácido, formado por suaves alturas rocosas, amplias praderas y minúsculas manchas boscosas que contrastan con el litoral pedregoso. Todo es silencio, en Iona, e incluso el viento, que a veces sopla con fuerza, parece contagiado de aquella serenidad en medio de la cual reposan los espíritus de unos cuantos personajes casi olvidados por la historia, al menos fuera de Escocia.


El transeúnte os muestra unas cuantas imágenes que captó en aquel retazo de tierra de 5,6 km de longitud y 1,6 km de anchura, habitado por poco más de cien personas, cuyo punto más alto, el Dùn Ì, se eleva hasta los 101 metros. Si alguna vez recorréis las costas occidentales de Escocia, merece la pena que os acerquéis a Iona: ¡no es preciso llevar el coche!


Fotografías, de arriba abajo:

- La oficina de correos de Iona, en Baile Mór.

- El trasbordador en el muelle de Baile Mòr; al fondo, la isla de Mull.

- San Columba representado en una vidriera de la catedral de Edimburgo (imagen tomada de la red).
- Viejo mapa de la isla (imagen tomada de la red).
- La abadía de Iona.
- La tumba de los duques de Argyll, en la abadía de Iona.
- Una Biblia iluminada impresa en gaélico (abadía de Iona).
- Las ruinas de la Nunnery de Iona.
- Un crucero céltico próximo a la abadía de Iona.
- Desde la puerta del Hotel Argyll; al fondo, la isla de Mull.
- Ganado ovino pastando en el centro de la isla.
- Una típica country house en Iona.

© de las fotografías: Albert Lázaro-Tinaut.

Podéis clicar sobre las fotografías para agrandarlas.


Traducción del catalán: Carlos Vitale.