31 diciembre 2010

((SIN COMENTARIOS))

© Erlich, en El País, Madrid, 31 de diciembre de 2010.

24 diciembre 2010

... 2011

08 diciembre 2010

¿500 años del árbol de Navidad?

El árbol navideño levantado frente a la reconstruida Casa
de la Hermandad de las Cabezas Negras, en Riga.

(Foto © Gilles en Lettonie: http://gillesenlettonie.blogspot.com/)

Nadie duda del origen pagano del árbol que tradicionalmente se adorna en el mundo cristiano (e incluso, por influjo de las modas y de la mercadotecnia, en otros lugares donde el cristianismo es minoritario, como el Japón, el sudeste asiático o Dubai, por ejemplo) durante las Navidades. Se discute, en cambio, el lugar donde se utilizó por primera vez este símbolo del solsticio de invierno como elemento navideño, y también cómo y cuándo lo adoptaron los cristianos.

El caso es que este año la capital de Letonia, Riga, celebra los 500 años de la colocación del primer árbol de Navidad del mundo. Cuenta la tradición letona que Martín Lutero en persona, mientras paseaba por un bosque próximo a Riga, quedó admirado por la luz de la luna reflejada en las ramas de un abeto y arrancó un pequeño ejemplar de este árbol para regalárselo a sus hijos; de ahí nació, según los letones, la idea de cristianizar la vieja tradición pagana del Yule*, símbolo del sol en las culturas septentrionales de Europa, con la que se invocaba al astro diurno en el solsticio de invierno, el día del año en que el sol luce más brevemente en el hemisferio Norte.

Conocido grabado que representa
a Martín Lutero con su familia ante
un árbol de Navidad.


Difícilmente el futuro reformador Lutero (que en 1510 era sacerdote católico y profesor de teología en la Universidad de Wittenberg) pudo regalar entonces el árbol a sus hijos, ya que no se casó hasta 1525, después de haber sido declarado hereje por el papa León X en 1518, ni tuvo hijos, que se sepa, antes de su matrimonio.

Lo cierto es que en la actual Letonia, como en otros lugares del norte de Europa, el árbol, y más concretamente de abeto, de hojas perennes, tenía para los pobladores paganos una significación muy especial, y era frecuente de que se encendieran pequeñas velas en sus ramas para evocar la luz solar. Se utilizaba también el muérdago como planta sagrada, y las parejas propiciaban la fertilidad besándose bajo las ramas este arbusto. Además, se colocaban bajo el abeto bayas de acebo, consideradas un alimento agradable para los dioses de la naturaleza.


Pues bien, se dice que en diciembre de 1510 los miembros de la cofradía de los comerciantes solteros de Riga (que en 1687 pasó a denominarse Hermandad de las Cabezas Negras) fueron a un bosque cercano a la ciudad, cortaron un gran abeto, lo plantaron en medio de la plaza donde tenían su sede, lo decoraron con flores de papel y luego lo quemaron en medio de una gran algarabía en la que fluyeron abundantemente la cerveza y otras bebidas alcohólicas. Este hecho está documentado por una de las grandes especialistas mundiales en temas navideños, la condesa Maria Hubert von Staufer (Leeds, Inglaterra, 1945 – Palma de Mallorca, 2007), según reconoció en enero de 2002 la organización Christmas Archives International, con sede en Londres, y lo corrobora, entre otras entidades, la Asociación Canadiense de Productores de Árboles de Navidad.


No cabe duda de que Lutero nada tuvo que ver con el surgimiento de esa idea, sino que los mercaderes se dejaron llevar por la antigua tradición pagana: hacía poco más de tres siglos que los alemanes habían emprendido la cristianización de los pueblos del Báltico oriental, y apenas doscientos años que la religión romana se había arraigado con cierta fuerza en aquellas tierras, por lo que el paganismo continuaba muy presente en la mentalidad popular.


Han sido muchos los artistas, humoristas
y diseñadores que han interpretado desde
diferentes puntos de vista el árbol navideño.
Éste, del francés Serge Loverde, adornaba el
centro de la localidad francesa de Aubagne
durante las Navidades de 2009.

(Foto © Serge Loverde)

La tradición católica, por su parte, suele atribuir el abeto navideño al monje inglés Winfrid (nacido alrededor del año 675), que en 716 fue enviado a cristianizar las paganas tierras de Alemania, donde murió a manos de los “bárbaros” (las crónicas los identifican con una partida de bandidos y ladrones que asaltaron a los “elegantes” misioneros cristianos, bien dotados económicamente por el Papado), junto a otros cincuenta compañeros de misión, el día de Pentecostés del año 754, lo cual lo convirtió en mártir de la Iglesia romana, que lo elevó a los altares como san Bonifacio.

La leyenda dice que los paganos de Escandinavia y del norte de la actual Alemania veneraban el Yggdrasil (Árbol del Universo), un fresno sagrado cuya extremidad llegaba hasta el cielo (donde se hallaba la fortaleza de Valhalla, que acogía a los guerreros muertos en combate, y Asgard, el palacio del dios Odín) y cuyas raíces se internaban en el lúgubre reino de los muertos, Helheim, identificado también con el infierno. Parece que a Winfrid se le ocurrió un día hacerse con un hacha y cortar un Yggdrasil para plantar, en su lugar, un pino, árbol de hoja perenne, que adornó con manzanas –símbolo del pecado original y de las tentaciones– y velas –representación de la luz del mundo, que emanaba de Jesucristo–. Las manzanas fueron reemplazadas más tarde por bolas y las velas, por lucecitas de colores. Lo de los regalos al pie del árbol vino más tarde.


La tradición alemana dice que el primer árbol de Navidad se colocó en 1605 en algún lugar de las tierras germánicas (según los franceses, era un abeto de los Vosgos levantado en la actual plaza Kebler de Estrasburgo, en Alsacia), y que la costumbre se extendió muy pronto a Escandinavia y, ya en el siglo XIX, a Inglaterra y otros numerosos países.

El árbol de Navidad que hizo decorar la Reina Victoria de Inglaterra
en 1848, adornado con velas, dulces y un ángel en lo alto, según
un grabado aparecido en The Illustrated London News.


En España lo introdujo, al parecer, la princesa rusa Sofía Sergueievna Troubetzkoy (1838-1898), la cual, después de enviudar de su primer marido –un hermano de Napoleón Bonaparte– se casó con José Isidro (Pepe) Osorio y Silva-Bazán, duque de Sesto y de Alburquerque y Marqués de Alcañices, quien desempeñó un importante papel en la Restauración borbónica. Se dice que en su palacio del paseo del Prado de Madrid, situado donde actualmente se levanta el edificio del Banco de España, lució en 1870, por primera vez en España, el árbol de Navidad.

Hoy, como bien sabemos, los abetos navideños se cultivan en plantaciones, se suelen vender a precios abusivos en mercadillos, floristerías y centros comerciales, y para los ahorradores los hay de plástico, desmontables. La tradición, como tantas otras cosas, se ha mercantilizado, y el árbol de Navidad se ha convertido, ¡cómo no!, en uno más de los artículos de consumo de cada mes de diciembre.



Plantación de abetos navideños en los Estados Unidos.
(Foto © USDA Natural Resources Conservation Service / FlickreviewR)


* Yule ha dado nombre a la Navidad en algunas lenguas: Jul, en danés, noruego y sueco; Jól, en islandés y feroés; Joulu, en finlandés; Jõulud, en estonio.

Clicad sobre las imágenes para ampliarlas.

30 noviembre 2010

Gibraltar: un peñón multiétnico, multilingüe y multirreligioso

El único puesto fronterizo terrestre entre España y Gibraltar, y el peñón,
vistos desde de localidad andaluza de La Línea de la Concepción.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

El topónimo con el que conocemos The Rock (el Kalpe de los antiguos griegos), la colonia británica del sur de la península Ibérica, tiene su origen en la denominación que dieron los árabes al peñón donde se asienta: Yabal Tariq (جبل طارق), “la montaña de Táriq”, en honor a Táriq ibn Ziyad al-Layti (طارق بن زياد), el caudillo beréber que desembarcó allí con sus tropas el año 711 y que, según la tradición, lideró la conquista de la Hispania visigoda.


La historia de esta estratégica península de 6,5 kilómetros cuadrados, situada al este de la bahía de Algeciras, es bien conocida: formó parte de la taifa de Granada, fue tomada por las tropas castellanas en 1309, reconquistada por los benimerines en 1333, cedida por éstos al reino nazarí de Granada veinticuatro años más tarde y, finalmente, conquistada para la Corona castellana por el duque de Medina-Sidonia en 1562, aunque hasta 1501 no fue incorporada oficialmente al Reino de Castilla.


El sitio anglo-holandés que sufrió el peñón del 1 al 4 de agosto de 1704, durante la guerra de Sucesión española, obligó a las tropas borbónicas de Felipe V a capitular ante el príncipe de Hesse-Darmstadt, quien tomó posesión de Gibraltar en nombre del archiduque Carlos de Austria, pretendiente a la corona española.

A British Man of War before
the Rock of Gibraltar
, pintura

de finales del siglo XVIII,
del
artista inglés Thomas
Whitcombe.

Tras un sitio fallido por parte de las tropas hispano-francesas, mediante el tratado de Utrecht, que puso fin a la guerra de sucesión, en 1713 Gibraltar se convirtió en posesión británica, y continúa siéndolo como colonia, a pesar de los frecuentes intentos españoles para recuperar aquel territorio.


Cuando el transeúnte visitó Gibraltar, lo primero que le sorprendió, desde el autobús que tomó después de pasar a pie la frontera hispano-gibraltareña, fue ver cómo la breve carretera que conduce al centro urbano ha de cruzar la pista del aeropuerto, que se cierra mediante una barrera semejante a la de los pasos a nivel ferroviarios cuando despega o aterriza algún avión.


Al llegar a la ciudad, observó en seguida las curiosas contradicciones que se dan en aquel lugar, donde los llanitos (nombre con el que son conocidos los gibraltareños) conservan un castellano heterodoxo, con un marcado acento andaluz, mientras que el idioma oficial de la colonia es el inglés, lengua en la que están escritos casi todos los rótulos (pese a que en algunos casos aparece el bilingüismo).

Un característico autobús
inglés en el centro urbano
de Gibraltar; se pueden
observar (haciendo clic
sobre la foto para ampliarla)
las inscripciones bilingües,
en inglés y castellano.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

También es contradictorio el uso de la moneda: oficialmente, se utiliza la libra esterlina británica (que tiene incluso una versión local emitida
por el Gobierno de Gibraltar: la Gibraltar pound), pero el euro circula paralelamente y con frecuencia los precios están marcados en ambas unidades monetarias. Sin embargo, la moneda europea no se admite en determinados lugares, como por ejemplo la oficina de Correos.

Un billete de 20 libras esterlinas emitido por el Gobierno de Gibraltar.

El transeúnte pudo constatar, además, que el pequeño núcleo urbano de Gibraltar, dividido en siete áreas residenciales y poblado por poco más de 27.000 personas, es un centro multicultural y multirreligioso muy interesante en el que se mezclan la población local (de raíces andaluzas o andalusíes), una minoría de británicos (dedicados sobre todo a tareas administrativas, comerciales y oficiales) y unas relativamente nutridas comunidades musulmana (cerca de un 7 % de la población) y judía (presente en el peñón desde hace más de seiscientos cincuenta años, la cual, aunque actualmente sólo representa el 2 % de la población, siempre ha sido muy influyente: se calcula que en el lenguaje local, el llanito, se utilizan unas quinientas palabras de origen hebreo).




























Un niño judío gibraltareño, con la característica kipá.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)




























Puerta de una casa de la comunidad judía de
Gibraltar.
Puede verse el año de construcción:
5655 del calendario
hebreo, que corresponde
al 1895 de nuestro calendario gregoriano.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Hombres musulmanes a la salida de una de les mezquitas de Gibraltar.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

Las religiones mayoritarias, sin embargo, son la anglicana y la católica, cada una de las cuales tiene su catedral y sus templos. También hay templos de otras comunidades protestantes, hinduistas, baha’i, etc.





























La catedral anglicana de la Santísima Trinidad (Holy Trinity),

de estilo morisco y arquitecto desconocido, consagrada en 1838.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)





























La catedral católica de Santa María la Coronada,

levantada
en el lugar que ocupaba una antigua
mezquita.
Fue consagrada el 20 de agosto de 1462.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

El llanito es un curioso dialecto castellano, muy próximo al andaluz pero a la vez característico y ecléctico. No incluye únicamente expresiones hebreas, sino sobre todo palabras inglesas y también maltesas (muchas familias maltesas se establecieron en Gibraltar), árabes, beréberes, portuguesas, genovesas y de numerosas lenguas de la India, de donde proceden muchísimos comerciantes.


El transeúnte recuerda, por ejemplo, que cuando quiso ir a Punta Europa, la conductora del autobús le advirtió (la transcripción es fonéticamente aproximada): “Vamo’ a ve’ si podemo yegá, que el tiempo ehtá muy windy”; en efecto, el día era ventoso y ello impidió al transeúnte subir a lo alto de The Rock, Signal Hill (de 387 metros de altitud, donde se encuentran los famosos monos gibraltareños), ya que el teleférico por el que se accede no funcionaba aquel día a causa, precisamente, de la fuerza del viento, y los taxistas -especulativos ellos- pedían demasiado dinero para llevarlo hasta allí.


El faro de Punta Europa,
construido
entre 1831 y 1841
y automatizado
en 1994.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Punta Europa (Great Europa Point, según la toponimia oficial británica) es el extremo meridional de la península de Gibraltar, encarado al norte de África, que es visible en la lejanía. Se trata de un pequeño promontorio rocoso y llano, donde destacan el faro, la mezquita de Ibrahim-al-Ibrahim (financiada por el rey Fahd de la Arabia Saudita e inaugurada el 8 de agosto de 1997) y el pequeño santuario católico de Nuestra Señora de Europa.


La amable conductora del autobús que condujo hasta allí al transeúnte (la fuerza del viento no era tan intensa y las olas, por lo tanto, ya no invadían la explanada como pocas horas antes), le dijo dónde lo esperaría cuando el vehículo de servicio público hiciera el siguiente viaje. De vuelta, íbamos recogiendo escolares, impecablemente vestidos con los uniformes de sus respectivas escuelas. Los policías municipales también visten un uniforme parecido al de los bobbies londinenses, con el correspondiente y característico helmet (casco). Y es que, pese a todo, en Gibraltar las tradiciones responden claramente a las costumbres del antiguo Imperio británico: en multitud de aspectos, el peñón es un pedazo del conservador Reino Unido trasplantado al sur de Europa.



Una imagen muy británica en un ambiente muy mediterráneo.
(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)


Haced clic sobre las fotografías para ampliarlas.

10 noviembre 2010

[Marginalia] La plenitud verbal de Carmen Vega

Escultura del Chemin Fais'Art, de Gilles Perez,
en Chapdes Beaufort (Auvernia, Francia)
.
(Foto © Ber'Colly / Flickriver, 2010)

La última vez que el transeúnte se acercó a Madrid fue al encuentro de Clara Obligado en el taller de escritura creativa que dirige, en la plaza del Ángel, a la hora en que finalizaba su tarea pedagógica. Ella lo había citado allí para luego ir a cenar juntos en un excelente restaurante argentino de la calle del Correo y hablar hasta bien entrada la madrugada: de la vida y sus nostalgias, de la Argentina que tuvo que abandonar cuando los uniformados tomaron el poder y cometieron sus notorios crímenes de lesa humanidad, y más de lo humano que de lo divino.

Mientras Clara despejaba la gran mesa del taller, que es a la vez cátedra y pupitre, y recogía vasos, platos y restos de dulces con los que sus alumnos la (y se) habían obsequiado para hacer más placentera la instructiva charla literaria, el transeúnte ojeaba y hojeaba unos cuantos libros esparcidos sobre una repisa. De pronto Clara se le acercó y le dijo: “Llévate este, te va a gustar”.

Era un ejemplar todavía retractilado de La navaja de Buñuel, de Carmen Vega.* Cuando el transeúnte regresó a casa, con la maleta repleta, como siempre, de libros nuevos y viejos, el que le había regalado Clara permaneció largo tiempo en el montón de papel impreso y encuadernado que va creciendo en el lado izquierdo de su mesa de trabajo, hasta que de pronto emergió, como atraído por un inconsciente presentimiento, y este transeúnte empezó a leerlo, y no pudo dejarlo hasta llegar al colofón, cerrado con un curioso –y en este caso nada anacrónico– nihil obstat.

En algunos momentos es difícil discernir, en el libro, entre el relato breve y la poesía. El verbo de Carmen Vega (Pinos Puente, Granada, 1953), una mujer que se mueve esencialmente en el mundo del cine, es ágil, sobrio y elegante, y tiene la virtud de no mostrar en ningún momento el esfuerzo de la concisión que a menudo descubre la trampa en el microrrelato. Detrás de cada historia hay experiencia vital y mucha, mucha sensibilidad.

Carmen Vega.

Se lee en la cuarta de cubierta que La navaja de Buñuel es la narración de un viaje, “un recorrido que nos lleva desde el orden inicial de la infancia hacia la libertad, un insólito trayecto desde la memoria hasta el deseo, desde una dolorosa identidad hasta los espacios abiertos y transfronterizos de una identidad nueva y elegida”. Así plantea la autora esa sucesión de relatos breves, aunque el transeúnte opina que cada uno de ellos tiene identidad propia y puede disociarse perfectamente del conjunto, lo cual le parece un valor añadido. Aunque este es su primer libro, Carmen Vega ha publicado relatos en antologías, y en el año 2003 ganó el primer premio de Hiperbreves de la Feria del Libro de Madrid.

Para que el lector de esta bitácora pueda degustar la plenitud de la expresión literaria de Carmen Vega, el transeúnte reproduce dos de sus relatos, que a buen seguro impulsarán a más de uno (o una) a encargar el libro a su librero.


Gracias, Clara.


Sin fecha


Como Sören K., para no enfermar de inercia, me agoto llorando en este pabellón acostumbrado al chasquido de mis pies. Los otros, los que están fuera, decidieron hace tiempo despojarme de todo, durmiéndome sin sueños, privándome de las palabras, quemando mis ojos con la cal viva de los colores violentos. Pero aún, cuando despierto cada mañana, puedo escuchar la lluvia avivando la tierra, el viento fustigando las tejas, el sonido del sol aplastando las hojas de los árboles. Aún, cuando despierto, puedo palparme la cara con las manos y ponerme los calcetines.



El amigo


Un pequeño mástil, en la carretera, anuncia que faltan casi trescientos kilómetros para llegar a cualquier sitio. Conduzco sin prisa, en el paisaje nada me sorprende. Me deslizo por la alfombra de granito buscando un camino que me consuele. En la maleta llevo lo justo, en la memoria lo imprescindible.


A lo lejos, un hombre me hace una seña. Paro el coche. Se sienta a mi lado. Oigo su respiración, su cuerpo me calienta, su voz roba la mía. Sostengo mi abandono a medias con el suyo.


Piso el acelerador. La carretera desaparece. El polvo denso se mezcla con fuego.
En la radio suena Stand by Me.


* Carmen Vega
La navaja de Buñuel

Cuadernos del Vigía, Granada, 2008
60 páginas
ISBN: 978-84-95430-30-4










01 noviembre 2010

El Día de Todos los Santos: la muerte como objeto de culto y de fiesta (con México en el horizonte)

La Catrina o Calavera Garbancera, según una ilustración del año 1913
del caricaturista mexicano José Guadalupe Posada (1852-1913).
La Catrina, bautizada así el por el muralista Diego Rivera, es una metáfora
irónica de la clase social alta antes de la Revolución mexicana, y acabó
convirtiéndose en el símbolo de la muerte en el Día de Muertos.


La antigua celebración cristiana para honrar a los muertos tiene su origen en las persecuciones a los seguidores de Cristo por parte de los emperadores romanos, persecuciones que alcanzaron el momento culminante en el siglo IV, bajo Diocleciano, Maximiano, Galerio y Constancio. El bulo de que los cristianos practicaban la magia negra, el canibalismo y el incesto había hecho afirmar al historiador y político Tácito (55-120) que en el espíritu de éstos anidaba el odium generis humani (odio al género humano).


Detalle de los relieves del sarcófago
paleocristiano de San Justo de la Vega
que representa la persecución
de los primeros cristianos.

(© Museo Arqueológico Nacional, Madrid)


La Iglesia primitiva, víctima de esas persecuciones, consideró un deber honrar a sus mártires, y ya en aquella época estableció el domingo anterior a la fiesta de Pentecostés como día para venerar a las víctimas de los edictos imperiales, que poco después serían elevadas a la categoría de santos. Fue el papa Gregorio III, en el siglo VIII, quien estableció la fecha del 1 de noviembre como Día de Todos los Santos, y dedicó a éstos una capilla en la antigua basílica de San Pedro de Roma.

En los últimos decenios, esta fiesta ha ido decayendo en muchos países –sustituida sobre todo por el Halloween estadounidense–, mientras que en otros es un día especialmente señalado. Así ocurre en México, cuyo célebre Día de Muertos, que la Unesco declaró Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad (juntamente con otras fiestas indígenas dedicadas a los muertos; ved aquí), no es más que la actualización de una antigua festividad anterior a la cristianización.

El transeúnte recuperó hace poco un libro de su admirado Octavio Paz, que había leído hace años; un libro que el escritor dedica especialmente a la mexicanidad: El Laberinto de la Soledad.* Su tercer capítulo, “Todos los santos, día de los muertos”, pretende, precisa- mente, explicar los motivos de esa fiesta que para los mexicanos trasciende la tradición cristiana.

“El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. Todo es ocasión para reunirse. Cualquier pretexto es bueno para interrum- pir la marcha del tiempo y celebrar con festejos y ceremonias hombres y acontecimientos” –dice Paz, y prosigue–. “Somos un pueblo ritual. Y esa tendencia beneficia a nuestra imaginación tanto como a nuestra sensibilidad, siempre afinadas y despiertas. El arte de la Fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros.”

Octavio Paz.

Y unas páginas más adelante entra de lleno, con su admirable estilo literario, en la celebración a la que se refiere ahora el transeúnte: “La muerte es un espejo que refleja las vanas gesticulaciones de la vida. Toda esa abigarrada confusión de actos, omisiones, arrepentimientos y tentativas –obras y sobras– que es cada vida, encuentra en la muerte ya que no sentido o explicación, fin. Frente a ella nuestra vida se dibuja e inmoviliza. Antes de desmoronarse y hundirse en la nada, se esculpe y vuelve forma inmutable: ya no cambiaremos sino para desaparecer. […] Para los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte. Y a la inversa. La muerte no era el fin natural de la vida, sino fase de un ciclo infinito. Vida, muerte y resurrección eran estadios de un proceso cósmico, que se repetía insaciable”.

Y luego, tras varias consideraciones al respecto y enlazadas con la cristianización de los mexicanos, insiste en la vigencia de aquellas antiguas creencias: “La indiferencia del mexicano ante la muerte se nutre de su indiferencia ante la vida. El mexicano no solamente postula la intrascendencia del morir, sino la del vivir. Nuestras canciones, refranes, fiestas y reflexiones populares manifiestan de una manera inequívoca que la muerte no nos asusta porque ‘la vida nos ha curado de espantos’. Morir es natural y hasta deseable; cuanto más pronto, mejor. Nuestra indiferencia ante la muerte es la otra cara de nuestra indiferencia ante la vida. Matamos porque la vida, la nuestra y la ajena, carece de valor. Y es natural que así ocurra: vida y muerte son inseparables y cada vez que la primera pierde significación, la segunda se vuelve intrascendente. La muerte mexicana es el espejo de la vida de los mexicanos. Ante ambas el mexicano se cierra, las ignora.

México: Patria y Muerte,
fotografía de José Migueles.

(© Flickr)

El desprecio de la muerte no está reñido con el culto que le profesamos. Ella está presente en nuestras fiestas, en nuestros juegos, en nuestros amores y en nuestros pensamientos. Morir y matar son ideas que pocas veces nos abandonan. La muerte nos seduce. La fascinación que ejerce sobre nosotros quizá brote de nuestro her- metismo y de la furia con que lo rompemos […].

Por otra parte, la muerte nos venga de la vida, la desnuda de todas sus vanidades y pretensiones y la convierte en lo que es: unos huesos mondos y una mueca espantable. Es un mundo cerrado y sin salida, en donde todo es muerte, lo único valioso es la muerte. Pero afirmamos algo negativo. Calaveras de azúcar o de papel de China, esqueletos coloridos de fuegos de artificio, nuestras representaciones populares son siempre burla de la vida, afirmación de la nadería e insignificancia de la humana existencia. Adornamos nuestras casas con cráneos, comemos el día de los Difuntos panes que fingen huesos y nos divierten canciones y chascarrillos en los que ríe la muerte pelona, pero toda esa fanfarrona familiaridad no nos dispensa de la pregunta que todos nos hacemos: ¿qué es la muerte? No hemos inventado una nueva respuesta.”

Calaveras de azúcar decoradas,
una de las características del
Día de Muertos en México.

(Fuente: http://www.taringa.net/posts/info
/3832239/El-Dia-De-Los-Muertos.html)


Al transeúnte, esas consideraciones acerca de la idiosincrasia del pueblo mexicano le hacen reflexionar sobre el sentido de las muertes violentas que se producen en México, de las que casi a diario dan cuenta los medios de comunicación. ¿Tienen algo que ver con esa indiferencia ante la muerte a la que alude Octavio Paz o se trata de algo ajeno a ello, a una simple y vulgar delincuencia vinculada a tráficos diversos y clanes enfrentados? En cualquier caso, las palabras del escritor mexicano le parecen significativas para entender ciertas mentalidades, o al menos intentarlo. Pocos como él han entrado tan profundamente en el alma mexicana.



* Octavio Paz: El Laberinto de la Soledad. México, Fondo de Cultura Económica, segunda edición, revisada y aumentada, 1959. La edición que ha manejado el transeúnte es la novena reimpresión, del año 1981.


21 octubre 2010

((SIN COMENTARIOS))


El enfrentamiento entre el gobierno y los sindicatos en Francia por
la nueva ley de pensiones.


© Raphaelle en Libération, 21 de octubre de 2010.

17 octubre 2010

¿Dónde está la grandeza de los pequeños países?

Billete de banco estonio de 100 krooni con la imagen
de la poeta Lydia Koidula (1843-1886; ved aquí).


El día 11 de este mes, el politólogo estonio Agu Uudelepp comentaba en el diario Postimees que la introducción del euro como unidad monetaria de Estonia, prevista para el 1 de enero de 2011 (un euro equivaldrá a 15,6466 coronas actuales), al margen de las polémicas que suscita en el país, supondrá la pérdida de una parte de la identidad nacional: los billetes de banco en krooni (coronas; EEK, según el código ISO), sobre todo porque en esos billetes se reproducen los retratos de algunas de las principales figuras de la cultura del país y son, por consiguiente, un medio de propaganda cultural.

Billete de 2 EEK, con el retrato
del eminente biólogo y geógrafo
Karl Ernst von Baer (1792-1876),
quien estableció las bases de
la embriología moderna.



Billete de 5 EEK, donde está
representado Paul Keres (1916-
1975), uno de los mejores
ajedrecistas de todos los tiempos.




Billete de 10 EEK, con la imagen
del folclorista, teólogo y lingüista
Jakob Hurt (1839-1907).





Billete de 25 EEK, con la figura
de uno de los escritores estonios
más populares y universales,
Anton Hansen Tammsaare
(1878-1940).



Billete de 50 EEK, con el retrato
del compositor Rudolf Tobias
(1873-1918).





La corona estonia sustituyó al rublo ruso-soviético el 20 de junio de 1992; mejor dicho, Estonia recuperaba con el kroon la unidad monetaria de la primera república, que había sustituido al mark (una corona equivalía a 100 marcos) y que desapareció en 1940, con la invasión soviética del país (un rublo se cambió entonces por 0,80 coronas).


Uudelepp propone que entre los numerosos espacios de memoria que hay en Tallinn, se dedique uno al kroon, y sugiere que sea en una plaza-parque céntrica de la ciudad: la dedicada al escritor A. H. Tammsaare, justo fuera de las murallas, ante la puerta medieval de Viru a través de la cual se accede, por la calle del mismo nombre, al centro histórico.


¿Qué es lo que caracteriza a los estonios en el conjunto de los Estados europeos?, se pregunta Uudelepp. “A nosotros también se nos plantea la cuestión de cómo poder sentirnos grandes como pueblo –viene a decir en su artículo–. No nos podemos considerar la cuna de la cultura occidental, como Grecia; nunca hemos construido un imperio ni hemos gobernado como los italianos, sucesores de los antiguos romanos, ni hemos sido una fuerza naval, como los británicos, en cuyo imperio jamás se ponía el sol cuando Isabel II accedió al trono. Los estonios tampoco ganamos grandes batallas, como los franceses o los venecianos, ni tuvimos un reino propio, como los polacos y los lituanos. También es difícil encontrar entre nuestros conciudadanos a grandes filósofos y científicos, como en el caso de los alemanes, que hayan sido decisivos para impulsar el mundo. ¿Qué nos queda, pues? Puesto que el deseo de grandeza también late en nosotros, los estonios, sólo tenemos la posibilidad de acogernos a la cultura. Nuestros poetas y nuestras grandes personalidades nos ayudan a definirnos como nación y a reforzar nuestra conciencia nacional”.


Efectivamente, la cultura, en todas sus manifestaciones, pero sobre todo en la literatura, el teatro y la música, ocupa un lugar de privilegio en Estonia y, pese a la crisis actual, está bastante bien subvencionada. Las grandes librerías de ciudades como Tallinn y Tartu dan fe de ello; los teatros y las salas de conciertos, repletos, son el mejor ejemplo. El número de museos, pequeños y grandes, es enorme en proporción al tamaño y la población del país (apenas 1.300.000 habitantes). La cultura es, sin duda, la gran fuerza de los estonios, su grandeza.


Una gran librería inaugurada recientemente
en un moderno centro comercial de Tartu.

(Foto: Albert Lázaro-Tinaut)

El que la moneda nacional, a punto de desaparecer, deje de ser un escaparate internacional en el que se expone lo mejor de la cultura del país, es algo que hace reflexionar a los estonios. Este apego al hecho cultural también debería invitar a la reflexión a otras naciones que, con o sin Estado, lo mantienen demasiado lejos de sus prioridades y provocan su estancamiento, sin tener en cuenta que si no se siembra, luego no se cosecha, y que ello lleva a la pobreza espiritual, a la decadencia.

Deberíamos tomar nota.

Haced clic sobre las imágenes para ampliarlas.


12 octubre 2010

((SIN COMENTARIOS))

Viñeta de J. R. Mora (2010).

03 octubre 2010

La multiplicidad intelectual de Cristiane Grando

Cerquilho durante las fiestas navideñas del año 2005.
(Foto ©Roberto Pontes Oliveira)

La brasileña Cristiane Grando (Cerquilho, São Paulo, 15 de enero de 1974) es poeta, traductora, investigadora literaria, fotógrafa, profesora –actualmente de lengua portuguesa y cultura brasileña en la Universidad Autónoma de Santo Domingo– y una mujer que desprende sensibilidad y simpatía a través de todas sus palabras. Por otra parte, como gestora cultural –otra de sus facetas– fundó y dirige desde 2004 el espacio cultural Jardim das Artes de Cerquilho, y desde 2009 el Centro Cultural Brasil-República Dominicana, en Santo Domingo. Si a todo ello añadimos que en 2002 fue laureada con la prestigiosa beca UNESCO-Aschberg de Literatura para jóvenes artistas, habremos completado bastante su cuadro biográfico.

Aunque una labor como la suya podría aplicarse a otras personas que siembran en el terreno fértil (aunque difícil y excesivamente desamparado) de la cultura contemporánea, el transeúnte quiere destacar, además de su talento, su gusto estético, que se refleja también en sus libros y sobre todo en los poemarios Caminantes (2004) y Fluxus (2005), este último magistralmente ilustrado por el artista y poeta chileno Leo Lobos, con quien alla colabora activamente desde que coincidieron en el Centre d’Art Marnay (CAMAC) de Marnay sur Seine (Francia). Esa estética está presente en Fluxus no sólo mediante imágenes plásticas, sino también visualmente en la distribución de los versos en las páginas, en esas “manchas” (como se denominaban tradicionalmente en la jerga de las artes gráficas las cajas de composición) que se diseminan por el libro a semejanza de seres vivos e independientes, pero que al juntarse forman el poema, lo cual es, sin duda, una propuesta personal para la lectura poética.

Además de los dos mencionados, Cristiane Grando ha publicado otros dos libros de poemas: Titã y Gardens. Como investigadora, ha dedicado grandes esfuerzos a difundir, sobre todo, la obra de la gran poeta brasileña Hilda Hilst (véase su breve ensayo sobre ella en Impedimenta).


Otra característica de los libros de esta mujer polifacética es su vocación por la multiplicidad lingüística. En Caminantes, por ejemplo, que se presenta también con el título Les flâneurs, los poemas aparecen en portugués, español y francés; Fluxus y Titã van más allá, pues a dichas lenguas se añade el inglés.


No será la última vez que el transeúnte se ocupe de Cristiane Grando y de su obra. Por el momento, tras esta imprescindible presentación, reproduce algunos de sus poemas, traducidos los de Caminantes y Fluxus por Leo Lobos, y los de Titã, por Espérance Aniesa.



De Caminantes


los amores de Edgar Allan Poe

Valéry admiraba a Mallarmé quien admiraba a Baudelaire

quien admiraba a Edgar Allan Poe quien admiraba a Virginia

la de cabellos negros como el cuervo.

Valéry murió después de haber proyectado el Ángel,
su última inspiración poética
Mallarmé buscaba “El Libro” esencial todavía

cuando encontró la Muerte

Baudelaire sufrió una larga agonía

antes de morir y ser enterrado

en el cementerio de Montparnasse en París
y Allan Poe se casó con Virginia

que murió a los 25 años



a mi padre,
in memoriam

yo te veo en el cielo, padre mío

ángel de alas frágiles


yo te veo en el río, padre mío

agua-viento que me baña en un sueño mágico


yo te veo en mi camino, querido padre

cóndor que vuela sobre el mundo


que mira a tu hija sobre la nieve

fulgurar


caminante en París

el promeneur du Luxembourg

y el ángel de rostro grave

atraviesan entre los amarillos

de las hojas del otoño

que habitan en los árboles

y en la tierra


luz y sombra de alas danzan en los abisales

y en el misterioso azul del viento


una ala mira el mundo

y la otra se mira a sí misma



Fragmentos de Fluxus


¿piensas

que estoy hecha

de carne, huesos, sangre?


no


soy viento, lluvia, fuego, nada


*

algunas veces

es bueno sentir hambre

para morir sólo después

de nostalgia


*

escribir puede ser un acto de amor

y también el suicidio
de las palabras
*

la muerte y su doble vienen

seducciones y misterios

marmuertemar

la muerte viene

la muerte que habita en mí

la muerte y sus ecos



De Titã



el amor


un tormento indomable
onda, tremor, tsunami

furor divino cuando el yo se astilla

para ser otro


blanco y bermejo se disuelven

en tierra, agua, viento, fuego


delirios de un ángel que alza el vuelo

con los auspicios de un demonio



Gustav Mahler


Como si dirigiese una sinfonía secreta el éxtasis de la velocidad en todos sus átomos arremolinándose en pensamientos rápidos en busca de una luz y de un espacio muchísimo mayor energía y poder de un ángel sin nombre y sin alas y de un demonio estelar en un reino inexplorado del infierno molto appassionato al allegro furioso y brutal en desesperada explosión casi infernal de pasión y dolor –monstruosa extravagancia en ondas de melancolía






…explosión desmedida del miedo …



génesis del poema


el poema nace

con la terrible simetría del tigre


temor y fascinación

de un poderoso animal cósmico


lo lanasciente de sus ojos

el ocre de la tierra en sus patas


el silencio pleno y profundo

lleva en el lomo el fuego sagrado













Cristiane Grando

caminantes / poesia em português e espanhol

les flâneurs / poésie en français

Tradução au espanhol: Leonardo Lobos Lagos

Marnay-sur-Seine, CAMAC, 2002-2003
(1ª edição, Santiago de Chile.

2ª edição, Cerquilho-SP, Brasil, junho de 2004)

50 páginas / ISBN: 956-299-025-7


Cristiane Grando
Fluxus

Ilustrações: Leo Lobos

Tradução ao francés: Espérance Aniesa
e Cristiane Grando

Tradução ao espanhol: Leo Lobos

Tradução ao inglés: Levana Saxon

Posfácio: Geruza Zelnys de Almeida

Cerquilho-SP, Ediciones Gato de Papel, 2005

ISBN: 956-299-779-0





Cristiane Grando
Titã

Espérance Aniesa, traducción / traduction

Angel Ortega, translation

Edición especial para la XII Feria Internacional
del Libro de Santo Domingo.

País invitado de honor: Brasil. 2007

108 páginas / ISBN: 978-9945-420-55-5






20 septiembre 2010

José Antonio Labordeta ya no camina despacio por los días…


José Antonio Labordeta ha muerto en Zaragoza esta madrugada, la del 19 de septiembre de 2010, día en que el transeúnte comienza a escribir este modesto homenaje a ese hombre que no ha sido únicamente un poeta, un cantautor, un político, un andariego, sino que, genio y figura, ha traspasado con la humildad y la dignidad que siempre le caracterizaron el umbral a través del que se llega a la auténtica libertad, aunque no aquella que él deseó tanto y reivindicó con la palabra y la voz.

El transeúnte, privilegiado una vez más, tuvo ocasión de estar presente en el multitudinario y emotivo homenaje que se le rindió en el monasterio de Veruela con motivo del IX Festival Internacional de Poesía del Moncayo, el último día del pasado mes de julio. De ello dejó constancia en La Nausea, ese río de cultura que hacen fluir sus buenos amigos Marian Raméntol Serratosa y Cesc Fortuny i Fabré (ved aquí su crónica).


Momento final del homenaje a J. A. Labordeta en la iglesia del Monasterio
de Veruela, el 31 de julio de 2010. De izquierda a derecha: junto a
la fotografía de Labordeta que presidió el homenaje, el cantante Paco Ibáñez,
el poeta Ángel Guinda, el cantante y guitarrista Luigi Maráez, la cantante
catalana Marina Rosell, el cantante aragonés Pablo Guerrero, el poeta
argentino Carlos Vitale y el poeta estonio Jüri Talvet, entre otras personas.

(Foto © Albert Lázaro-Tinaut)

Nacido en Zaragoza el 10 de marzo de 1935, “en el seno de una familia pequeño-burguesa e ilustrada; en mi casa igual se leía a Virgilio que a Lautréamont” –según dice él mismo en su “Autorretrato”–, José Antonio Labordeta, hermano del poeta Miguel Labordeta (1921-1969),
supo mirar sin resentimientos hacia el pasado con la intención de entenderlo y de entender el mundo en el que se ubicaba, al mismo tiempo que procurando entenderse a sí mismo, y ese acto de introspección, individual y colectiva, es el que le permitió lanzarse hacia un futuro prometedor y superador tanto del pasado limitador como del presente limitado”, como afirma uno de los estudiosos de su obra, Mario Ruiz Arganda [1], quien añade que la voz del poeta se convierte así en un testimonio, personal y colectivo, comprometido y solidario, de lo cotidiano.
Caricatura de J. A. Labordeta por Gusi Bejer,
publicada en El Cultural (8 de febrero de 2007).


Comprometido y solidario son, en efecto, los adjetivos que mejor definen la personalidad de José Antonio Labordeta. Compromiso y solidaridad, además de sensibilidad y amor, son las cualidades que transmiten sus poemas, sus canciones, esa obra suya de la que se han apropiado legítimamente las gentes de su querido Aragón que tanto le quieren (así, en presente), como quedó de manifiesto en el homenaje al que el transeúnte ha aludido.

Eso lo refleja muy bien Antón Castro en el texto que escribió a modo de prólogo en la antología de Labordeta Mal de amor. Canciones [2] al referirse a sus años mozos, cuando en la década de 1950 participaba con su hermano Miguel y otros poetas en las reuniones de la Peña Niké de Zaragoza, cobijo de artistas, periodistas, escritores e idealistas, entre ellos Vicente Cazcarra (1935-1998), que más tarde sería secretario general del Partido Comunista de Aragón. Dice Antón Castro que José Antonio Labordeta “lucía ya bigote y la gallardía de un viejo campesino: cantaba alto y fuerte. Cantaba por todos: era voz, eco y estandarte. Era el profeta en el viento muy a su pesar, porque siempre se ha confesado inseguro de casi todo, un dudante que ni quería construirse una trayectoria ni sabía qué iba a hacer mañana”.


J. A. Labordeta en un acto político
a finales de la década de 1970.

Sin embargo, J. A. Labordeta –un cascarrabias irónico, como él mismo se definió– jamás compartió las supuestas virtudes del comunismo, sino que acabó decantándose por un socialismo de algún modo utópico, sin la menor sombra de leninismo: de esas ideas nacería, primero, el Partido Socialista de Aragón (1976) y, más tarde, la Chunta Aragonesista, por la que fue elegido diputado en Madrid los años 2000 y 2004.

En el Congreso de los Diputados demostró sus firmes convicciones democráticas, que le llevarían a enfrentarse verbalmente, en marzo de 2003, con los parlamentarios del Partido Popular –entonces en el poder, con José María Aznar como presidente del gobierno– cuando desde los escaños de esa formación política empezaron a burlarse de él; lo hizo espetándoles tres palabras contundentes que se han hecho famosas: "¡A la mierda!" (es interesante a este respecto el artículo que publicó más tarde Juan Cruz en el diario El País; véase aquí ese artículo y aquí, el vídeo de la célebre intervención parlamentaria de Labordeta).


Viñeta firmada por Carlos Azagra, publicada por El Periódico
de Aragón
, que alude irónicamente la intervención
de J. A. Labordeta en el Congreso de los Diputados
de Madrid el 5 de marzo de 2003 y, a la vez,
a su rechazo del régimen franquista.

“¿Cómo y por qué se hizo cantante?”, se interroga retóricamente Antón Castro en el prólogo citado, y explica que cuando el rey Juan Carlos le preguntó de dónde le venía eso de ser cantautor, Labordeta le contestó, no sin ironía: “Ya ve, de cantarles a las chicas de la Sección Femenina en un alberge de Canfranc” [3].


El presidente del Gobierno de Aragón, Marcelino Iglesias,
deposita la Medalla de Aragón, a título póstumo, sobre
el féretro de José Antonio Labordeta en la capilla ardiente
instalada en la Palacio de la Alfajería de Zaragoza.
(Foto: EFE / Heraldo de Aragón)

Poco más añadirá el transeúnte en esta crónica de urgencia: sólo transcribe los versos de tres de las canciones más populares de José Antonio Labordeta [4], convertidas por los aragoneses en auténticos himnos a su áspera tierra, acompañados de enlaces a sus respectivas audiciones.

Albada [audición]

Adiós a los que se quedan,

y a los que se van también.

Adiós a Huesca y provincia,

a Zaragoza y Teruel.


Esta es la albada del viento,

la albada del que se fue,

que quiso volver un día

pero eso no pudo ser.


Las albadas de mi tierra

se entonan por la mañana,

para animar a las gentes

a comenzar la jornada.


Arriba los compañeros

que ya ha llegado la hora

de tener en nuestras manos

lo que nos quitan de fuera.


Esta albada que yo canto

es una albada guerrera,

que lucha porque regresen

los que dejaron su Tierra.

(De Cantata para un país, 1979)


Banderas rotas [audición]


He puesto sobre mi mesa

todas las banderas rotas,

las que nos rompió la vida,

la lluvia y la ventolera
de nuestra dura derrota.


Rota permanece aquella

que levantamos al cielo

pensando que la justicia

crecería como un vuelo
de gaviotas en el mar

y vimos cómo al final

sólo nos quedó el recuerdo

de un mástil desarbolado
y unos jirones de tela

rotos por el vendaval.


He puesto sobre mi mesa…


Rota permanece aquella

que ponía libertad

y que aupamos convencidos

que al terminar la batalla

ésta íbamos a ganar;

pero todo fue una amarga

e inútil desesperanza

cuando vimos que las huellas

de los grilletes dejaban

duras marcas sin borrar.


He puesto sobre la mesa…


(De Trilce, 1989)



Canto a la libertad [audición]


Habrá un día en que todos
al levantar la vista

veremos una tierra

que ponga libertad.


Hermano, aquí mi mano,

será tuya mi frente,
y tu gesto de siempre

caerá sin levantar

huracanes de miedo

ante la libertad.


Haremos el camino

en un mismo trazado,

uniendo nuestros hombros

para así levantar

a aquellos que cayeron

gritando libertad.


Habrá un día en que todos…


Sonarán las campanas

desde los campanarios

y los campos desiertos

volverán a granar

unas espigas altas

dispuestas para el pan.


Para un pan que en los siglos

nunca fue repartido

entre todos aquellos

que hicieron lo posible

para empujar la historia

hacia la libertad.


Habrá un día en que todos…


También será posible

que esa hermosa mañana

ni tú, ni yo, ni el otro

la lleguemos a ver;

pero habrá que empujarla

para que pueda ser.


Que sea como un viento

que arranque los matojos

surgiendo la verdad,

y limpie los caminos

de siglos de destrozos

contra la libertad.


Habrá un día en que todos…


(De Recuento, 1995)



[1] José Antonio Labordeta: Hundiendo en las palabras la huella de los labios. Poesía y canción. Edición literaria de Mario Ruiz Arganda. Tarazona, Olifante, 2010.

[2] José Antonio Labordeta: Mar de amor. Canciones. Edición de Antón Castro. Tarazona, Olifante, 2010.
[3] La Sección Femenina fue una rama del partido Falange Española (el único tolerado por el régimen franquista, ya que era afín a su ideología), creada en 1934 por Pilar Primo de Rivera, hermana del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, y oficializada por el general Franco en 1937 para crear el Servicio Social de la Mujer, equivalente al servicio militar obligatorio para los hombres. Todas las jóvenes españolas debían pasar un período de instrucción en dicho Servicio para convertirse en “buenas patriotas, buenas cristianas y buenas esposas”. Esa obligación quedó derogada en 1977. En la localidad pirenaica de Canfranc, al norte de Aragón, había uno de los numerosos albergues destinados a las muchachas que cumplían el “Servicio Social”.

[4] Las letras de estas canciones están reproducidas de la edición de Antón Castro antes mencionada.


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